sábado, 25 de diciembre de 2010

DOS + UNO = TODO / EL AMOR, DE LA MANO DE LA ANDALUZA CARMEN SORIANO

El amor, a veces...una telaraña

por Carmen Soriano


A las siete y cuarto de la mañana, Marcelo Llanos seguía sobre el suelo con la boca hundida en el albero, las manchas en sus pantalones eran una muestra fiel de la incontinencia que le producía su agonía. Se giró con un mortal esfuerzo y sufrió el repentino encuentro con la luz solar… al poco la vio… suspendida sobre las nubes, allí estaba Beatriz, sentada, agitando graciosa su brazo y sonriendo como habituaba.



En un doloroso espasmo se retuerce de nuevo su vientre desahogándole del todo y una placentera tranquilidad le induce un profundo sueño, ligero y corto, muy corto. Despierta. Sobre las nubes ya no ve a Beatriz. Una bandada de migratorias pasa sobre su cabeza dibujando en sombras su itinerario, le parece verla entre ellas, sí, es ella, volando con el resto, le mira y le saluda mientras se aleja en una uve perfecta…


Juan, tan cortés como rígido le invita a pasar a la sala no sin antes sugerirle que elimine de sus zapatos los restos de albero, Marcelo atiende a su petición casi obediente, es un viejo amigo y le conoce, el tono que utilizó fue más severo que una petición de las que normalmente se hacían entre compadres en aquellas tierras… algo pasa, lo intuye.

En la sala, Agustín Justo, de pie junto al reloj le mira distraídamente cuando entra e inclina su cabeza como saludo evitado. En el sofá de madera, cándida y embriagadora, como siempre, la sonrisa de Beatriz le produce una honda quemazón en el vientre… siempre ocurría lo mismo, en su presencia se detenía el tiempo y por más que fueron muchas las veces que pidió su mano a su viejo amigo Agustín, a esas alturas ya sabía que no habría de tenerla más que como aquel escozor tan urgente que detenía el mismísimo girar de la Tierra en su presencia. Ella le mira a los ojos con una desconocida ternura, casi se le antoja melancólica. En el éxtasis que le produce la presencia de Beatriz a sus pesados años de soledad impuesta, le parece escuchar a Juan preguntar si quiere limonada y asiente con la cabeza. Percibe cierta tensión en el ambiente, miradas de Agustín que le aguijonean como tácitas acusaciones ¿será acaso de que se ha percatado de cómo está sintiendo a su hija? Indiscreto, por debajo del faldón de la niña, asoma el filo de una enagua, Marcelo, perdido en la promesa de aquel encaje no se percata de cómo Agustín se dirige enfurecido hacia ella, de un seco tirón rompe la magia. La fuerza del ganadero ha impulsado a Beatriz hacia adelante, tiene que sujetarse a la mesita de mármol para no caer al suelo. Definitivamente el aire es tenso, las miradas vuelven a cruzarse. Juan y la limonada tardan en llegar, las palabras también. Sigue obnubilándolo todo aquella sonrisa de la niña.

Marcelo ya no ve las nubes, ni el sol, ni a los pájaros, ni a Beatriz. El frío recorre tímidamente su frente pero la boca en su costado sigue ardiendo como en el momento en que se abrió, sabe que va a morir en breve, intenta comprender por qué, si al menos valió la pena… eso parece.

La limonada fresca relaja un poco la tensión entre los cuatro de aquella sala y la garganta seca y acalorada de Marcelo agradece el líquido. Agustín ha empezado a decir algunas palabras mientras Marcelo sólo sigue buscando algún rastro de las enaguas, soñándolas… a su edad y de aquella manera enamorado, le hace hasta gracia. Las palabras de Agustín han alcanzado un alto tono y ahora en su ensoñación entre las piernas de Beatriz oye algo acerca de la hombría, de la vergüenza, algo sobre mancillar algo, intenta prestar atención a su compadre que parece realmente enfadado y se acerca a él rápidamente con el brazo en alto. Juan sujeta la extremidad de Agustín y Beatriz grita sin sonrisa. No hay sonrisa. No hay enagua. De nuevo Agustín se le acerca, como la más brava de sus reses, no hay tiempo para el recorte, no hay esquivo posible, junto con el empujón de Agustín algo helado le traspasa como fuego por el costado izquierdo. Beatriz grita ahora más fuerte. Tras la arremetida Marcelo sigue de pie, está junto a la puerta de entrada, como cuando llegó vivo esa mañana, ahora, muerto, ve en los ojos de Agustín un transparentar rojizo, la sangre. Una nueva arremetida del bravo desplaza el cadáver que permanecía de pie hacia el exterior y en este último ataque lo deja caer bruscamente sobre el albero. Marcelo puede oír en la lejanía los gritos de Beatriz, un llanto seco y nervioso, Juan también dice algo a gritos. Al cabo de dos minutos ve pasar a su viejo amigo y ahora verdugo, arrastrando a lo que más amaba de la mano, mientras Beatriz lo mira y suplica, Marcelo nunca vio esas lágrimas, no las hubiera consentido… al viejo Agustín le puede la juventud de su hija y no puede impedir que ésta se suelte de mano. Se acerca a Marcelo, se agacha junto a él y toca su frente, intenta sonreír. Marcelo mira a la niña, ya nada le duele, le ha tocado, ya no duele nada sólo porque por primera vez ha sentido su tacto. Agustín vuelve por ella y la arrastra de nuevo alejándola del cadáver, mientras Juan mira desde la puerta, le observa unos instantes para luego darse la vuelta y entrar de nuevo al caserío.

Está atardeciendo y ya no queda más sangre por derramar, siete horas de agonía parecieron suficientes, Marcelo, acabado, aún no comprende. Agustín con un cuchillo, Beatriz tocando su frente, Juan con la limonada en la mano y aquella arena picándole en la boca… sigue pensando con lo poco que queda. A su izquierda oye el crujir de un cerrojo y tras él la voz de Juan
-Mi querido amigo, cómo hacer para que me perdones, para que comprendas de lo que he hecho, Beatriz es tan bonita, tan bonita… cómo evitarlo entonces cuando se acercó a mi… cómo lo hubieras hecho tú; un desliz imperdonable compadre y estaba dispuesto a confesarlo todo, quería ser responsable pero Agustín da tanto miedo… y Beatriz habló primero de lo del bebé y entonces Agustín dijo tu nombre… todos sabíamos de tu obsesión por ella, pacté entonces con el diablo amigo, el mismo que parió a esta niña que no sólo ha sido tu perdición sino la mía… a ti, al menos, te librará esta injusta muerte… Agustín me casará con ella agradeciendo mi gesto de ofrecerme para custodiar su honra… te lo juro Marcelo, le pondremos tu nombre… lo siento.

Sobre el rojo de la tarde sevillana vuelve a ver a Beatriz en las nubes, de blanco entera va vestida. Sonríe. Sobre el blanco de su vestido, en el costado izquierdo, un hilo de sangre desciende hacia sus tobillos sobre los que asoma una indiscreta enagua. Beatriz desciende lentamente y Marcelo se siente subir al mismo tiempo, suspendido, sobre el porche de la hacienda, toma la mano de la niña que sangra
-Tú no, tú estás perdonada… tocaste mi frente, valió la pena




La redención en tu lengua

por Carmen Soriano


Resarce una metáfora la historia
como no imaginara el recorrido
y el diente de león crece de nuevo
en las esquinas que encharcaron
viejas lluvias, aguaceros...


Recupera Némesis un verso

que pasó por alto la reminiscencia

de la grandeza del alma, la sutileza

que no ha de correr piernas abajo...



En el nombre dejado sólo

al libre albedrío elegido...

sin pirómanas batallas

ni argumentos contrapuestos...
encuentro el mío y en ti me redimo.



Sana el amor inmerecido

pone al moho bicarbonato

y tapona la hemorragia

por décadas vertida...
y hermana un alma que perdió su letra




Sólo por hoy te pienso

por Carmen Soriano


Ha sido la casualidad la que me trajo tu nombre esta mañana, debería encontrar sin demasiada dificultad las palabras para expresarte que ocurrió en mi interior, supongo que lo difícil será en todo caso analizar qué es lo que ha ocurrido pues de inaudito me sorprende, con cierta alegría no voy a negártelo.

Ha sido una década pensando en ti, pero no te frotes las manos, querido, no confundas lo que digo, no te he pensando ni una sola vez, hasta hoy que lo hago con un leve sonrisa en mi rostro. Ha sido al pensarme a mí, cuando inevitablemente acudía tu recuerdo como acude la sombra al nogal de mi patio cuando cae la tarde; en diez años no pronuncié tu nombre ni siquiera en la soledad de mi noche insomne, ni sobre el hombro de mi amado cuando sobre él tenía que echarme. Te lo dije y he cumplido, como si no hubieras existido nunca, y así ha sido. Recompuse mis pedazos desde dentro y sin memoria te lo garantizo, contigo en mi recuerdo no habría podido.

Y ante todo te aviso, no es esto un reproche, habrías de importarme para que lo fuera, es sólo el último broche que cierra tu historia y la mía, que no debieron converger nunca pero lo hicieron por capricho del destino o por prueba que me debía; como te digo ha sido la casualidad esta mañana, alguien muy querido dijo tu nombre, preguntó por ti ¿qué fue de tu ex marido? yo respondí si escucharme “No lo sé”, hasta ahí llegó tu protagonismo; y ahora que retrocedo y lo analizo, es cuando me doy cuenta de todo lo que he dicho, “no lo sé” porque no me importó en absoluto desde aquel día, porque no me interesó saberlo, incluso ahora que te escribo no sé si quiera si cumpliste tu destino y eres un anónimo cadáver hallado en alguna olvidada cuneta, o si por el contrario encontraste lo que necesitabas y por fin eres un hombre ahora que rozas los cincuenta. De cualquier manera no me importa, no más que dedicarte estas letras que mereces, pues aunque fantasma desterrado aún te debo tanto que no me parece justo que no lo sepas.

Que no te amaba lo sabías, pero también sabías de cómo quería hacerlo y que siempre te fui sincera, de todos mi amantes eras el mejor sin duda, como amigo fuiste siempre divertido, como esposo un desastre y como hombre inexistente. Perdí tantos años intentando acompañarte en aquel camino tuyo sin rumbo ni destino, que terminé perdida más que tú en aquella casa nuestra que encerraba tanta inquina y tanto duelo… encontré mi sitio en cuanto salí por la puerta te lo aseguro.

Y aunque nunca te dije del daño que me hiciste, sé que mis ángeles lo hicieron, eres consciente de cómo me gastaste y como se rompió lo que había dentro. Reconozco mi prepotencia de aquellos años tan jóvenes e inexpertos, de creerme suficiente para iluminar tus estancias internas… que absurda era, pero me sacabas tantos años y tanto recorrido, que donde no pude yo poner luz pusiste de tu sombra la presencia, una lección vital fue aquello.

Pero como te digo te debo, gracias a ti sé ahora de la resistencia de mi alma, de su grandeza, esa que siempre envidiaste y que por eso dañabas, y lo hacías bien. Me pienso ahora y te veo como siempre, emérito maestro de correrías entre sábanas, homicida de mi inocencia sin años de entonces, hereje del cariño que tanto nombrabas y que debía retorcerse en el platónico mundo, caricatura de gran hombre… de alguna manera tú me hiciste, eso que te debo, fue por ti por quien dibujé mis límites; ahora desde ellos me cuido y me funciona, nunca más permití un insulto, nunca consentí un golpe, nunca nadie me tocó sin permiso, nunca nadie volvió a quemar mis letras, no he vuelto a llorar así después ni a mirarme las venas de aquella manera…

Y como te decía al principio, me sorprende lo que he sentido al traerte de nuevo a mi conciencia, no es dolor de aquel que había, no es rabia, ni rencor, no es nostalgia…  es una leve pena, una ligera tristeza por tu alma aquella que siempre intuí que escondías debajo de aquella máscara, pena, sí, porque aun creo que no pude estar tan equivocada contigo… y aunque sé que estás maldito, no por mí, nunca lo hice lo sabes, nunca te maldije, quisiera pensar que tu alma se salvó de alguna manera de aquellos instintos tuyos, o que tal vez el tiempo templó tus maneras, o que alguna joven bella, de esas que te gustaban, haya sabido encontrarla e iluminarla. Así que ya ves, después de tantos años y tanta lluvia, mi primer pensamiento contigo ha sido lástima y me sorprende… pero también me alivia, y desde la presente te digo, quedas absuelto desde hoy, lee esto y vuelvo a tu lugar inexistente en mi memoria

Cedidas amablemente por la autora para su publicación en este medio, estas tres obras tienen todos los derechos registrados

1 comentario:

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

Aguda perla de prosa que reverencia el constructo en primera persona, y convalida el relato de sentimientos ajenos que solo se conocen por el manejo de los tiempos del actuar narrado. Puedo entender que se piense ha de haber una confluencia o varias desde tu magnífico tema, con nuestras vidas presentes o futuras...solo es fundamento del egregio manejo y método...Nada personal...

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