martes, 1 de marzo de 2011

CITA ABIERTA AL ENIGMA (3) / Un cuento de José Ignacio Restrepo


LOS OTROS NOMBRES DEL MUERTO (3)
por
José Ignacio Restrepo

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Al llegar al cuarto, sintió que aquel lugar estaba frío, que era gris e impropio de su nueva condición. Se parecía de muchos modos a su antigua celda, las paredes estaban toscas, con detalles descuajados de humedades semejantes a mapas viejos, que mostraran países extinguidos por la marcha inexorable del tiempo, con pequeñas pero largas grietas, en cuyos pasadizos seguramente dormitarían bichos de tamaño ínfimo para cualquier angustia de los ojos y del alma, que los buscaran en afanoso quehacer alguna noche de estas, en que fuera necesario matar cualquier cosa viva para alejar los perversos recuerdos, del cerebro y del pecho, de pasados muertos fiel itinerante. Tomó la decisión de no pernoctar una noche más allí, saldría a buscar una pieza en alguna casa de familia o en un inquilinato, donde no hicieran muchas preguntas y les interesara más bien recibir el pago adelantado. Era también importante conseguir un trabajo, cualquier cosa que dignificara su permanencia y su búsqueda, algo que le ayudara a perfilar un porvenir distinto, que no estuviera sustentado en los eventos del pasado, por más que fueran estos los que sostuvieran imperativamente el tinglado sin nombre de su vida.
Reconoció que toda esta efervescente animosidad concurría y tenía su origen en la llegada de un nombre en pleno a su cerebro, un nombre que ataba delante de sí una estampa femenina, de excelsa finura, grácil belleza e inteligencia. Había llegado sin saberlo y acaso también así se marcharía, pero su presencia intempestiva le dolía en la carne de hombre, y una inhóspita e indeseable vejez prematura, se había evidenciado con el solo recuerdo de su rico aroma, ese que despiden los cuerpos que han recibido antes cuidado y ahora que no lo tienen lo saben buscar, con la responsabilidad de obtener un buen hallazgo y completar otra vez el corazón entero pero roto, a costas de llegar a sufrir, nuevamente.
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Qué nombre coherente con su propia apoderada. Lucía, Lucía, esa palabra era el participio de lucir, que es un verbo activo que hace referencia a mostrar, poner ante la luz, evidenciar, justo lo que le pasaba a él en estos días y también lo que no lograba hacer que sucediera, todo su presente era un acto consternado de evidenciación, una súplica para salir por fin de la sospecha y la conjetura, una oración para dejar de sentir que todo su pasado había sido apenas un error no consentido, hilando sin comprensión y sin atributo alguno todos los momentos vividos para no producir sino este dolorosísimo vacío.
Samuel se enroscó en la cobija, sin sentir apenas frío, con la ropa puesta. Volvió a percibir la suave piel de su mano, y vio otra vez los bucles avellanas de su cabello, que corrían tras de ella sin poder alcanzarla. Se venció a las lágrimas, con la cara tapada entre la manta. Así mismo le llegó el sueño y se durmió sin llegar a saber qué imagen de ella lo había rescatado de la lamentación, pero con el sabor en los labios provocado por la repetición anhelante, del nombre de la mujer que le trajeron esta tarde las palomas.

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Samuel miró contento el resultado de su esfuerzo. Del último morral, ese que ha resistido los más tristes avatares que signan su recorrido, pero que ha sabido llegar casi ileso hasta aquí, así como él, extrae la foto de su hijo y la coloca bajo un pequeño marco, construido artesanalmente con el cartón de un repuesto lumínico y el celofán que envolvía algo que ha comprado esta misma mañana, para regalarle: una hermosa diadema de vinyl transparente, de apariencia cristalina, para contener el pelo rebelde en un momento en que uno quiera verle los ojos, a ella, a ella que lo está alumbrando, de manera exigua aun, no porque ella no sepa sino porque todo lleva tiempo, sobre todo esos asuntos que nacen movidos por el mérito de su transcurso como única causa y solo por ella. Dios, esta diadema de sencilla apariencia y tan poco valor, ni siquiera es digna de contener uno solo de sus cabellos, pero es ahora su forma de decirle que la tiene en su cabeza desde que ella decidiera cogerlo a él, en ese vuelo de la mano para evitar que la lluvia les mojara.

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Hoy espera ser más vigoroso de lo que fue en los dos primeros encuentros. Siente que puede dispensarse su timidez algo exagerada, la primera vez fue solo el amago, la advocación y la esperanza, ni siquiera se pensó que llegaría un segundo momento. En la segunda reunión, supo que aquello era verdad, un frijolito diminuto dejaba ver su primer bracito, brotando de la semilla que ha botado la primera capa de desconfianza y ya se amarra a la tierra que le rodea, sin saber más, nada de nada. Hoy verá a Lucía por tercera vez, le llevará su diadema de regalo, y el poema que aun duerme dentro del cuaderno, donde le deja saber en qué punto y hora de la vida está latiendo levemente su universo, en que consiste el misterio de su frío y la razón verdadera para que sus gruesas alas no estén extendidas en toda su envergadura, en franco vuelo.

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Samuel mira su reloj. Han pasado casi diez minutos de retraso respecto a la hora convenida. Parado bajo la cornisa del arco central de la catedral, está expuesto a que una amiga voladora que se encuentre en descanso o evitando la humedad de la finísima garua que ahora está cayendo, le deje alguna marca visible y no bien fragante sobre la ropa. Pero, es el lugar exacto donde se resguardaron la primera vez y es allí donde quedaron de encontrarse, a la misma hora en el mismo lugar, dijo Lucía y él por principio le ha creído, ha sido un verdadero creyente toda su vida, aunque seguramente un creyente sin un Dios solícito.
- Siempre llegaré a una cita, aunque me demore. Solo algo muy grave, detendría el deseo de seguir paso a paso lo que la conciencia me dice es mi destino…
Samuel volteó con la garganta hecha un taco, y solo pudo abrazarla, instintivamente, fuertemente, con una hombría aniñada, ferviente, acaso infantil, y ella lo tomó, como hace un bosque con un perdido caminante, que sin embargo entra confiado en su umbroso y oscuro patrimonio. Él le tendió las flores, como para tapar el hecho de que sus ojos se habían adornado con algunas lágrimas, ella tenía la culpa, uno no va por ahí diciéndoles poesías casi al oído a hombres que todavía le son desconocidos. Había llegado con la intención de ser él quien se apropiara del tiempo y rompiera el silencio, poniendo todo su presente ante sus ojos para saber si era ella la adecuada, para que fuera su decisión una ordenada razón más que una emotiva marejada, pero este comienzo derrumbó los pensamientos de la tarde y puso sus emociones a vibrar, como cuerda de tenor que fiel estrena obra, ante auditorio difícil y querido. Ella lo notó, sintió todo su afán silenciado y lo tomó como bula para declarar su propia historia, en resumen, y dejársela a su consideración como aquel bedel que expone su pequeño caballo, porque sabe que será campeón, sin alarde alguno…

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- Y ya casi diez años en la Fiscalía General, como fiscal auxiliar, me convierten en una autoridad acerca del tema de los derechos de las minorías, tema en el cual me extiendo un poco, ahora que preparo la Tesis de mi maestría.
- Eres verdaderamente deslumbrante, Lucía. No podía ser de otra manera, tu nombre llega antes que tu paso, pero es este el que deja huella hermosa cada que tú te despliegas. Estoy divinamente deslumbrado…
Samuel no podía creer que este giro no fuera una señal determinante, de que estaba llamado a resolver los azares sin respuesta que habían roto su destino, descomponiendo su vida y llevándolo por caminos desesperados, por los que más que caminar se había conducido, en la tarea de evitar despeñarse y morir, sin dejar apenas huella de su paso por esta vida. Lucía tenía que tener en sus manos la llave maestra que abriera por fin la puerta, hacia el esclarecimiento de la identidad del difunto y de su origen, condiciones que esclarecidas le permitirían subsanar en algo el sentido de sus actos, liberándole de su culpa después de tantos años. Hoy no le contaría, pero estaba dispuesto a convertir la próxima cita en su capilla de reconocimiento, su ruta de exposición ante los ojos de esa mujer, que se le había ido entregando de manera sincera y determinada, mostrándole el camino para que él, sin falsas expectativas diera también su paso, para ser dos los que admitieran que sentían un placer irrestricto al estar juntos. La llevó hasta donde tomaba el colectivo, y se prometió ante su exhortación que él también le concedería el honor de dejarse conocer de ella, la siguiente ocasión que se vieran. Ella le dijo que si le dejaría hablar y que no le diría tantas boberías sobre el bello color de sus ojos, o lo bellos que eran sus dientes, que parecían de adolescente, mientras reía por nuevamente repetirlo otra vez.

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Al llegar el carro, como cuando se conocieron Lucía tomó la iniciativa, con el engaño de quitarle un poco de mugre dejada por el humo de los exostos, que tenía en una mejilla, se acercó y sin más le beso graciosamente la boca, tan corto, que él quedó suspendido en el asombro, y le pagó apenas con un abrazo fuerte, de los que le quedaron por darle a Suertudo, y luego la miró, con mil preguntas y tres rayos de luz, que no alumbraron nada, pero que ella aceptó. Enamorada como ya estaba, se subió de última, y el carro arrancó, dejándole a él encaramado en aquel sentimiento para el que no logró prepararle bien su mascota de la cárcel, su compañero de noches de sueño e infortunio sin medida, que quien sabe ahora en brazos de quien andaría.          
( Continuará )

JOSÉ IGNACIO RESTREPO Copyright ©
• Reservados todos los derechos de autor

4 comentarios:

Sandra Marisa dijo...

..."el poema que aun duerme dentro del cuaderno, donde le deja saber en qué punto y hora de la vida está latiendo levemente su universo, en que consiste el misterio de su frío y la razón verdadera para que sus gruesas alas no estén extendidas en toda su envergadura, en franco vuelo."...

Luci dijo...

¿Vespaciano y Restrepo son la misma persona?

A mí me gusta mucho la poesía del colombiano aunque la encuentre demasiado barroca.
Pero este cuento, (y la graciosa coincidencia de que la abogada lleva mi nombre ) me parece que tiene un ritmo poético exquisito y que es en la prosa donde nuestro colombiano amigo se destaca más.

Al estilo de un García Márquez a quien admiro como escritor y sin embargo...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

Cómo hábil transeúnte, que colocara junto al horno de carbón sus viejos zapatos, para salir al frío de colocar en la calle sus referidas huellas, aquí las instancias del recuerdo se visten coloridas y se renuevan paso a paso, porque estos personajes de hoy ya vienen calientes, con un poco de latido llorado y el trabajo...Gracias mil, Sandra por tu sin igual tono de elección con el que siempre me sentido de alguna manera bien condecorado...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

Que más quisiera yo que fuéramos dos y nos turnáramos en vaivenes elegidos la reticencia y el albur que solo me ha tocado...Yo soy Restrepo, mi antifaz de mayor y mejor brocado hecho es este sin igual de Vespasiano, que puebla mis blogs de cabo a rabo, y me acolita de algún modo en el afán creativo...Si, Lucía Folino, luminaria de arcanos y bendecidos, política incansable con lumínicencia creativa, podés ser vos o tan solo,acaso, una pizca divina, ya le verás destejiendo la trama de una vida, la de Samuel que si la merecía....Mis saludos de corazón y vino, buena amiga!!!

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