miércoles, 31 de mayo de 2017

¿VES RELOJES, AMIGO? Poesía de José Ignacio Restrepo


SIMPLE PIEL


¿Ves relojes, 
amigo de esta fe,
donde vamos lacrados de penurias,
con mensajes espurios, apenados,
que no tienen autor ni corresponden
con aquello que somos o creemos?
¿Ves relojes que avisen de la hora,
que noticias nos den de día y fecha,
que nos dejen recuerdos vigilar
como hacen los viejos cuando miran,
algo dicen que viene en lontananza,
poniéndose en la frente su ancha diestra
con esa dulce, infame, cruel pereza
de no tener sincero allí adelante,
nada bueno qué hacer...
ni nada malo?

Yo no veo,
te escribo nuevamente...
mi alma diligente y taciturna
ha logrado burlar ese pedido
de recoger coquetos reglamentos
que andan en el diario refundidos
con mi nombre en relieve sobre ellos,
cortando de manera fulminante
el brillante y promisorio filamento
que unido a los fatales mecanismos
me llevaba de arriba para abajo
corriendo como atleta, como mago
que cree estar perdiendo su visión
y hace ya de todo y algo más,
para evitar que llegue la ceguera,
con todo lo que tal cosa conlleva,
donde no ver, querido,
es lo de menos...

De los relojes hablan, luego niegan,
quienes los coleccionan por belleza
no saben la bondad y hasta la gloria
en no mirar su exacta geometría
que no tiene que ver con la pereza,
sino con esa otra distinción,
la sapiencia silente de observar
lo que fue, lo que es, lo que será
en el propio dorso de la mano.


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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martes, 9 de mayo de 2017

LA SOMBRA DEL ZAGUÁN / Poesia de José Ignacio Restrepo


POSTRER HOSTAL


Quincuagésima segunda valla de mierda
que no quiere ser saltada tampoco hoy
se alza un poco, algo más, un poco más
cuando mi cuerpo bien impulsado la acomete
y como un muro de tedio insobornable
sin moverse de su sitio, taciturna,
contra mi pobre humanidad quieta arremete,
me tumba de mi liviano pedestal
hecho de ínfulas suaves, diocesanas,
y me mira de lo alto como un ángel
que recién ha recibido ayer su cuarto ascenso,
misteriosa y lavada en propio aceite,
dando mayor sentido al sinsentido
de enfrentarme en silencio, al eco sacro
de mi voz producida en un pasado
cuando dije querer siempre avanzar
envuelto en la bandera de un misterio
que ahora tiene mi sangre desteñida
como rojo y escaso fundamento...

Alta se queda allí y envanecida
la imagen de mi yo capitulante,
esperando una orden repentina 
que diga lo que sigue para ambos
mientras que mido de nuevo la trinchera
- adolorido sesgo, sin aplomo
que se culpa de toda introversión
y de cada caída repetida -
sumo la hora ida con la nueva,
que está plena en el mapa cual anuncio,
y el número ausente de doctrina
promete entre las lluvias un diluvio
que va a llevarse todo lo que hay,
como se van los segundos adheridos
al último minuto que pasó
que aunque quisiera volver a recontarse
dañaría el reloj si lo lograra...

Y en el trasteo inhóspito de fuerzas
regadas ya sin orden sobre el suelo,
pierdo otra vez todo lo que llevo
incluso el pan bendito, el alimento,
o el agua que me limpia sin cobrar...
estas restas ocultas en las sumas
ya son mis ejercicios espirituales,
envuelvo con sus rúbricas las horas
y luego bebo el bagazo que estilando,
me ayuda a decidir el cómo y cuándo
de la siguiente batalla por mi piel,
como un serio soldado que ha llegado
al más pobre lugar de la frontera
y no tiene tarea más eximia
que cerrando los ojos pernoctar
sobre la greda nueva del portal
allí en la casa de otro,
soñando que mañana con el pie 
podrá tallar la última huella de su vida
y aguardar a que el sol
 sin más la seque...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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