EL
MISTERIO DEL DOMINGO
por
José Ignacio Restrepo
Si, esa es una conducta que me ha dejado perplejo desde que
sostuve por primera vez una conversación con uno de aquellos amigos, con los
que pasas el tiempo invirtiendo el orden de aparición de los asuntos
prioritarios. Uno de esos que no llevaste a casa hasta que fue inevitablemente
obligatorio, uno, como hay pocos, que supo de antemano, merced a qué artilugio aun hoy lo ignoro, que
él sería lampiño como un príncipe mientras que a mí la barba oscura me iría
hasta la espalda. Ese amigo que se enamoró platónicamente de tu madre y te hizo
mirarla detalladamente una y otra vez para intentar entender tal virtuosismo.
Con mí amigo Rafael,
que continúa siendo ese elegido que sin embargo no lo es, he dialogado el viejo
tema del misterio oprobioso e ineluctable que se da solamente los domingos, sin
que hallamos podido alcanzar una conclusión que nos serene completamente, que
aleje la cuestión por fin de nuestras mentes calenturientas que desdeñan los
grandes asuntos de la política mundial y nacional, no porque no convenga
tratarlos sino porque harta suela les hemos pasado por encima, tanta que ya
nuestro mejorcito calzado nos empuja hacia pastos más verdes, más caminables.
Así que nuevamente
nos encontramos hoy, otro domingo sin algún juego con pelota en la TV, es decir
domingo sin televisión, porque para aquellos que conservamos un poco de
nuestras cabezas en su sitio nos fue dado comprobar que el cable es una trampa
mucho peor que la televisión pública, es como una rubia oxigenada de senos
implantados y operada en los juanetes pero que tiene el mismo pito para orinar
que nosotros, vale mejor decir que es un invento marica, te ponen todas las
películas que de adolescente no viste en estreno como todos, porque a ti te
faltaba dinero para lujos semejantes, te
colocan además todas las del año pasado
y el antepasado para recordarte las penurias que tuviste y habrás de tener,
junto a los miserables pensamientos derrotistas y autocompasivos que te
acompañarán en el autobús regresando de quien sabe donde, por no haber podido
comprar ni a plazos las cositas que anunciaban en los televentas, que a vos te
hubieran servido para vivir mejorcito la vida y que para ellos no calificaban
siquiera para la escenografía de las producciones más baratas. Y, por último,
te exhiben las novedades y te anuncian aquellas que están actualmente en
producción, para que sientas bien dentro y de antemano esa especie de angustia
no bien localizada por carecer de un bien tan preciado y despreciado, en el que
trabajan tantísimas personas que tu
nunca vas a conocer, y que de oídas te sientan mal, salvo sonoramente
cuando ves algunas en muy contadas excepciones.
Y por eso Rafael y yo
hemos asentido de tácito en no mencionar más el asunto del misterio de los
domingos, mucho menos en los domingos. Les presagio que será intuitivamente
comprensible para cualquiera que vaya leyendo esta jácara, sobre todo si lo
hace para su placer o su congoja, un maldito domingo de estos. Pero a todos nos
ha pasado, al menos una vez en la
vida, faltar a una promesa de esas que
cumplir o no cumplir en nada cambiaba a favor nuestro o en el de nadie más;
entender eso es fácil, hasta para cualquier mentecato bien amable de esos que
vemos por ahí.
Justo eso nos ocurrió
ayer domingo. Domingo a secas, porque no traía ningún otro regalito encima como
de Ramos, de Gloria, de Pascua o de Resurrección. Y enfrentándonos a ese
silencio mutilante que parece quemar el paladar y poner las manos inquietas de
los puros nervios, el tema que rondaba de hace días para hacernos incumplir el
juramento sin palabra ni sustento, se apareció de improviso en la persona de
don Juvenal, maestro en uso de buen retiro. Eso fue justo cuando ambos observábamos
sin misión concreta la calle, a través de la ventana del saloncito que hace las
veces de sala en el apartamento de soltero-separado que tiene Rafa en la
Circunvalar, la que antes se llamaba Avenida 25 y que todos conocíamos por el
nada exquisito apodo de Calle de los Fusilados, unos que fueron mártires de
causa, unos agónicos ilustrados, que decidieron morirse atravesados por la
pólvora de sus enemigos antes de reconocer que a ellos posteriormente les
darían la razón. Pero después, como en efecto ocurrió.
Don Juvenal,
ignorante por completo que era objeto de nuestra observación, tomó la acera
absolutamente aperezado y somnoliento, dando por sentado y con razón que no lo
iba a atropellar un pontiac ni ningún otro, mientras casi se moría tratando de
completar la apertura bucal que le permitiera rematar su quincuagésimo noveno
bostezo vespertino. Sin tener conciencia ninguna sobre ello, despertó el
estímulo largamente adormilado que haría posible que en domingo y contra toda
prescripción, Rafael Villalba y Gildardo Benavides, Rafa y BENFICA, según
nuestros motes de adolescencia, iniciáramos una disertación ayudados de seis
maltas, mejor dicho, con media docena de cervezas, para pilotear luego medio
chamuscados hasta la vivienda de cada uno. En fin, tras una brevedad henchida
de nuestro personal amodorramiento, superado con absoluta seguridad por
semejante boqueada leonina de don Juve, nos abalanzamos sin piedad sobre el
misterio de los domingos, argumentando más allá de sus debatidos contornos, con
tal de hallar esta vez una profundidad superior, que nos dejara tranquilos y
deseosos de volcarnos más luego sobre otro constelado argumento.
Rafa, lanza en ristre
como casi siempre, se proyectó con una explicación bastante peculiar, que
arrancaba por allá a mediados del siglo IV después del que sabemos, cuando el
Imperio Romano ya comenzaba a deteriorarse(o se había caído en pedazos, no sé),
merced claro a lo descomunal de su tamaño, al gigantesco desarrollo de la
corrupción, al envilecimiento de sus gobernantes y a la gran contradicción
entre obediencia e independencia que se da en todo territorio que no puede
gobernar a quienes moran dentro de sus fronteras. Para aquellas épocas,
explicaba mi buen amigo, las líneas colindantes del imperio estaban ya demasiado
apartadas del poder de Roma y sus senadores y aunque los intereses eran claros
para el que gobernaba no lo eran tanto para quien era gobernado. Como bien
puede suponerse, todo aquello que presumía un delito o una contravención, o al
menos podía tomarse por una inflexión alejada del sentido de la ley, y que
beneficiaba la experiencia cotidiana de los asociados por la posibilidad de conseguir tal o cual propósito, se
convertía en la medida que todos seguían. Eran muchísimas las ocasiones en las
que siendo preguntados los propretores por la impertinencia o legalidad de una
conducta o de un procedimiento, ellos que eran los encargados por el senado
romano de hacer cumplir la ley, simplemente adujeran que no recordaban bien la
letra de la ley, acaso por una razón bien sencilla de entender: su incapacidad
para leer el más sencillo de los textos. Muchos de ellos en Hispania, en Galia,
en el Rhin, o en el ancho Danubio, o los que habían sido enviados a lugares más
lejanos e inhóspitos como el norte de África o la desértica Turquía, habían
dejado de ser exclusivamente romanos, convirtiéndose con el paso de los años en
pobladores del lugar con derechos un poco más amplios, condición que les
privaba de otros dones y los hacía ante los ojos de los parroquianos unos bichos
más o menos raros. Esos sencillos pobladores también estaban exentos de saber
la norma y su contenido, pues ellos del mismo modo ignoraban como leer,
escribir y contar, y sabido es que la difusión de boca en boca acerca de estos
y otros tópicos determina grandes malentendidos, no solo entonces sino en todas
las épocas de la historia.
Como en modo
alguno yo había llegado a entender hacia donde diablos se dirigía mi
compa Rafa con aquella disertación algo anterior a la fecha de diseño de su
juego de sala, y como esa parte de mi
ser que a veces no entendía utilizaba o
compartía algunas neuronas importantes con mis músculos faciales, el resultado
fue que mi rostro había adquirido para aquel instante una contorsión suma, tan
pronunciada, tan aguda y franca, que quien me viera en aquellos momentos estoy
seguro me confundiría con otra persona. Él, pese a todo, parecía no advertir
que yo era su única audiencia, y había olvidado que la amistad que teníamos no
me había inhibido nunca ni lo haría tampoco en este momento, de decirle sus tres verdades y otro poquito
en caso de que cupiese hacerlo.
- Eche Rafa, no me creas tan bobo...Tú estás
hablando de otra cosa, no joda. ¿Qué tiene que ver el maldito imperio romano
con nuestro jodido misterio del domingo?
El
hombre me miró como si fuera la primera vez que viera un yeti de los apalaches
canadienses caminando por algún frondoso corredor para caminantes y atletas, de
esos que cruzan el Central Park en la famosa isla de Manhattan. Parecía estar
mirando al gigante, vestido para invierno, pero en plena temporada de calor
frisando los 40 grados. Y el monstruo, o sea yo, también lo miraba, con los
ojos abiertos a lo que daba y los brazos en jarras, pidiendo claridad. O si no
nos vamos con la aburrición a meterla en envases vacíos de clarita, no fuera
tan poquita nuestra suerte, o qué.
Rafita
hizo ese guiño de excusa que le conozco desde cuando flirteaba con mi mamá, y
lo siguió haciendo mientras continuaba con su tema, hablando caminó hacia su
minúscula cocina, y ya andaba por el siglo doce cuando con su mano derecha
abría el enfriador y sacaba dos águilas absolutamente heladas, como diciéndome
que le perdonara tantísimas curvas, que las necesitaba para poder llegar a
quién sabe dónde, con un mínimo de claridad. Continuó por donde iba, todavía
nadie leía, nadie respetaba, muy poquitos comprendían el real sentido de la
ley. Y ésta, había sido escrita hacía tanto tiempo y tan lejos que simplemente
gobernaba el diestro al zurdo, el que era fuerte al que era manso y el que
tomaba en su mano el dinero de los otros para hacer con él lo que a bien
tuviere, en nombre de dios o de quien fuera. Las personas se dejaban regir,
justo como lo hacen ahora, porque les gusta tener a alguien más fuerte a quien
criticar o sobre quien despotricar. A la gente de todas las épocas no hay nada
que le venga mejor, que un sonoro hijueputa al final de una tarde de lunes, una
de esas imprecaciones que oyen todos los vecinos y que a los dos días a vos te
toca explicar que fue un primo de La Góndola que vino de fin de semana, el que
lamentablemente quedó hincho de tanto ron que bogó, y le dio por maltratar
desde la casa la honra del presidente y hasta la de tu exesposa. Y es que ni
los lunes, ni ningún otro día, se debe uno poner a hacer la lista de las vainas
que se desean, sopena de comprobar dolorosamente que son las mismas de hace
quince años. De eso no hay culpable, no existe responsable. No hay Dios que sea así de malo (no existen
pruebas por lo menos), entonces no queda más que cargar contra el indecoroso
presidente, que aunque ningún juez lo acuse por alguna pifia relacionada con
sus funciones es realmente convicto de mucho de lo malo que pasa, seguro que
también de esta mañana mía, de este domingo mío de pobres, sin un punto
cardinal hacia donde dirigirse para hallar algo positivo.
Nuevamente
miro en los ojos de Rafita, para ver la curva que me aguarda. Hoy redescubro su
tic, ese brinquito argumentativo de su ceja izquierda que lo hizo tan popular
entre las féminas de la universidad, el cual siempre fue malinterpretado. Todas
suponían que era un gesto napoleónico, una especie de guiño que advertía que se
estaba en presencia de una verdadera luminaria, un espécimen extraordinario del
género humano que se había dignado quien sabe por que motivo posar sus ojos en
la que atentamente lo observaba, quien era casi siempre titular de una llamativa figura, con talle torneado,
bello rostro y pocas ideas que discutir. En realidad, ese gesto mecánico,
díscolo y avieso tenía su origen en la ingestión desproporcionada de bebidas
alcohólicas con el estómago completamente vacío, conducta absolutamente
reprochable que Rafa mantuvo durante el tiempo de la academia, previo a su
noviazgo con Carmen, la dama trajo a su vida una cierta comodidad color
berenjena, con la consistencia de las tartas de banano, quiero decir él dejó de
tomar, dejó de fumar y de andar con amigos, y se dedicó todo el tiempo a
lamerle los muslos, a chuparle todo aquello que se asemejara a un tejido
blando, todo menos el cabello y las uñas de los pies, según me rebelara en otra
famosísima rasca. El maldito negocio salió mal, Rafa varias veces rodó por las
escalas de la casa que a duras penas estaba pagando. Carmen solía guardar
herramientas de la cocina, léase cuchillos para cortar el pavo, y el finísimo
sacacorchos inglés que habían regalado en promoción por comprar el ineficaz
lava cubiertos westinhouse, en los cajones bajos de la cómoda, con el propósito
de ganar algunos puntos si se presentaba un “coloquio” con su marido. Porque si
hablamos de una discusión de más de una hora, la primorosa morena era en sí
misma un arma: una noche de viernes en que Rafa no la llamó para avisarle que
tenía que entregar un proyecto para la cuenta de Curtimbres Besta, ella lo
saludó normalmente cuando él entró por el vestíbulo, asintió con una sonrisa
cuando él dijo que tomaría una ducha antes de cenar y solo detuvo el martillo
de minero que hacía agujeros amorfos de alrededor de cuatro centímetros de
círculo sobre el parabrisas de su modesto Land Rover, cuando Rafael entró
corriendo al garaje, desnudo y mojado como un pingüino perdido en algún nuevo
muelle de Vancouver.
En
fin. El bendito tic este reaparecía, como un recién llegado con el vértigo
estomacal patente en las líneas del rostro, y yo me detuve a auscultarlo
mientras medio oía la voz de Rafa intentando juntar la distancia de una coma,
con el espasmo corto de un punto y coma, y tengo que reconocer que tenía
extraviado el dorado hilo de la historia. El misterio del domingo reapareció en
la lejana Yugoslavia, cuando estaba toda ella juntita en el mapa de Europa, y
en todos sus poblados se podía ver a al gente despacharse una siestita entre
las doce y media y las dos y media de la tarde, con el estómago llenito y medio
litro de Bianchi empezando a lavar el cerebro. La gente lo que dice es voy a
tirarme un dominguito, a extenderme con los ojos cerrados para ver los
elefantes volando bajo la lluvia mientras destiñen el Rosado nuevo de su
extensa piel pintada. Que es por todo el mundo, empieza a impacientarse Mi Compa
Rafa, de la costa al interior, del ras del mar a la altura de los páramos, en
los confesionarios mientras se oyen las ajenas faltas, en los cobertizos
esperando a la que ya no llega, en los bares sin filiación que quedan en
pueblitos de cortito nombre, en los colegios de varones y en las normales que
forman maestritas, en los ancianatos donde el domingo dura toda la semana, en
los cuarteles donde bosteza sin reato alguno hasta el más in garante de los
lerdos policías, en los cines porno, colgando ropa vieja en las anchas azoteas,
con medio plato lleno o si se quiere vacío de las mejores lentejas, que siguen
siendo apenas unas tristes semillitas cocinadas.
Rafa
me está mirando. Cuanto lleva haciendo eso no lo sé, pero ha conseguido develar
el entresijo que ha separado los domingos de sus otras funciones conocidas,
tras disertar largamente por vericuetos conceptualmente peligrosos, conste aquí
que lo ha hecho del todo sin mi ayuda, consiguiendo llegar al último punto que
cerraba el tema del todo y para siempre, ya no más inventarnos cualquier cosa
para hacer a partir de la una de la tarde, como la colocadita del paraguas y
las sillas en el patio de atrás buscando consolarnos con asado de una carne,
metido entre seis empanadas, caladas en media docena de cervecitas, después de lograr que mis seres queridos se
marcharan para otro sitio del globo, la casa de mi suegra por ejemplo, para
luego quedar contrariados hasta el cuello con la lloviznita eventual que se
convirtió en un diluvio universal. O esa caminata por el bastión de las
Antenas, hace unos meses, en donde dicen puedes ver a ojo limpio fácilmente el
vuelo de mariposas de veinte centímetros, de alas acrisoladas, increíbles, sin
haberte tomado nada antes, que se convirtió
no sabemos como en un trozo del film
“Una temporada en el Infierno”, cuando nos retuvieron esos policías mal
vestidos, parecidos a guardabosques albaneses que no hubiesen sido nombrados
todavía, y que más bien nos hicieron pensar en aquellos voluntarios partisanos
de la guerra europea, perpetuada por los documentales de Discovery, que en el
’45 recibieron a los aliados americanos con la esperanza de renovar su
guardarropa no bien concluyera el litigio y que debieron mostrar esa tristeza
gatuna en los ojos y en las uñas al verlos llegar y luego partir, igual que
esos que encontramos, que nunca se cansaron de decirme que se me veía bonito el Rolex, me lo repitieron como ocho
veces, pero que no me salía en nada con mis zapatos de lona parda, aunque si
uno no se fijaba en el reloj de todas maneras los zapatos también se notaban de
buena calidad.
- De manera que así fue la cosa, Rafa... Yo no
lo ignoraba del todo, pero si me causa
cierta sorpresa, es decir, tal vez el orden de la argumentación yo no lo habría
dispuesto de ese modo...
El
hombre estaba de espaldas, asintiendo muy despacio a lo que yo le decía. No era
el momento ni el lugar para poner los puntos sobre las íes, ya llegaría la hora
en que me guindaría por el tobillo, como decimos por aquí. Lo mejor era ya
pasar a otro tema que no estuviera tan embodegado pero me iría antes hasta la
licorera a traer un buen chileno de los que a él le encantan, y mientras
pensaría lo del temita, una cosa sencilla como el asunto este de las mujeres en
el fútbol o la homosexualidad del clero, conveniencias o no, etc... Porque lo
que era ese misterio de los domingos a
duras penas le cogí el inicio; me quedaría duro, durísimo, retomar con eso
algún camino y mucho menos encontrar la
salida fatal que deja cerrada Rafael, invariablemente, cuando uno tiene la
grosería de marcharse virtualmente en mitad del tema, sin hacer siquiera un
seña del culo para despedirse.
Tenía
que ser un buen chileno. Yo ya tenía resuelto el misterio ése desde hacía mucho
tiempo, pero no quería que fuera a pensar que porque las siestas mías tenían
compañía en la cama y las modorras aburridas de él ya no, entonces el sueño sin
fútbol por TV de los largos domingos, era de lejos más fácil de explicar para
mí que para él... No Rafa, pelao, de los bostezos de concurso no viene la dormilona
macabra que está atravesada en cada minuto del primer día de la semana, sino de
saber sin duda que al día siguiente comienza la faena del esclavo. Y me cargo
la historia compañero, donde le ponga bolas a tu cuento me salgo durmiendo, y
en este instante estuviéramos berracos y con sueño. De lejos, Rafa. Voy por el
chileno, y más bien si veo a Corbata, o al hijo, lo contrato pa’ técnico...
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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