LA MULETA COJA
por
José
Ignacio Restrepo
No podía observar más que la mitad del pasillo, la que partía de la puerta del baño de damas y llegaba hasta el propio pie de las escalas, junto al cajero automático. Suponía que su compañera estaría vigilante, en la otra mitad, el atajo completo debía medir casi doscientos metros, y en él habían ocurrido en los últimos cuatro meses, ocho violaciones, de las cuales dos habían dejado muerte al terminar. El autor seguía libre, aunque casi lo habían cogido tres semanas antes. En la parte de afuera del centro comercial, estaban expectantes más de veinte policías, todos vestidos de civil, y nuestros radios en apagado, se prenderían en cuanto viéramos al causante de este estropicio urbano, que en las mentes de las personas se parecía a la historia de dos cazadores enfrentados y en la mente de los administradores se concebía como parte del diario espectáculo, que dan aquellos que por obligación habitamos y trasegamos este sitio, la ciudad. El infierno…
Las pistas son
muchas pero no nos sirven de nada. Semen de alguien ilocalizable, que no tiene
partidas de bautizo o reseñas, un alguien desconocido que parece no haber
dejado rastros de sus triunfos o derrotas, que no tuvo colegio ni fue al
ejército, que no se ha casado ni ha ingresado al hospital por algún accidente o
por hallarse enfermo. Un misterio del que desconocemos su estatura, aunque
sospechamos que tiene ojos claros, y con su piel de color aceitunado, puede ser
sumamente atractivo, bueno, sin contar con el otro defecto, aparte de sus
permanentes y criminales intenciones. Nuestro amigo, eufemísticamente hablando,
quién conserva los interiores de sus víctimas como recuerdo de su crimen, es
cojo de una de sus piernas…Cuando lo vea, lo digo a título personal, buscaré la
manera de fracturarle la que tiene buena, así hay una posibilidad de que
termine cojo de las dos, y pueda por este albur, caminar de nuevo sin la ayuda
de una muleta…Será solo cogerlo, y quitarle los mocos cuando empiece a llorar
con la primera patada que le suelte, para comparar su ADN y comprobar que él
es, que podrá ir a ocupar una celda personal, mientras la comunidad en un
juicio determina, si podrá vivir en un manicomio o se volverá un cuenco de
cenizas, lanzadas desde cualquier buque al mar…
La última de
sus víctimas murió por una hemorragia cerrada de tórax, pues al salir huyendo
fue arrollada por un coche en la 1ª de Mayo, que a esas horas, casi las doce de
la noche, hervía de coches. Hace más de un año, la ciudad había decretado
normativas para convertirla en lo que ya era, por su tamaño una metrópoli como
ésta precisaba un manejo diferente de los horarios, debía romper con las
famosas horas pico, que hacían inservible cualquier medida dirigida a ordenar
el tránsito y el flujo de tareas, la industria y el comercio agradecían el
haber tomado esas iniciativas, pero el trabajo de vigilancia y las acciones
preventivas de la policía aún no se habían puesto a tono. De hecho, los
crímenes contra la propiedad y la vida, se habían casi duplicado, en este lapso
de tiempo. Y aún seguimos ensayando, pero las cosas, estas cosas, no ayudan
mucho.
Seguí
observando el pasillo, desde el acceso a la toilette hasta el cajero, con la
vocación intensa de que el esperado hiciera ante mí su aparición. La silueta de
mi compañera, que esta vez hacía de señuelo, parecía la de una muchacha
cualquiera que esperara a alguien, para continuar hacia otra parte. Ella no
semejaba ser una policía experimentada, con más de cuatro años en la fuerza,
sino una chiquilla cualquiera que ha escapado a la vigilancia de sus padres
porque ya se siente capaz de andar la vida, de enfrentar cualquier cosa que se
venga…Como las demás, como la última, que perdió la vida tontamente por huir de
cualquier manera hacia la calle…
Miré el reloj.
Faltaba un cuarto de hora para la medianoche. Con esta, eran tres las medianoches
que pasaba aguardando la aparición de este fantasmal personaje. Su hijo le
había preguntado sobre el tiempo que les quedaba, y él no tuvo la respuesta. No
sabía cuánto ni cómo, realmente, tenía que reconocer que solo un error de parte
del asesino les permitiría apresarlo. Y que nada de lo que hacían por resolver
el asunto, podría asegurarles a los ciudadanos que estaba cerca el fin de la
amenaza. Ahora mismo podía estar ocurriendo otra violación, en otro lugar
distinto de éste, y ellos solamente iban a enterarse mañana, o nunca. El Jefe
ya le había entregado una declaración de más arriba, lo que constituía una especie
de ultimátum, y así las cosas sus trabajo empezaba a experimentar una especie
de temblor, semejante al de las mujeres jóvenes y adultas de la ciudad, que no
dejaban de nombrar en sus conversaciones el temor permanente que sentían de
caminar después del anochecer por la ciudad.
Volvió a
clavar los ojos en el pasillo. Sentía que si dejaba de hacerlo, podía aparecer el
encartado y si por estar en otra cosa no lo veía, todo el mundo quedaría
pendiente del mismo hilo que él lo hacía. Y como si sus pensamientos
contuvieran el mejor de los embrujados llamamientos, asomó por la horquilla del
portal un hombre adulto de piel algo oscura y pelo un poco largo, que caminaba
lentamente ocultando una especie de cojeo. Lo miré como si en vez de un
cuaderno, trajera entre las manos un arcón lleno de plata, con la estipulación precisa
de hallar un policía de civil, con cargo en vigilancia, teniente hacía ya un
año, para entregárselo a él y solo a él. El hombre caminó mirando a lado y
lado, deteniéndose en una de las vitrinas que mostraban artículos electrónicos,
y por algo más de tres minutos, los que le observaban casi contenían la
respiración como si con hacerlo pudieran guiar al tipo a cada paso, hasta que
llegara donde haciéndose un poco la mensa, lo esperaba nuestra compañera,
mirando embelesada otra vitrina.
Y al fin, el
tipo se le aproximó a su compa, y él, aunque todo fuera riesgo, se mordió los
labios de aguantar las ganas de que se le echara encima, sin aviso alguno, y la
abrochara con su primera y última amenaza, para acabar con él, y salir directamente
y por fin, para su casa. Y, como
obedeciéndole el sujeto caminó con algo más de enjundia, y cuando divisó completamente
a la nombrada, enfiló sus pasos y confirmando que no había nadie más allí,
trató de preguntarle algo, Y LE CAYÓ ENCIMA CON TODOS SUS HUESOS.
Y fue Troya. Como decía cada cuarto de hora mi madre, que en paz descanse. Le fuimos en dos
pasos a su metro cuadrado, y lo tomamos todos de dónde bien pudimos, luego llegaron los de afuera, mientras
el tipo gritaba con todos sus pulmones, no me roben, cabrones, que yo no tengo
nada, y nosotros como sordos, buenos sordos veteranos, lo halábamos con fuerza
para que apercibiera que era autoridad, la que le había pillado, no cualquier
grupo de ladrones de trece. Pero, como todo buen cuadro, por alguna parte ha de
mostrar su gran fisura, este no iba a ser una excepción. Y el juancho éste no
dejaba de vociferar, que nada tenía que otro pudiera querer, y un momento luego
desistió del pedido, y haciendo un gran esfuerzo se soltó medio metro, para espetarnos
en su vozarrón más grueso:
- Solo arrimé por aquí, para buscar lo que me
hace falta, que por venir urgido a mear, me echo el policía de la tarde, hace
días ya. Estimado, me dijo, burlándose de mi estado, este baño es el de damas, guárdese
su cosa y se me sale, pero ya…Y dejé mi muletín tirado, por la prisa de irme…
Me quedé
pasmado cuando habló, y alcé el brazo pidiendo le soltaran. Alcé de nuevo mi
mano, y llegó la muleta ipso facto. El apremiado la vio y ansioso hizo un
respingo, mencionando, esa es, que alegría al encontrarla. Lo tomé por el costado
ayudándole a correr, lo metimos al camión, en frente al computador, y por la cámara
lo vio una de las testigos, que en la estación esperaba para poder reconocer al
que apresáramos. Por el interno, dijo no, él no es quién me violó…
Estábamos otra
vez como al principio. La muleta no pertenecía al asesino, así que él tenía
bien sus dos piernas, además de todo lo demás, como seguro tenía intacto el
deseo de salir a cazar de nuevo. Ya lo bajábamos del camión policial, cuando
tuve una admonición del tamaño de Cuba, acaso el violador podía tener su propio
disfraz, y lo teníamos ante nuestros ojos, disfrazado como tal.
- Espera…- le dije
- Si, qué necesita ahora, señor policía…- respondió
malhumorado.
- Párate contra el camión, pero ya…
Lo
tomamos y le medimos la estatura, por
los dos costados, y sus dos piernas medían igual. Le miré, con tal gravedad que
él posó sus ojos en el suelo, luego miró la muleta, que aún seguía en mi mano.
Me la puse ante el rostro, preguntándome de que se trataba el juego, pues sabía
que tenía la solución ante mí pero no podía verla… Toqué la barra de aluminio hueco
de arriba abajo y el gesto de la cara del sujeto, se endureció por un instante.
Pasé revista a los tornillos pasadores, y pedí algo para removerlos. Me quedé viéndole
mientras alguien me traía el destornillador, y él simplemente mantuvo la
compostura.
Mis ojos no dieron
crédito a lo que brotó de la muleta. Había sido un golpe de suerte, cuya única explicación
era la mal llamada intuición, de la cual las mujeres al parecer hacen mayor
gala que nosotros. Del tubo hueco, salió un rollete de prendas femeninas, que
estaba apelmazadas, entrelazadas, casi uncidas unas de otras, como una especie
de trofeo de guerra, que podía llevarse a todas partes sin que nadie lo advirtiera…
- Hasta aquí llegaste violador de mierda…
Le pegué la
patada a la altura de la cadera, para que no fuera a pedir ni aun por error su
viejo apoyo…
Esa noche regresé más temprano a casa, y
alcancé a contarle a mi hijo que ya habíamos solucionado el problema, y la
ciudad descansaba un poco más tranquila, aunque fuera una ilusión, una mentira para calmar nuestras mentes siempre infantiles. Cuando se durmió, me regaló su sonrisa
sincera de hombre bueno que aún no sabe que lo es, y que se enfunda en mis zapatos
por la mañana, para sentir un poco el tamaño real del mundo.
Al reclinarme
en el cuerpo entre dormido de mi dama, deseé soñar hoy con mi futuro, pescaría
en la playa, que se ve desierta y soleada. Mi barca con un nombre, el nombre de
ella… Ningún problema que mencionar, solo la piel un tanto enrojecida, y la
misma tarea para el siguiente día, nada más…
JOSÉ IGNACIO
RESTREPO
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