LA DOTACIÓN CUALITATIVA DE LOS GÉNEROS
PARA SU ESTATUS – FUNCIÓN
por
José Ignacio Restrepo
por
José Ignacio Restrepo
La función de la tradición
era defender la construcción de la cultura. Era la frase de un tío que se
definía como pedagogo, cuando yo era solo un crío y esa palabra, completamente
desconocida para mí, pronunciada con total reverencia por su boca culta, me
producía un miedo que no podía explicar. Yo al tío no le entendía casi nada, su
discurso me provocaba desconfianza, como el de todos los adultos, y
adultos eran todos los que no eran mis amiguitos
de juego. La construcción del estatus está determinada por la educación y el
espacio de tu experiencia vital, la obtención de cualidades individuales y
sociales, y la adquisición de normas y sentidos. Es entonces un proceso en el
cual validas permanentemente el desarrollo de tus habilidades de conocimiento
del mundo adulto, mientras pruebas ante gente “profesional” que vas por muy
buen camino, o que según tus posibilidades te falta aplicarte y hacer bien
hechas las tareas.
La construcción
del género en la sociedad contemporánea tradicional persiguió la instauración
de una estructura valorativa particular, que relacionaba la formación del hogar
con la escuela y la vida productiva, otorgando roles y funciones muy bien
diferenciados y antagónicos. Los padres y los hijos ocupan los extremos de un
huso, que tejía alternativamente sobre el contexto de la convivencia, sobre los
escenarios compartidos, sistemas de relaciones que se reproducían casi de
manera automática. La sociedad estaba entonces subordinada a esta forma
reproductiva de la cultura, pues la unidad productora de los recursos de
sentido, de la filosofía propia del hacer social nacía y se consumía en el
hogar. La construcción del lenguaje de consideraciones complementarias al
interior del hogar, correspondió con las transformaciones de los trabajos y con
la implementación de nuevas equidades y derechos para las mujeres. Pero, más
precisamente nació de la necesidad de entregar a la mujer unos dispositivos
prácticos de intermediación con el mundo, con los cuales podría comprometerse
en unas luchas ineludibles que la esperaban, en las cuales el enemigo sería la
cultura patriarcal, remisa a transformarse en aras de su propia subsistencia.
Esa batalla por
confiar, por entenderse con el otro que comparte mis miedos y está perdido
entre mis búsquedas, al cual debo formar si es mi hijo, porque no me queda otro
remedio, porque así me lo enseñaron, o al que debo escuchar y ayudar pues es mi
compañero hasta que la muerte se lo lleve o me lleve a mi, esa lucha de
enaltecimientos en la cual la tradición se corroboraba una y otra vez mediante
la acción, dejando a los individuos rebeldes en lugares disfuncionales,
alejados de lo prescrito como moralmente bueno, ha ido cediendo espacios
importantes a partir de las transformaciones instrumentales ocurridas en la
sociedad, con el advenimiento de la Modernidad. En nuestro país, que vive
simultáneamente en diversas épocas de las historia, podemos cotejar las
formaciones recientes de nuevos sentidos al interior de la familia. Por
ejemplo, gracias a los cambios en el rol de la mujer y a las contraprestaciones
que eso ocasiona en otros escenarios de su vida, que no siempre se presentan de
forma armoniosa, el sistema educativo ha comenzado a descubrir las diferencias
marcadas entre el desempeño de hombres y mujeres según las tareas. Allí se
contrastan las cualidades adquiridas por uno y otro género, que determinan
muchas veces el logro de un objetivo. Este fenómeno ya tiene tiempo de ser
propuesto experimentalmente, pero la dinámica misma en los cambios de rol y
función ha comenzado ha rendir su fruto, en el respeto de las condiciones
femeninas. La hegemonía del macho como padre, como jefe de personal, director
de orquesta o aventurero de alto riesgo es reconocida como tema del pasado. La
Economía ha focalizado su atención en la estimulación de las facultades
adquiridas por las mujeres jóvenes, que se han convertido en grandes
productoras - compradoras de bienes de
consumo, pero la política o la administración pública siguen restringiendo sus espacios, dominados
todavía por la adscripción de género, comprobándose la presencia bien definida de ejes de
dominación.
La oposición
complementaria de los roles hogareños permite reproducir los bienes culturales
que han dado forma tradicionalmente a la familia. Este acto repetido y
autoreferido, demanda de las instituciones una conformidad con las acciones que
lo caracterizan. Las cualidades dominantes en cada uno de los roles son el
resultado de siglos de construcción de sentido alrededor de la familia, desde
todas las instituciones que tienen que ver. Por esta razón, debe considerarse
siempre que se especule sobre la cualificación de los géneros, que existen
nuevas y no bien ponderadas circunstancias de contexto, que parecen contradecir
explicaciones hegemónicas. La aplicación de una formación educativa cada vez
más signada por intereses de fortalecimiento individual dentro de un sistema
normatizado alrededor del consumo, parece inducir una caracterización
competitiva y una estimulación de estándares similares de adscripción, tanto
para hombres como para mujeres.
LA NUEVA CULTURA DE GÉNERO
Y entre tanto,
este discurso ha terminado por expandir extraordinariamente sus fronteras,
hasta lograr una geografía irreconocible, para quienes experimentábamos con él
hace unos cuantos años. Los parlamentos de Europa, que intentan sobre la marcha
construir los nuevos decálogos del individualismo a la par que administran
opulentos discursos estatistas, que pretenden fortalecer las imbricadas pero
aun difusas relaciones entre las naciones de la Comunidad, han terminado
golpeándose la crisma al encontrar la proliferación de intereses, sobre
relaciones familiares, afectos filiales, necesidades sexuales, cooperativas, de
convivencia y otras entre individuos homosexuales de ambos géneros, que ante
las leyes operantes no parecen tener un lugar adecuado, haciéndolas
inoperantes, antagónicas, e inmorales, condiciones que oprimen no solo a dichos
individuos sino a la sociedad como un todo. Si el otorgamiento de roles
procedía de la familia y esta terminó produciendo estos hombres, mujeres,
homosexuales, lesbianas, transexuales y todos los demás, el estado y la
jurisprudencia son entonces los encargados de corregir lo corregible, no
prosiguiendo con la conducta exclusivista digna del patriarcado ancestral, que
ha muerto en el mundo moderno, y que contraría el presente y las perspectivas
apreciables. La inclusión de todos los normados hace posible la aplicación de
la ley. Una pareja de hombres que se quieren desde los veinticinco años, en los
cincuenta no solo son pareja, son una familia; nuestra época no puede ser tan
necia, no existe ningún discurso verdadero desde el cual impedir el desarrollo
de jurisprudencia inclusiva, frente a la realidad del ser humano, sus géneros y
sus sistemas de relación.
Es evidente que
queda mucho por hacer. Si se intenta
construir sobre viejos pilares no será bueno para nadie. Hasta los que hoy se
precian de conservadores pero legislan mirando esas perspectivas, serán
llamados iconoclastas por los muchachos del 2050, si logramos que la sociedad consiga
construir lazos ciertos y edifique sobre
el interés general.
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
Sociólogo
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