viernes, 18 de marzo de 2011

DE UNA BÚSQUEDA PAUSADA POR LA MAGIA ( 1 ) / Un cuento de José Ignacio Restrepo


EL VIAJE DE LA ANUNCIACIÓN (1)
por
JOSÉ IGNACIO RESTREPO



La angosta callejuela escalerada desciende, formando vericuetos con salidas breves o cerradas a lado y lado, en las que algunos extranjeros andariegos amantes de tomar fotos de lugares, a los que después de seguro no volverán a ver, se pierden y así extraviados van a dar por física gravedad a la calle del mercado. Allí el día y la noche tienen siempre el mismo sabor ya que el tiempo corre casi como un bien superfluo, tanto hay que mirar y hasta comprar, que no te das cuenta de su paso.

El mar no puede escucharse, pero su esencia salitrosa como etérea amalgama nacida del eterno e incansable amancebaje entre el viento y las olas, convierte la acción de respirar en la enumeración lenta o vertiginosa pero sonámbula de mis recuerdos. Cual siervo viajo a su merced, una y otra vez, arrobado por el rítmico oleaje que llevo inscrito en mi pecho, mientras mi mente se vacía de cualquier otra posesión que sea a los ojos de los demás visible. Desde otro lugar , ese que a veces me reclama niega la estúpida retórica que está tratando de venderme como cara, la nostalgia difuminada por las imágenes de otros tiempos.

Y aquí, encuadrada por la ventana del bar, – ¿conoce usted alguna persona razonablemente cuerda, que haya bautizado su negocio con un nombre como EL BUHO DORMIDO? – perdón, perdía el hilo…Decía que aquí , la ventana permite ver la calleja poco iluminada que parece ascender somnolienta hacia las casas del cerro, las cuales yacen como ovejas exhaustas unas sobre las otras, tan similares a esas figuritas de cartulina con las que solíamos adornar el pesebre en navidad. No me puedo controlar. Es evidente ya el tono nostálgico que esta noche brota espontáneo de mi espíritu, ya son escasos los interlocutores que voluntariamente o por error, se atreven a dialogar con esa región de mi conciencia fatídica, poblada por mi aparente malestar de seguir vivo, condiciones que sabemos que son máscaras utilitarias e itinerantes, cuya función primordial es permitir conservar la frialdad frente al íntimo calor que por momentos crece y amenaza con consumirnos.


No estoy en Ibiza. Tampoco es este un pueblo costanero del Caribe. Acaso sea Méjico, no estoy claro ahora mismo sobre el lugar en que he emergido, tras el sueño quebrado de este tiempo. Mi nombre resulta realmente innecesario, no es desaire, y usted lector eventual, espero que tome todo esto en su apariencia natural de invitación y no como suspicaz irreverencia. Ya otras veces este método me ha resultado infalible, deteniendo a otros en mi mesa o atando a mi paso a cualquiera por el agreste camino, enhebrando charla con silencio, y algunos podrían dar testimonio que de palabras aparentemente ociosas, u ociosamente escuchadas, resultaron hombres transforma dos, haciendo corte de cuentas con el antes, con un mundo mejorado por crear y otros rumbos por hollar, antes de allí ni siquiera entrevistos…

Esta es, supongo, una de esas ocasiones. Quienes nos movemos más por intuición que por la correcta aplicación de los sentidos y el juicio, podemos explicar que alguien aguarde a otro en la noche, sin antes haber quedado en ello, sin conocer su rostro por lo menos. Si, espero a una mujer que nunca he visto, ignoro su nombre y sé además que ella ignora que debe llegar aquí indefectiblemente. Mi experiencia ha confirmado muchas veces que somos pocos los que elegimos y sostenemos este estilo de vida, modo tan antiguo como el casi proscrito uso de la magia y ciertamente asociado con ella. Podría apostar y de seguro sé que ganaría, que nadie creerá que hice este viaje y estoy sentado aquí, solamente con el objeto claro de cumplir con esa cita.

Sin embargo, es probable que usted comprenda de que hablo. Al parecer es cada vez mayor el número de personas que se mueven solamente por intuición…

* * *


Bertha baja de última, lentamente, y el autobús arranca calle abajo. Se alisa con la mano el cabello que lleva moderadamente largo, luego de recordar que salió de su casa con solo su billetera hace más de cuatro días. Nuevamente se pregunta si estará enferma. Bertha tiene 36 años, lleva viviendo una década en una gran ciudad y nunca se había ausentado de su trabajo como relacionista en una empresa de comunicaciones. Está casada y su hijo pronto cumplirá 9 años. Dejar la casa sin un motivo trascendental ha de suponer algún tipo de fuerte traumatismo, pero no se siente mal y tampoco puede explicarse esta urgencia por llegar. ¿Dónde? Sabe que lo sabrá sólo cuando llegue…Mira a lado y lado de la calle. Sólo hay dos pasajeros que han bajado con ella y que se alejan buscando un lugar donde pernoctar. Los sigue. Ve su reloj, y recuerda que las manecillas se han detenido hace horas. Repentino, el sueño contenido irrumpe en todo su cuerpo haciéndola sentir pesada. Entra detrás de los dos, pero ellos ya trasponen la puerta de regreso. No entiende. 

Al entrar al pequeño hotel pasea la vista por el lugar sin saber lo que busca. Se detiene sobre el mostrador en un letrero que reza NO VACANCY.

- El hotel está lleno, señora. No hay habitaciones…


La voz sin cuerpo confirma, sin pedírselo, el mensaje que acaba de leer y luego el cuerpo muy delgado de un hombre emerge por encima, lo que la hace pensar en decirle, que considere la posibilidad de atender permanentemente cubierto por el mueble, sirviéndose solamente de su voz fantasmal…

- La otra opción suele ser EL BUHO DORMIDO que posee alguna habitaciones y queda apenas a dos calles de aquí…

Al escuchar el nombre, Bertha sintió una conmoción en el estómago parecida al vértigo visceral que tuvo al salir de su casa. Entonces, sin más que decir, salió de allí y orientó sus pasos hacia ese otro lugar, temiendo ser la que llega tarde a dormir y no encuentra un cuarto, no quedando más que la iluminada fuente de la rotonda que existe en todo pueblo con mar azul y recuerdos de estampas pasadas, para ir a dejar esta fatiga.

* * *
A las 10 y 30 pasadas sólo quedan allí conmigo tres parroquianos. La barra está desierta y el cantinero nos observa alternativamente como instándonos a que abandonemos el lugar para poder irse a dormir. Lo miro, diciéndole con mis ojos que de él depende marcharse o quedarse y él baja su mirada al suelo, atendiendo a una inexistente autoridad que vive según él en mi pensamiento. El aire tibio me recuerda que afuera corre la noche. ¿Y si no llega la mujer? La inteligencia permanentemente compromete mi potencial instintivo y ahora mismo está enjuiciándome…¿A quién espero?,¿aún conservas ese ánimo tutor que pretende esclarecer, confrontar, guiar a otros seres que la vida ha mostrado ya que no tienen remedio?


La puerta se abre y el vaho del océano, del cual se había olvidado rato atrás, penetra ingobernable adueñándose de la dulce tibieza del recinto. Busco con mis ojos los trozos intactos del espejo, que se alza en medio de la pared que da fondo al mostrador y estos me devuelven la imagen incompleta de una mujer con vestido ligero y zapatos de medio tacón, que ha entrado nerviosamente. Se ve atractiva, en su sencillez se advierte refinamiento, pero será de su rostro convulso y cansado, en el que se nota extrañeza y fatiga por un viaje, que yo descubra si es ella la mujer que espero.

* * *
Bertha entra al lugar y el aire cálido del interior recorre su cara dulcemente, produciendo nuevamente algún vaivén en su estómago. Duda de todo, pero en lo particular duda que sea ahora y este lugar, donde se clarifique su situación. Al cerrar la puerta, piensa cómo pregunta por una habitación una mujer desconocida para no causar una impresión desfavorable. Pero no hay casi nadie. Son sólo el empleado, que está de espaldas y tres clientes, repartidos entre acaso 8 mesas, un sitio muerto. Piensa en comer algo antes de ver si queda un cuarto para ella. Al frente , un reloj muestra que son casi las once. 


Rememora a su esposo y a su hijo que deben estarla buscando por todas partes, y una nube negra invade casi toda su conciencia. Siente calor y busca una ventana con su mirada como si tan sólo con verla fuera a sentirse más cómoda, y entonces sus ojos chocan con el perfil de un hombre, que justo en ese instante voltea hacia ella su cabeza y la observa. No debe pasar de los cuarenta años aunque su barba de unos días le envejezca…

Bertha siente un incomprensible deseo de hablarle y no lo piensa otra vez…

- Le sonará absolutamente extraño, y hasta estúpido, pero su rostro me resulta sumamente familiar…

El aludido la mira, de hito en hito. Por algunos segundos parece que el planteamiento quedara colgando del aire.

- Suele suceder cuando nos encontramos solos o a la deriva, que cualquier persona desconocida nos luce familiar, aunque la misma circunstancia por sí sola niegue tal posibilidad.

No sólo era su rostro, también su voz estimuló los canales de su memoria, aunque no pudo precisar de que época procedía aquel destello que trataba de identificar.

- Perdone si me he portado de forma irreverente. Mi nombre es Bertha y acabo de llegar…

- Necesita un cuarto…

El individuo la miraba directo a los ojos…

- ¿Cómo sabe usted eso?

- No se agite aún. Las personas desconocidas como usted, sólo llegan aquí a esta hora, cuando ya no hay habitaciones en el hotel que está frente al paradero de autobuses…

La palabra AÚN quedó tintineando en su cerebro, mientras atendía la explicación que la satisfizo. Ella quiso saber también el nombre de él…

- No me ha dicho su nombre…

El sujeto la miraba ya francamente a los ojos, y a la boca cuando ella hablaba…

- No es necesario Bertha, usted ya sabe quien soy yo…Le soy cercano, pero mis huellas no están en su pasado sino en su porvenir…


El corrientazo que experimentó le recorrió la espalda de arriba hasta abajo y por poco no gritó, pues se contuvo. Observó al hombre, mientras reparaba en el absurdo sin límite de esa situación, concluyendo que con sus facultades en perfecto estado estaba permitiendo que un completo desconocido le explicara que hacía ella ahí, a cientos de kilómetros de su hogar, de sus seres queridos, sin otro motivo que esa vaga aprehensión extraña, que cuatro noches atrás se introdujo en ella sacándola del rumbo…

- Ante todo debe usted seguir como hasta ahora. Si intenta volverlo todo un acertijo sólo conseguirá causarse un tremendo sobresalto, que a la postre le impedirá comprender. Permítame invitarla a algo de beber…

- No, prefiero comer algo, en realidad estoy hambrienta…

- Eh, mozo, despierta. La señora desea algo de comer…

(Continuará)

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