lunes, 14 de febrero de 2011

POR LOS PRINCIPIOS Y LAS BÚSQUEDAS, BRINDO / UN CUENTO DE J. I. RESTREPO

EL DÍA EN QUE MURIÓ PABLO ARMENDÁRIZ
por
José Ignacio Restrepo

Estoy viéndola bajar por otro nuevo sendero de mi torso desnudo, como bajaron otras por senderos contiguos, como lo harán otras nuevas luego, más tarde. Este tiempo solo invita a sudar. Aquí viéndome podría extender los estudios sobre la gravedad, con solo estar observando estas gotas de sudor descendiendo, buscando la nave inferior de mi vientre, moviéndose ignorante del resto de mi, como ola que ignora que sin el mar realmente no tiene algo de vida…Algunas ya dan a mi ombligo el aspecto de un lago, enclavado en el centro de un valle de aspecto desértico, de cuya cóncava forma no se tiene precedente alguno, por la forma como lo adornan unos negros vellos que más hacia el sur ya se hacen incontables.
Si. Esta tarde podría medir toda esta sudada laxitud, de contar con instrumentos apropiados. Sería una de las grandes, estoy seguro, comparada con aquella que antecede, la decisión postrera del suicida, esa última, que está versada en la suma de los sentidos del silencio que lo han dejada allí, varado, sin testigo alguno, ni esperanza. En mi pulso, el claro vestigio de mi ausente Rolex, hace que observe el suelo: El sol, intercalado con la silueta de los barrotes en la claraboya del alto techo me explican que son algo más de las cuatro de la tarde.
Créanme, amo uno a uno los átomos que forman la estructura de estos barrotes, las seis o siete claves que hacen los cerrojos de esta puerta de acero y de las otras que me separa del afuera, y este cubo, esta pieza que me esconde, que me oculta el día,!porque todo esto hizo que pudiera ver el futuro! Sólo aquí, lejos de mi vida, he podido encontrarme, comprender que lo que pensaba como algo brillante, es  realmente opaco, que a lo que imaginaba de valor carece de él, es tan falso como una moneda de cuero de buey…Ahora descorro la cortina que me separa del futuro, pero debo contarles algo importante antes de completar tal movimiento.
Mi nombre es Pablo Armendáriz y soy Ingeniero Geólogo. Llevo algo así como un mes encerrado en este cuarto, preso, desde que unos hombres me sacaron de mi oficina en la Petrolera, poco después de los violentos disturbios entre los empleados de la terminal de Carburos y los patrones gringos, quienes representan los intereses foráneos de la trasnacional aquí en nuestro país. Presumo que ese fue el origen y aunque desconozco si la motivación es política o económica, creo que mi retención tiene como objeto presionar a los de arriba para obtener mejores prebendas y consideraciones, lo que en primera instancia me hace soportar  esta situación, pues me considero un medio ideológicamente intermedio, si alguien sabe que quiere decir eso además de mi. Me sentía honrado de poder colaborar, y me decía que todo esto era conveniente siempre que pudiera recuperar mi estatus anterior, en algún momento más cercano que tardío. Así veía yo, mis forzosas vacaciones, dentro de una perspectiva loable, pero ahora he vuelto los ojos hacia mis propias consideraciones, y que estos problemas continúen  o se detengan, ya considero algo secundario: si se solucionan estos conflictos, los más grandes persisten, pero esto se ha vuelto con la suma de los días irrelevante.
Sin embargo, no es ello el motivo de estas notas, es por su efecto, más que por su causa, que ahora recostado en este exiguo camastro escribo. Porque este tiempo, este mes largo en que todo lo he desaprendido, en silencio, ha hecho que conozca de mi mismo lo que llevaba desde siempre oculto.
Si, oculto. Como se ocultan las cosas que se volvieron estorbo, en un rincón de la oscura buhardilla, a la espera de un día que tampoco llega, para deshacerse para siempre de todas ellas. Si, oculto de los ojos de todos, de la propia visión, como se deja tirado en cualquier lugar al que no vamos hace tiempo lo que nos causa vergüenza, porque nos remite quizá a un recuerdo bastardo, a una cruda ignominia de que fuimos orientadores y creadores, y después sin advertirlo, también victimas. Mi otro yo, sofocado desde siempre, lejos, como hijo que no admitimos en su nacimiento como propio, descubierto ya adolecente tendido en la acera de una calleja, ebrio, baldado, uno más de los tantos que su hogar es la calle.
Quien lo creyera…Pablo Armendáriz, treinta y cuatro años, profesional, casado, tres hijos, un hombre realizado en la vida, es realmente un indigente, o más pobre acaso, porque cualquiera anda libremente por la calle y él esta preso sin apenas tener culpa del hecho que lo mantiene aquí. Se ha pasado toda su vida obteniendo metas, planeando jugadas para escalar posiciones, para llenarse de cosas que le den comodidad, que le dejen hacer de los momentos futuros recuerdos virtuosos, pero también escogidos recuerdos oscuros, fugas que ocupen el lugar reservado exclusivamente, para aquello que nos ha de remorder…Y ahora que la vida le da un momento para gratificarse por lo ya hecho y para planificar en buena forma lo que debe hacerse para conseguir lo que viene, solo tiene en su boca el sabor que tienen aquellos que han caminado mucho y advierten que erraron el camino, esa extraña y pesada certidumbre del robo continuo de si mismo, un asunto sin corrección probable, un negocio del todo perdido.
He conseguido las cosas que pensé que anhelaba, las cosas que alguna vez pretendí me eran necesarias, y mientras he dejado de lado a aquel ser que alguna vez me causo más simpatía, ese que me movía a unir planes y acciones, y tras conseguir el último peldaño ya pensaba en la próxima escalera…yo mismo. Pero acaso no es tarde aun. El que firma mis cheques, para comerciar con mi sueldo, el que silba tranquilo mientras baña mi cuerpo, el que se acuesta noche a noche con mi mujer y le encarga cuide de nuestros hijos, ese que ocupa con sus prisas la cabeza y demanda de los otros atención a lo que precisa de ellos, desde siempre, ese que ayer entre mis manos simplemente agonizaba, tullido de encontrar el sentido de las cosas en el peor evento de su vida, ese benévolo pero inservible ser humano ha sido sepultado en este asqueroso cuartucho, donde uno naciente paga presidio por problemas que ya realmente no entiende.
Soy como un niño, nuevo, con la mente limpia, a igual tiempo cedazo y grabadora, y de lo único que tengo real conciencia es que debo tener gran cuidado, si, como nunca lo tuvo el desaparecido Pablo, el difunto. ¿Les ha sucedido alguna vez, luego de tomar un libro entre las manos, comenzar a leerlo y ya no poderse detener, no desear, más que dar con la última página, concretar el total de la historia, poseerla, quedarse con ella para siempre? Bueno, algo así me está ocurriendo ahora, ya no puedo soltarme, por más que alguna inercia conciba otro sendero e intente marchar en contra de este aval, de esta perentoria decisión de correr tras ignota prueba, por camino ni paso sugerido, realmente ni lo quiero, ni aunque la fuerza pudiera devolverme ante prueba clara de peligro, no deseo volver amigos.
Cuando comprendí que mi vida era la suma de las trasgresiones  contra mi integridad, contra mi independencia, el único sentimiento que superó mi tristeza fue el asombro, porque advertí que el día que mis captores me raptaron se había convertido en uno de los días más importantes de mi vida…Cuando comprendí esto, ya no pude apartarlo de mi cerebro…
Estoy seguro que muchos pensarán que  todo esto me ha hecho perder la razón. Siento algo extraño, al pensar por un momento que ustedes solo podrán leer estas breves notas, sin epílogo alguno, y se quedarán preguntándose para siempre, que pasaría con aquel sujeto…si, Armendáriz…que nadie pudo encontrar, después de estar secuestrado por un grupo de izquierdistas. Y también, me pregunto cuántos al leer y al suponer realmente lo que pasó se dirán para sus adentros, que bueno, cómo pudo salirse con la suya, hasta con plata se iría, que envidia, a bueno poder hacer la misma…
Las gotas de sudor continúan bajando, hasta mojar el cinto de mis vaqueros sucios y raídos, que ya ostentan ese color indefinido que las fábricas de hoy logran tras someterlos a diversos procesos de desgaste, artificialmente obtenidos. Mi pecho desguarnecido, luce tan brillante que pareciera estar cubierto de aceite. La barba que ha crecido en mi rostro, por si sola evitaría que cualquier conocido del pasado me reconociera ahora, incluido yo mismo, si me mirara al espejo. ¿Qué pasará con el Proyecto que iniciaba en la Petrolera? ¿Qué harán con mis cosas, mis títulos colgados en la pared, mis plantas, los libros que mostraban el recorrido y las preocupaciones profesionales? ¿Qué será de mi esposa? ¿Logrará reponerse del golpe? Tardaría demasiado en poder explicar el origen de este cisma, es decir, serían días de auscultar recuerdos, de enumerar fechas, cuándo no escuche las voces apropiadas porque pensé inconvenientes. Se ha recorrido tanto  trecho, y los otros caminos ya no son ni siquiera visibles desde aquí.
Miro de hito en hito el reloj, formado por la luz del suelo, que ya se extingue…Dentro de muy poco vendrá  el de siempre, el bajito y fornido, con cara de buena gente, que tres veces por día le trae de comer, le va a parecer muy extraño que le hable porque en todo este tiempo no lo he hecho. Y aun más extraño le lucirá, cuando vea estrellitas dentro del cuarto, tan temprano, al recibir el golpe en la nuca, - el golpe que le asestaré con la pata que hace un rato terminé de quitarle a la cama – Y no va a poder explicar los detalles de mi fuga, porque yo siempre estuve tan obediente, ni siquiera hablaba, solo esperaba que las cosas terminaran normalmente.
Y luego por ahí habrá un sin hogar, un desconocido con facha de no bañarse en meses, encubierto, ocultándose mientras cierra la noche, y con cada paso que de, estará a un paso menos de llegar al muelle. Se va a embarcar hacia un lugar que se llama EL NUEVO Y YA NO NOMBRADO ASI, PABLO ARMENDÁRIZ…..


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