lunes, 25 de octubre de 2010

EL AMOR, UN PODER QUE SIEMPRE VENCE AL TIEMPO


LA VISITA

por  JOSE IGNACIO RESTREPO


  
Nadie vive aquí. La sombra que ahora soy se ha deslizado incipiente por todas las baldosas de esta casa, que en los días húmedos devuelve de sus muros encalados un profundo olor a establo. Cual un fantasma, soy un enigma irresuelto con ojos hundidos, barba descuidada y extendidas manchas de nicotina que invadieron sus nerviosas manos y el territorio indómito de su respiración, y he terminado devastado de recorrer sin descanso estas estancias, de no hablar con nadie y a nadie recibir... Me he contraído, como lo haría una flor en un solitario seco, y desde la calle de angosta acera debo verme en la ventana por las noches, mi silueta recortada contra la oscuridad, abrillantada entre el humo del tabaco, pobre inquilina de su propia niebla.
Sin embargo, esta sombra que soy teme y desea que alguien llegue. En la hora última, cuando el licor se ha agotado después de ir desvaneciendo la conciencia, ya no sé quien rige las ondas tumultuosas de mi rito oceánico y temo profundamente que en su postrero minuto ella aparezca. Temo verla brotando con pasos inseguros por ese vestíbulo, como si no fuera uno más de los renglones mal escritos de la extraña narración que transcurre allá afuera, sin que yo me entere.

Preveo una bienvenida ornada de cuchillos, y desde mi ebriedad, sin moverme del sillón, dispongo allí, tras de la puerta de pútridos colores, los viejos trucos de prestidigitador muerto en desgracia. Coloco en fila, las palabras corroídas a las que cedí las riendas de mi vida desde la lejana infancia, alineo entre el desorden a los afectos, como a ciegos legionarios que hilvanaran rezos para un dios sordo y de cuyas peticiones tantas veces repetidas, apenas queda la magnífica elocuencia que intenta al menos deshacer su violento extravío.

Si fueron minutos después, o fueron horas, no lo sé.  Al entrar ella, con su rostro intacto de cariátide virgen, me sentí conciente, a salvo de mis fiebres de náufrago. El lugar se iluminó cual nave de iglesia que presencia un rito vulgar, bajo el fragor iridiscente de diez mil cebos, y entonces vi mi trucaje de mago extendido por el suelo, roto, sin oficio. Vi en su justa dimensión la pobre escenografía del lugar, todo el desorden que no la preocupa, ni deslíe el hielo de su cauta aparición, pese a la innegable semejanza de todo esto con un pueblo sin ley que hace tiempo está deshabitado. Allí, es ella ¿Acaso es fantasía? ¿Fue hace un segundo que deseé que arribara, o hace toda una vida? No, es ella, erguida como etérea peregrina. Busco en sus ojos aquella turbia mirada que, recuerdo, responde a todo sin ser interrogada, y al no hallarla, al no haber las venganzas prometidas aguardando mis excusas, o mis convenios honrados por las guerras pasadas que inflingieron sobre ella los peores castigos dejándole en la piel cicatrices hondas y extensas, entonces realmente la veo, y su mirada sin tiempo viene en mi auxilio, a firmar un armisticio por ninguno de los dos invocado, pero para la vida de los dos preciso. Las voces de sus grandes ojos, motivo de envidia de los gatos, el murmullo de su pacífica mirada, algo triste, vestida sin bruma para este agasajo, se va posando sobre todo lentamente, y entonces sé que veré su brillo el mes entrante brotando del picaporte de cobre, o en el borde limpio de una cucharilla de alpaca, que entonces hará cien días de estar tirada al olvido sobre el suelo. Y también, porque no, lo veré emergiendo de mi argolla de bodas, que treinta años después todavía conserva en el interior su nombre cubierto de mugre.

-       ... Aun no es tarde, no...

Pero miente. Lo que sea que quiera, no podrá encontrarlo en esta bodega de inservibles oropeles, en la que como anticuario sin clientela he conservado cada cosa por no ser apreciada ni útil. Aquí lo que interrogaba mi pasado ya recibió sencilla sepultura, sin siquiera merecer un obituario. Que decir de aquellos frutos paganos habitantes de mis frías noches, recordándomela en mi torpe ausencia, devolviéndome a ser breviario sudoroso de sus manos, a ser piel con relieve y frío, quemándome como ayer cuando mi mundo era el territorio que llevaba su nombre.

Corriendo la raída cortina proyecto luz sobre su cara. Me quedo envuelto entre un maquillaje de penumbras, que arroja fuera al sol de allí donde el desgaste solo muestra mis profundas cicatrices. De los meses sin modular palabra, sin oír la voz de nadie, brota un tono nativo, canceroso, cuyo acento indispuesto parece nacer de mil días de resaca.

-       No, no lo es. Los muertos, que yo sepa, son incapaces de envejecer...

Ella se hiere con mis palabras, escucha el eco casi con gusto y su mirada se viste de tristeza. Entonces recuerdo que he olvidado sentir pesar, aunque algo de eso habrá, pienso, después de todo, algo que explique la razón de yo esperarla. De no querer verla hoy, habría bastado no pensarla, no hablarla con estas paredes y con ese pedazo de espejo. Pero lo hice, lo hice muchas veces, hasta inventé lenguajes para hacerlo y como nadie respondió, lancé objetos para partirle la cabeza al cielorraso, hasta escuchar luego el ladrido de algún perro callejero, que se expresaba locuazmente y con malas palabras sobre mi estupidez. Le hablé a mi sombra, doblegada por los años y por mis íntimas fracturas, de la maldita enfermedad que se está alimentando de mis vísceras, con ella fui a dejar huellas mías por todas partes. Yo sabía que cualquiera iba a encontrar el coraje para hablarle de estas cosas cuando la viera, talvez solamente por mirar como serpenteaba el dolor sobre su rostro, como reptaba durante un largo minuto, hasta ir y aposentarse, como si fuera el único lugar posible, en el gris verdoso, húmedo, de esos ojos suyos... Con verla aparecer.

Debo expresarlo, no ha pasado una noche sin que la piense. Algo opuesto al olvido hace rato se abalanzó sobre mí, y está ahora con mis ojos, en mi nombre, recorriéndola en su completa estatura, abrazando su vestida piel, como antes ella hiciera con mi rencor. Para que negarlo.

Un brazo de viento irrumpe por la ventana, obligando a la raída cortina a acometer un vuelo inesperado. El almanaque de la mesilla contigua, que dormía en el polvo de un mes olvidado, cae derribado al suelo. Este viento tampoco tiene patria, su fresca murmuración, como habladuría en otro idioma, expresa una vulgar interjección acerca de nuestro enfermo discurso sobre el tiempo, pero cambia el viciado aire con restos de viajeras esencias boscosas, que se vinieron asidas del humo que sube de la calle... Las cosas idas, las cosas que se fueron ya bien idas son, mas ninguna por la fuerza puede revocar esta imagen, su media vida y un poco más, de pie, sin mies de asombro, sin propuesta alguna, aparentemente también sin el frío de mis noches. Como si gastarse la vida yendo junto a mí y luego lejos de mí y de mis sombríos sueños, hubiese tenido por objeto llegar hasta esa ventana, tal como ahora lo hace, con su prematuro cansancio sobre el bello rostro, que se debe, quizá, al profuso acompañamiento de mi ausencia, al que no ha tenido el coraje ni hoy ni nunca, de simplemente acabar para que no la acabe.

-       Sin embargo, ese diácono favorito de la muerte que es el tiempo, ya ha sumado mucho, sabes, este lugar no es más que otra de sus hojas de cálculo... Pero, tú debieras explicarme ¿Cómo lleva una alondra su canto virtuoso al cementerio del arpa, al lugar donde el fragor del volcán mata las aves y envenena el viento? ¡Qué escasa la poesía cuando han perdido ya su música las palabras!

No era esa la pregunta. Cualquier respuesta podrá abrir la puerta de la jaula donde siempre he estado, foso de fieras hambrientas y sin nombre. Sus palabras, que algún sueño de mis vigilias ha esperado, van a brotar de su boca moduladas sin prisa y entonces habrá bestias infernales manando de todos los rincones, con la avidez ardiendo en los ojos. No podré defenderme con el argumento insano de que ha usado antifaces sobre el rostro, toda su vida, mucho menos perfeccionando aquel útil criterio mil veces esgrimido, de que el tiempo todo lo marchita. Ni siquiera lograré, como hasta hoy, persistir en mi silencio aterido, cuando sus motivos se escuchen nuevamente y su voz llene este lugar. ¡Cómo le hice esa pregunta! Tardaré los días que me restan, en expulsar los mullidos ecos de su voz de este maldito sitio. Cuando solo mi espíritu habite este recinto y solo él camine estas baldosas quebradas, estaré todavía abanicando los ecos de las palabras que ya ella va a pronunciar, como si un espíritu común y corriente no tuviere quehaceres más honrosos, de mayor satisfacción, que el andar apagando rescoldos de palabras ardientes o incensarias que fueron dichas sin propósito.

-       Te estás muriendo... Vine al saberlo...

Es inútil. Tardaré siglos en borrar de mi mente su rostro, esa súplica egregia emergiendo de sus ojos como fuego frío, llegará a cualquier sitio en que me halle. En mi reverbero lleno o vacío se escanciará como antiguo reactivo que devuelve la vida a lo que toca. ¡Qué importa que no sea yo lo que la ha herido sino el vaho irrespirable de mi ausencia! Su egoísmo certero ha venido hasta aquí a procurarse y procurarme alivio, y está extendiendo sin censura ese sentimiento. No le pedí que fuera distinta en el pasado y no ha cambiado, ninguno de los dos sabría como transformarse ahora. Ni el estar casi muerto puede impedir que saboree sus ansiedades, este minuto inocente acaso pueda ayudar un poco a que todo se ordene, a que este aire sea respirable.

-       Temo que esa no es una razón, sino más bien una maldita justificación.

Ella da vuelta lenta y armónicamente. Si no veo sus pies puedo casi creer que ella es un ángel. Fuma un largo cigarrillo, de color blanco y le pido uno. Ella lo enciende y puedo observar que como yo, lleva puesto su anillo de bodas, el cual parece emplear una retórica muda e insidiosa testimoniando nuestro enlace, tan pretérito que solo sobreviven estos rizomas achilados. Ese anillo, como el mío, no consigue comprimir esta década de soledad y muerte con su brillo perfecto, semejante en este momento a un suave somnífero. De repente quisiera ser grosero, no querer averiguar lo que abriga en su alma y menos aun dejarla que vea dentro de mí.

Es la hora del whisky, sé que ella lo recuerda, me debe las mismas tardes en el balcón que yo le debo...

-       Prefiero whisky pero me conformaría con un martini.

-       No podría olvidar tus gustos. Los enfados deben estar     aguardándome en la fosa que hace rato ya mis angustias eligieron. Pero, ¿dónde colgarse los rencores si no podemos siquiera cargar los huesos? Alguien escribió que la mejor venganza es el olvido, esa ventana de hotel barato que no deja ver mas que un muro. Pero, es probable que ese idiota ignorara todo sobre el tema. Nada puede enterrarse, solo damos vueltas y vueltas alrededor de cosas pensadas como fijas, que se están moviendo todo el tiempo como un perpetuo torbellino... ¡Qué bella palabra, no recuerdo la última vez que se deslizó por mi boca!

Toma el vaso con ambas manos y va hasta el refrigerador por hielo, creo. Lo abre... Lo cierra. Tarda un poco en comprender que el motor está muerto, que ha dejado escapar, sin querer, un olor de epidemia, de verano largo amarrado a una charca podrida.

-       No entiendo nada, Rafael. Siempre fuiste tan lúcido... No comprendo como puedes hacerte esto...

Mi nombre. El sonido de mi nombre. El hermoso tono de su culpa recorriendo acariciante las seis letras perennes de mi nombre. De pie, enmarcado por la ventana, he de verme desde la calle como una de esas baratas reproducciones de un tipo viejo y calvo con roja nariz de bebedor, que esta medio sonriendo sin motivo. El viento pasa sobre mi escaso cabello y mis tontos pensamientos, murmura algo acerca de lo vano de todo, se aposta de improviso en algún punto como neutral observador y me mira: Casi un barco volcado en algún astillero viejo, ya olvidado, con el casco roto y vestido por completo de herrumbre, el mástil convertido en nido de feas aves que hace años se olvidaron de migrar y revelan en su poco plumaje una creciente apatía por la vida...

A qué viniste, Belén, pequeña, tu rumbo tan perdido viniendo a dar aquí, a este lugar que no recuerda nada que hayan visto tus ojos. Mi canto de muerte no te dará nada de nada, mi nave de angustias ya no puede irse de aquí... Tú llevas en la piel al atardecer y puedo ver los recuerdos de hermosas ensenadas en ella. Aquí no, mejor cierra tus ojos, la noche aquí es costumbre hasta de día.

-       Nunca fui lúcido... Solo fueron absurdas coincidencias...

Del estante toma uno de mis libros, una novela que escribiera quince años atrás, cuyo título nunca me gustó. “El breve gesto ante la fachada”. Fue adorado por la crítica y testimonió lo poco que importaba un detalle tan nimio como mi gusto por el sentido del título, si por el contrario me veía bien en la foto de la contratapa. Era vital la imagen, mi imagen, que inundó las galerías con mis dos libros anuales, y que alimentó la imaginería popular acerca de todo aquello que me pertenecía, mi vida privada que se hizo luego juguete del público, condición que yo estimulaba desde la cátedra universitaria como si esta fuese una pasarela, a cuyos costados, yo no lo ignoraba, estaban todos hacinados aguardando para ver mi caída. Tú sabes, todo ángel termina por romperse las alas en alguna caída sin importancia, a pesar de haber superado sesenta años de vuelos, con arriesgadas barrenas y bruscos contrapicados.

Belén mira la foto de la contraportada, completamente abstraída. Descubre las mentiras y exageraciones que otros dijeron sobre logros míos, que yo siempre sentí como vanales; comprueba una vez más, que uno o dos premios no pueden salvar a un hombre de sí mismo. Cuando voltea, las lágrimas han comenzado a desprenderse de sus ojos sin que sufra en el rostro el requiebro que ello supone. ¡Que bella vestal, un mundo en mármol haría de ella una heroína, y guardaría su llanto eternamente en un cofre de vidrio!

-       Los buenos tiempos... precisamente ayer pensaba en nuestro hijo, en lo distinto que hubiera sido todo de haber vivido el chico. Pensé en el firmamento, que tenía entonces el mismo color de tu poesía, la poesía que brotaba espontánea de tus manos... El firmamento, que gris se ha puesto desde entonces... Ayer, Rafael, te sentí por todas partes... Te voy a sentir hasta que te alcance.

Sin un aviso, sin una pequeña clave. Solo por el pasado oneroso y los saldos en rojo, que abundaron. Con la fe en el instante, animosa, eterna, Belén camina dos pasos moviendo el aire quieto, estrujando mis fantasmas sin nombre, resucitando inquietudes  de otros que no  han muerto dentro de nosotros, elevándose sobre los tontos años pasados averiguando nada... Corre, Belén, último paso hasta llegar al oceánico borde de la cama, aroma de astromelias, lirios cocidos en bagazo de fique, trenzas de nudos amarrando este maldito lugar. Dale Belén, no detengas la danza, termina tus dos pasos de mil años y abraza a tu marido Rafael, que no puede pedir ni en oraciones pues su orgullo inservible le dobla en peso, mírame Belén, el lastre que me hunde habita hace tiempo mis pulmones, me destruye a pedazos sin remedio.

Así puestos debemos semejar lo que fuimos siempre. Tanto vigor guardado sin ponerle objeto y luego se viene la vida dando gritos de loca, tumbando bardas y puertas cerradas, a intentar convencerte de ese hecho sencillo, que los frutos se dañan si no te los comes. El abrazo nos tiene tendidos, oigo la voz de su exaltado corazón, su respiración esponjada por el vértigo; inhalo todavía intacto su perfume de siempre, enhebrado en el sudor del largo día, pero permanezco tranquilo y quieto ordenando las imágenes de este breve reposo, en algún hondo espasmo, en una grieta que esperaba muy dentro por esto, adherida ignoro como al frontal.

Si, la estuve buscando sin buscarla, la llamé a gritos de noche, en el vestíbulo de mi boca, cerrada de mutismos. Ella se vino para acá, se acordó del camino... Esta mansión sin dueño, puede por fin quemarse con mi espíritu dentro.

JOSE IGNACIO RESTREPO Copyright ©

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7 comentarios:

Sandra Marisa dijo...

‎"La sombra que ahora eres se ha deslizado incipiente por todas las baldosas de esa casa... has terminado devastado de recorrer sin descanso esas estancias, de no hablar con nadie y a nadie recibir... Sin embargo, esta sombra que eres teme y desea que alguien llegue...
¿Fue hace un segundo que deseaste que arribara, o hace toda una vida?
Su mirada sin tiempo viene en tu auxilio, a firmar un armisticio por ninguno de los dos invocado, pero para la vida de los dos preciso.
De los meses sin modular palabra, sin oír la voz de nadie, brota un tono nativo, canceroso, cuyo acento indispuesto parece nacer de mil días de resaca.
Le hablaste a tu sombra, doblegada por los años y por mis íntimas fracturas, de la maldita enfermedad que se está alimentando de tus vísceras,
¡Qué escasa la poesía cuando han perdido ya su música las palabras! Ni el estar casi muerto puede impedir que saborees sus ansiedades...
No podrías olvidar sus gustos. Los enfados deben estar aguardándote en la fosa que hace rato ya tus angustias eligieron pero, ¿dónde colgarías los rencores sino puedes siquiera cargar los huesos?
Nada puede enterrarse, solo das vueltas y vueltas alrededor de cosas pensadas como fijas…
La estuviste buscando sin buscarla, la llamaste a gritos esa noche, en el vestíbulo de tu boca, cerrada de mutismos. Ella fue, se acordó del camino. Si fueron minutos después, o fueron horas, no lo sabes.
Nunca fuiste lúcido... Sólo fueron absurdas coincidencias...”

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

TE ENCOMIENDO EL SUCESO DE NUESTRA VOZ COINCIDENTE, SE NOMBRA AL TIEMPO SIN HACERLO PORQUE LA VENTAJA DE SABER DEL OTRO ES IGNORAR QUE CONVERGE CON TU VOZ Y TU SILENCIO, Y ES PRESENTE Y AUSENTE YA HACE TIEMPO...TE DEJO VENTILADO MI ROSTRO, SU NACER IZQUIERDO, LA VENTANA QUE SE RESPIRA BIEN QUE NO RECIBIÓ LA FRACTURA POR ESE PUÑO ESA MAÑANA DE DOMINGO JUGANDO AL FÚTBOL, Y MI MANO, LA QUE SE DEJA ARRASTRAR SIN RESISTENCIA POR VERBOS SUJETOS Y PRONOMBRES, ESTA...LA QUE CUBRE TU CORAZÓN BLONDO CUANDO DE TU NADA O DE TU TODO , SURGES...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

MIS VIEJAS LETRAS ABRIERON LA PUERTA DE MIS NUEVOS ESCRITOS,ACASO TE PESE HOY HABERLAS EN ESTOS SITIOS SABOREADO,QUE CREO QUE NO...YO PIENSO IGUAL, COMO LIBRO QUE AUN NO ESCRIBO, ABRO MI FANAL EN LA MAÑANA Y AL OSCURO Y FATIGOSO MOMENTO DE CERRARLO, CLAMO PORQUE LLEGUE EL NUEVO DÍA PARA SEGUIR ESCRIBIENDO, LOS TEMAS NUEVOS, LOS TEXTOS QUE LLEGAN SALUDANDO CON LAS MISMAS PALABRAS PARA QUIENES ME LEAN, PERSONAS COMO VOS O COMO SANDRA, QUE POR HACERLO RESPETO...

Fabiana dijo...

Y que bueno haber entrado descalza, no para no hacer ruido...sino para no dañar los entretejidos de esta alma...
Porque el tiempo es el tiempo, y nada más que eso, y no es él el que pasa, sinó nosotros a través del tiempo y nos permitimos despojarnos de las capas que nos hacen invulnerables a nuestras propias dagas...porque no nos adjudicamos la propia valía...por pudor? por convicción? por ignorarla? no lo se... sólo se, que el hombre vale por lo que le hiere...y que bueno querido Vespasiano, que páginas que hoy están en blanco, mañana contendrán tus sueños...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

Lucida sombra la que alumbra la senda callada de tus pasos...gracias por venir, Fabiana, por cercarme, después de todo con el galante sonido de tus ecos...

Mardy Mesen Rodríguez dijo...

En mil rostros he visto esta historia repetirse, pero nunca la he leído tan hermosa y tan elocuente.
Entre los viejos muebles una estancia yacen al unísono la vida y la muerte, al son de un movimiento, de una palabra.
El tic-tac que avanza en cámara lenta, agudiza cualquier señal y silencio, pausa entrecortada en el tiempo; un malabarismo en diapasón suspendido. Dos almas, dos voluntades frente al olvido. Cómo no amar tus palabras que nos reiteran lo más dignificante de haber vivido?
Ando perdida en el Edén de tus letras, encontrando cada vez más belleza en el camino.
Felicitaciones Jose Ignacio Restrepo!

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

...Cómo está de vivo tu recuerdo, queridísima amiga, Mardy Mesen...Todos los abrazos al releer sobre la huella de tu paso...!!

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