domingo, 7 de octubre de 2012

FELICES, SI HAY REMEDIO.../ EL CUENTO DEL AUTOR

NO FUE SOLO UN MAL SUEÑO
por José Ignacio Restrepo




Todos tuvimos quien nos diera de mamar una primera vez. Aunque fuera una partera de pago, laborando por horas, o una enfermera ordenada y hacendosa, con el biberón en su mano, de esas que aguza los oídos para escuchar antes que todos, las pisadas de los patrones. O por lo menos, una vieja sirvienta que todavía recuerda su labor, regida por los gimoteos de los nenes en algún hospital lejano. Algunos contaron con una familia y fueron formados legalmente, como dios manda, pues padres, hermanas y hermanos les repetían una y otra vez, come con el cubierto, lávate las manos, métete la camisa, no te hurgues la nariz, siéntate derecho. Todas esas fórmulas fatigosas de cumplir pero socialmente útiles, para ser capaces a lo último de salir al ruedo…y parecerse a los demás.

Yo apenas tuve algo de eso. Ni padres, ni hermanos, solo un poco de guía nada más. Al que sirvió de ejemplo, lo recuerdo siempre alzando la voz y dando gritos, y por su nombre incomparable: Casio. Él medía casi dos metros y siempre le vi en su batola de enfermero, pues cuando salía del hospicio ya vestía con otra ropa y no podíamos verlo. Esa ala del edificio, la de los administradores, era independiente y no lindaba con la nuestra. Alzaba mucho la voz cuando no estábamos atentos, y casi enseguida el grito nos decía que no lo estábamos haciendo de la forma correcta. Desde entonces supe que sería como ellos, como los administradores, entendí que el orfanato solo era el sitio de pruebas, y que de superarlas con algún mérito, simplemente pasaría al siguiente nivel. Lo busqué una vez, hace un tiempo, para agradecerle, para darle algún beneficio por haberme formado tan a las malas, pero tan resistente. Ya no existe, algún pazguato cobrador que le fue a cobrar una deuda, lo dejó tirado y sangrante en el embaldosado artificial de su viejo apartamento.

Bueno, eran solo algunas cuitas para entrar sobre el tema, cuando uno está abatido le llegan esas noticias, inmutables y propias, los llamados recuerdos se presentan para dar con que entender lo que el presente nos deja.

Si hubiera tenido abuela, no tendría males de boca. Las abuelas son tanto más tiernas, cuanto más rebelde sea el crío. Eso sí son buenas, porque gente volada del infierno hay por toda parte, te lo digo yo con total conocimiento. Y este mal de boca que me aqueja de seguro ni siquiera lo tendría, si en vez de aquel violento empleado de hospicio, el enfermero Casio, hubiera tenido a mi lado, por días y noches sin término, a una abuelo o abuela de esos de los cuentos, formándome como se hace con los santos…para que una vez muertos se vayan derechito al cielo.

Pasar la lengua por el borde, es un calvario. Solo les digo que tengo todos los nervios a punto, a cien…No obstante estar intactos, y aunque no estén cubiertos por ningún diente, mis dientes me recuerdan esos abuelos que no tuvieron a su cuidado. Esto no empezó tan lejos, como para no poder contarlo. Si hago una sinopsis os haré entender cómo vine a quedar sin siquiera un diente, antes que aparezcan los contrarios…No deben tardar, pues cómo veo las cosas, me llevan media jornada, debí haber dormido algo más de tres horas, por la maldita anestesia. Y  que lo dicho testifique, que no fue por los dientes, que este maldito aquí sentado va a perder sin hacer repulsa lo que tiene.

Y, ¿lo podrás comprender?, de un oscuro comienzo como el mío, en un orfanato del Estado, nadie quisiera hablar, y yo tampoco. Me puedo remitir mejor, a esa iniciación tardía, como la llamo yo. La primera prueba ante aquel patrón fue simplemente un homicidio, él quería saber si se podía contar conmigo, y yo solo gasté dos cartuchos de los doce que traía la pistola. En eso vio él, que yo también era ahorrativo, que sería cuidadoso en las finanzas, que no era botarate a la hora de comprar, pues quien así se comporta buscará realizar el negocio que sea, para poderlo tirar luego. Ahí se distinguen los que traicionan, los que venden, pues nunca lo que tienen les es suficiente. Escalé en un envión lo que a otros les lleva toda una vida, pues puse bajo el escrutinio del más grande, ese bien valor llamado carácter, que se ata sin reparo a la honestidad, a la confianza, a la ética. Quién dijo que los delincuentes no tenían de esas cosas, si es en sus escenarios donde más se necesitan. De uno a otro encargo, me di a la tarea de cumplirle siempre de manera perfecta. Y los resultados no tardaron en llamar positivamente su atención. Pasé de ser operario del gatillo, a ser parte de la plana media, con más de cincuenta hombrachos a mi cargo, y ellos aprendieron a respetarme, pues en mi boca no cabía una palabra que no viniera directamente de la boca del jefe. Y ése hombre para ellos, estaba en el nivel del mismo dios…

Fue un asunto de mecánica celeste. El Don fue sorprendido por uno de esos jineteros, que quieren llegar primero por solo hacer el trabajo sucio, de alguno que promete demasiado y jamás cumple. Solo cuando le vi en el ataúd, supe que ese destierro eterno ha de ser plácido, pues la cara del jefe mostraba un franco semblante, como el que presenta aquel que entrega el deber cumplido. Tenía puesta en el rostro esa sonrisa coherente, que los padres muestran a sus hijos tercos, cuando ya han aprendido la lección que ellos mismos con dificultad asimilaron. Afable, era ese el gesto. Él, que siempre lo vio serio y hosco observaba aquella condición anormal, que  se había quedado a dormir en cada uno de los músculos que componían su faz. Y los que le distinguimos con nuestro aprecio, no podíamos dejar de echar un vistazo a esa última expresión paternal.

Al cónclave asistieron bastantes, en todo caso sí llegaron todos los estrictamente necesarios, y tras el ágape que se acostumbra, todos votamos en la urna de Jacintos, cuyos visos de color azul hacían de esta función, un momento casi sacro. En la organización, únicamente algunos pocos habían votado más de dos veces, para elegir  al sucesor de un Jefe. En términos estelares, yo apenas había llegado al grupo. Pero, contra toda posibilidad, fui erigido en jefe esa misma noche, solo dos personas cercanas, prefirieron a otro de los comensales allí presentes. Y ese fue el comienzo. Con semejante aval, ya era yo el responsable de coordinar cada viraje de esta nave, buscar por todas las formas que nuestras tareas subrepticias e ilegales, tuvieran un más allá de reconocimiento y fortuna. Tal es en últimas el propósito de enfrentarse a quienes demandan de todos el cumplimiento de las estatutos. La ley es para nosotros una trampa para evitar que conquistemos otro peldaño de la escalera, donde al final nos espera el poder y la riqueza.

Hace trece años que nadie vota otra elección, en esa bonita vasija color azul blancuzco…Y llegó la hora de que me resguarde, de que cubra mis pasos. Cada minuto gobernando esta administración sin nombre, aumentando mis bienes y mis herencias, y las de todos los asociados, es una batalla ganada a los ataques permanentes de nuestros enemigos. Estoy cansado de correr. No le voy a echar la culpa al trajín, pues mucha agua ha pasado bajo el puente, y esto lo elegí con cada decisión que tomé, hace ya mucho tiempo. Yo sabía que llegaría la hora de desaparecer, con lo que no contaba era con las dificultades que tendría en este momento.

Hecha la síntesis, hagamos claridad sobre lo que tengo, lo que debo, y sobre el escenario donde están ocurriendo todas estas inspiradas reflexiones, no sea que el que lea se aburra y se impida por propia mano, de llegar junto conmigo a la rezada de ese fatal, postrero Padre Nuestro. No hay casi luz en este pequeño dispensario, desde que llegué ya lo había notado. Fue entonces y no ahora, cuando debí hacer algo al respecto. Pensé que con esa lámpara rectangular el trabajo de este, cómo le llamo, especialista, quedaría bien hecho, y él podría ofrecer por el todas las previstas garantías. Pero bueno, me equivoqué. Se demoró un poco en perfilar cada pieza, sirviéndose de una fresa que era la luz de su instrumental, todos y cada uno de los dientes y muelas, que reposaban como prueba de mi identidad en mis antecedentes delictivos. Poseer el detalle completo de mí historia dental, junto con la huella de la mordida, los hacía cercanos a mí. Era igual que poseer, el dactilograma completo de los veinte dedos de mis manos, que desde el año anterior ya sencillamente no era exacto, pues mis yemas habían dejado de existir.

En todo caso, no quisiera ser espejo si fuera a reflejar la imagen de mi boca abierta. Tras dos días ininterrumpidos de intervenir mi boca, y con los dos brazos atados por pura prevención al descansa manos, una estúpida conversación había saltado de aquí para allá, hasta coronarse como suele pasar en estas situaciones, con una decena de lentas afirmaciones de mi cabeza. Sin yo darme casi la maldita cuenta, confirmé con éstas aserciones una sospecha, que para el dentista se convirtió en la peor y mejor de las noticias, y en un motivo insalvable para dejarme atado aquí, con la boca llena de esas horribles tuercas, unas roscas metálicas donde deberían encajar los nuevos dientes, que podía ver a mi derecha sobre un estante, en una caja aún sin desempacar.


Debí estar mudo o por lo menos callado, y no creerme tanto o más que aquel a quien suplí en este cargo. Al parecer, era yo el responsable de la muerte de su querida, que ocurrió hace diez meses y algo, y todas las preguntas y derivas que yo había respondido afirmativamente, le dieron la prueba sobre el particular. Estaba atado firmemente a la silla de aquel odontólogo, sin uno solo de mis dientes, comenzando a recuperar la conciencia del dolor, esperando a que regresara acompañado de quienes nos hacen todo el tiempo la guerra diciéndole al mundo entero que nosotros somos los malos, y no ellos. Y no tenía nada más que hacer, sino esperar, pues él debía ponerme mis nuevos dientes. O algo temporal, con qué poderme ver sin que me de un ataque de pánico ante el espejo.

Y si no, ¿cómo podría comer la maldita comida para puercos, que sirven en la cárcel?



2

Nadie puede afirmar, y yo no voy a hacerlo, que uno puede acostumbrarse al maltrato, a la mal comida y a la falta de salud, por el hecho simple e innegable de sentirse como un cerdo, por ver reflejada la propia maldad y la responsabilidad por los malos actos cometidos, en todo lo que a diario le circunda. Pero, por momentos se olvida la calamidad de ser el que eres, si observas con cuidado y con tiempo suficiente, a todos aquellos que están contigo, pasando este mal rato, que para mi, está escrito durará así como va, dizque algunos años. La costumbre como la paciencia, son aptitudes que llegan a apreciarse, si están acompañadas de la necesidad de sobrevivencia. Este es mi presente, un hecho limitado y temporal.

Tardaron varios meses en completar el trabajo dental. Ese otro malnacido que le dejó atado a la silla, esperando por la tomba, le había dejado literalmente en carne viva, por su supuesta venganza, que en todo caso no va aquedarse ahí. Ya ha hecho lo necesario para que se le encuentre y le sea cobrado todo lo que debe. Da muy mala imagen, además de estar pagando cana, ser burlado y ofendido sin hacer lo propio para recuperar algo de honor. Y él suele cobrarlo todo, de una sola vez. Lo averiguaron muchos antes de ahora y fue en ese instante lo último que supieron. Ese odontólogo de mierda ha de estar pagando su escondrijo a peso. 

Bueno, sus dientes le duelen cada que se mastica un banano maduro, parece simplemente que no fueran de él sino de otro vergajo, que tuviera unos nuevos en su boca chiquita…Él se aguanta lo que sea, porque ese siempre ha sido su carácter, aguantarse lo malo para poder ver realizado lo bueno, más pronto que tarde, así le enseñaron, y siempre ha obtenido rédito de ello.Todo lo espera, mientras los de afuera hacen el trabajo oscuro, sus buenos y bien pagados abogados. Ellos deben encontrar a los pone quejas, a los testigos de la fiscalía, a sus familiares, esas cosas. Averiguar, si alguien tiene casi prendido su rabo de paja, el juez, su esposa, la niña bien de la casa. De algo se tiene que servir uno, porque para eso está hecho el sistema de justicia, y uno tiene que utilizar cualquier arma que tenga a la mano. Sería tontería, un crimen, una salvajada, purgar años de cárcel sin tener que pagar nada.

Ya en una semana viene el ortodoncista, para terminar de poner las dos últimas coronas en los dientes del frente. Ahora mismo, casi no come nada duro, protegiendo las carillas. Si se llegan a quebrar, quedarían afuera, al sol y al aire, esos feos tornillos que parecen del propio Arnold Schwarzenegger, cuando hizo Terminator…Los compas se ríen en la mesa, cuando parte todo en el plato, en pedacitos muy pequeños, para así no hacer mucha fuerza a la hora de masticar. Le bufan, le llaman bebé, y cosas peores. Pero, él solo quiere volver a tener buenos sus dientes, porque después de tanto tiempo de acá para allá en su misma boca, toda esta movida solo por querer ocultarse del pasado, termina pareciéndose a esas pesadillas, en las que todos los personajes son realmente uno mismo, todos vestidos diferente saliendo de cada parte, con sus diálogos y gestos, diversos y elocuentes, siempre con el mismo rostro, el que tienes en el espejo cuando te afeitas por la mañana…Siete días y todo volverá a estar perfecto en su boca, y entonces podrá sentarse a esperar, y ver como desaparecen los obstáculos que lo tiene aquí engranado. Falta poco para recuperar su libertad, y volver a su hacienda, mucho más respetado después de soportar esta batalla, y ganarla a pura mano…


*  *  *
El odontólogo entra al dispensario, que con los cambios sobrevenidos en las cárceles en los últimos años, es un lugar amplio, realmente completo y moderno, con todos los implementos necesarios para hacer del trabajo odontológico algo profesional y sin riesgos, que ofrezca a pesar del sitio, las mejores garantías. Al fin y al cabo, aquí adentro están viviendo muchos de los hombres más ricos y poderosos de este país…La asistente ya lo ha dejado todo preparado para que el doctor me coloque las dos porcelanas en lugar de las carillas que traigo…

-     Muy buenos días…
-     Buenos días, doc…
-   Estaremos ocupados algo más de dos horas, y luego tendrá completa su dentadura. Me llamo Demóstenes Sinisterra, estoy reemplazando a Aldo Cedeña, que salió de vacaciones…
-   Ya le veía la cara un poco más alargada y barrosa, y me preguntaba de qué carro en movimiento lo habían tirado, contra su voluntad…
-     El famoso buen humor carcelario…Bueno, señor…
-   …Dígame el Don, todos me llaman así, como se hacía ahora tiempos…

El odontólogo se le quedó viendo un instante largo, y luego comenzó a elegir todo el instrumental necesario, entre el dejado en el mueble auxiliar por la asistente…Tenía una mirada profunda y de lentos parpadeos, que recordaba vagamente los ojos de las vacas. Se demoraba la preparación de la intervención, y una cierta inquietud fue haciendo presa del paciente, que tenía por virtud o defecto enfrentar esa sensación, silbando las canciones que se hacían famosas en la radio. Su boca tenía realmente algún virtuosismo al hacer éso, y seguramente el intérprete estaba ansioso de verla completa y como nueva…

-   Bueno…Vamos a comenzar. 
El Don experimentó una hermosa sensación. Una suerte de epifanía le recorrió, pues sabía que en breve este infierno de ver su boca como una cosa marchita, por fin terminaría. Las palabras de aquel profesional desconocido eran cada una, como una redención para este episodio de loca insatisacción. Lo miró con la mejor de las miradas, esa que solo utilizaba con las mujeres, la rompecaderas la llamaba él, y que tenía tan abandonada como las tenía a ellas, a su pesar obviamente.

-     Primero lo primero…

Le vio preparando una jeringuilla, con tal propiedad que ese singular pánico que toda la vida les había guardado, se perdió entre la atenta observación. Pensó, todo sea por coronar…

-    …Serán dos pinchazos, arriba en el paladar, no vaya a moverse…

Sintió como entraba la aguja e inmediatamente, la sensación pasó de desagradable a inexistente. Una sacra confianza en que cada cosa que empieza finalmente acaba, comenzó a invadirle y el relax inició su recorrido, previo el trabajo que culminaría con la visión tranquila y esperada, frente al espejo de mano que guardaba bajo la almohada, de su dentadura hermosamente recuperada. 

-    Algunos pacientes temen mucho esta clase de intervenciones, en las que obligatoriamente debemos usar anestesia para completarlas. Piensan que pueden quedarse dormidos, tantas cosas se han dicho que terminan siendo solamente habladurías dañinas para el ejercicio de nuestra labor. Claro, casos han habido. Pero siempre hay detrás un clásico error, que solo se hace público en raras ocasiones, llamado inexperticia, inexperencia, incapacidad, impropiedad, desconocimiento, incompetencia, ineptitud, insuficiencia…

Había comenzado a hacer efecto la droga que le evitaría el dolor. Él escuchaba los comentarios del médico algo separados, como si vinieran de una distancia mayor de la que tenían entre si. Las palabras del final, comenzaron a sonar casi como dogmática retahíla, y él sonríó con la sensación vaga de demorarse para completar el gesto. Claro, la anestesia ya había adormilado los músculos de la boca, y estaba llevándolo casi hasta la somnolencia. Podía ver al odontólogo con ojos de vaca, envuelto en una especie de vaporoso éter, que le dibujaba perfectamente el blanco de su bata.

-  …claro…nada de ésto hubiera pasado, y ni nos habríamos conocido usted y yo, si mi padre no hubiera sido arrollado por ese coche negro…Usted estaría acá, cumpliendo su condena, esperando a su odontólogo de cabecera, para que le completara este trabajo, y yo, almorzaría con mi padre, ese otro odontólogo que solo hacía justicia cuando le dejó la boca hecha un infierno, ¿recuerda?...Sentados al frente de mi almacén de implementos para el dibujo, la talla y la cerámica, almorzando, hablando sobre el calor inmundo que está haciendo por estos días…

Era inmensa la necesidad de rendirse al sueño, y no veía cómo podrían colocarle las…


*  *  *

La asistente vio salir al médico, un poco antes de lo esperado, y sin embargo, por una conducta aprendida desde la facultad, le dispensó una despedida corta, que no alcanzó a completar…

-   No, aun no acabó…Está un poco intranquilo, esperaremos unos minuticos para colocarle las piezas…Prefiero que no lo moleste. No demoro, ya vuelvo…

Ella le sonrió. Siempre hacía eso si necesitaba expresarse ante la autoridad, como signo de respeto.

Adentro del consultorio, el paciente parecía dormir profundamente. De no saber que recién había recibido una dosis de anestesia, uno pensaría que estaba muerto. De verdad….


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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