jueves, 20 de mayo de 2010

LAS REFLEXIONES DE PITECANTROPUS




UNA EDUCACIÓN PARA LA EMANCIPACIÓN O LA ECONOMÍA POLÍTICA AL REENCUENTRO DEL PROYECTO HUMANO


“...la capacidad es, en una proporción muy importante,
Función de las condiciones sociales de tal modo que
ya los propios presupuestos de la emancipación,
de la que depende una sociedad libre, vienen
determinados por la falta de libertad de la sociedad”




Cuando parece haber empezado a condensarse una precaria, y acaso transitoria, estela de luz que origina su poder en estos profundos conceptos, que van de la educación a la política trazando una secante por el discurso económico, y volviendo; cuando se siente bajo nuestros pies un poco de tierra firme, sosteniendo nuestro paso dubitativo, que se busca en sus propias huellas borrosas; y no queda sino un indicio del orden prevalente de la categorías, de las fronteras que determinan función, rango y umbral de cada cosa, solo podemos cerrar nuestros ojos y permitir que el entendimiento se abra camino, de la forma primaria que lo hace la sangre por las arterias, simplemente porque no queda más remedio.

Esta es una de esas ocasiones. No parece factible hallar una respuesta para la pregunta ¿Hallará el hombre contemporáneo una fuga probable, que lo libere a él y a su sistema de categorías, de la vorágine de contradicciones construida sobre los valores con los que pretendía liberarse? No es fácil vislumbrar conceptualmente el tejido porvenir, que todavía luce enmarañado y confuso: Los elementos que hacían parte de la teorización política han pasado ha delinear, por esa angustiosa transmutación de la cosa pública en botín político y de ahí al negocio privado, esa perspectiva no siempre clara que es el tema económico, donde los códigos particulares restringen el quehacer creativo, el deseo de participación y la consecución de respuestas desde otras áreas para los problemas generales. El fenómeno de la exclusión estructural en el quehacer reformulatorio de los presupuestos sociales, parece ser un paradigma de nuestros tiempos, que se ha hecho visible gracias a otro dramático escenario contemporáneo: en la necesidad de delimitar los umbrales de los discursos, para exonerar a unos y cargar a otros con las responsabilidades de su manutención, se ha privado a la educación de dirigir la recreación permanente de sus procesos, cortando aquellos vasos comunicantes que de manera directa y resistente la alimentaban, orientando la organización de métodos y procesos hacia la obtención de unos productos, que serían en todo caso aquellos necesarios para la reproducción de conocimientos del sistema, dentro de unos cánones de mejoramiento planeados para favorecer ante todo los intereses generales, es decir, los de la mayoría.

Se niega a la educación la reproducción de la capacidad, se la estructura de tal modo que pierda su razón de ser y luego se la priva del poder de la autoevaluación, deslindándola de la formación de las categorías humanas, políticas, identitarias... Mientras se reproduce el discurso de lo económico, que paradójicamente no lo es, el siglo veinte concluye impertérrito al socavamiento del los valores por las leyes del mercado, que han convertido al mundo en escenario de múltiples intercambios, capaces de violentar lo real, lo espacial, lo virtual y lo ontológico. Entonces ¿Quién precisa de la educación?

Sin embargo, para someter a la libertad debe también subyugarse al deseo de verse emancipado. A quien imparta doctrina, debe suspendérsele el ámbito, disminuírsele el radio de acción, destruírsele el criterio. Quién busque la luz ha de lograrla merced al sacrificio, acaso no solo el suyo, también el de su progenie, no solo su generación también la siguiente. Quien supere todos los obstáculos, perderá en consecuencia los valores humanos, que le dotan de equilibrio para elegir que bien necesita, que bien desea, que debe tener.

Y mientras, la sociedad de lo humano comienza a quedarse sin lo humano. Privada de los medios de autorreflexión, poniendo todo su empeño en la producción de elementos instrumentales, que no parecen tener otro objetivo que favorecer y multiplicar la ansiedad monopólica de unos pocos sobre la necia venta de la fuerza de trabajo de la mayoría, la comunidad mundial definida en términos de las leyes del mercado, ve fenecer buena parte de sus estructuras orgánicas las cuales se van transformando en apéndices innecesarios, poco a poco, en cicatrices algo incómodas y más tarde apenas vulgares recuerdos. Azares como este, pueden entreverse entre los cortinajes del porvenir, cada vez más cerca, más pronto...

Hay muchos Maquiavelos esperanzados... En la lógica de las actuales realizaciones, el factor de acumulación parece tomar no solo fuerza sino también importancia. Las estructuras económicas ganan terreno en la cotidianidad, pasan de ser necesarias a imprescindibles. Empiezan a dominar la simbólica política hasta el punto de trastocar los valores éticos, la estructura partidista, el respeto por el liderazgo de acción, la formación filosófica. Gobiernan las jerarquías laborales y el ancho mundo del trabajo, carcomen la vida familiar, la comunicación transgeneracional, la vida íntima, el tiempo de ocio... Pero, ¿Cómo vivir sin sustento?

He ahí el grave dilema de nuestro tiempo, cuya contradicción no parece poder ser descifrada por la cosmología de otra época, que tuvo otras preocupaciones. Que sea una preocupación orientada por la lógica de la supervivencia, financiada por los hacedores de dinero, no veo como. El establecimiento da claras muestras de hallarse enfermo y no atiende razones. Mientras se consumen los recursos naturales, que siguen siendo origen y medio perenne de la vida, los hombres del común orientan sus fuerzas a mantener con vida aquello que conocen, sin detenerse un minuto a preguntarse porque hacen lo que hacen. Y en la mañana, han dejado a sus hijos, llorando, en una cárcel pequeña donde a rejo les enseñan por que lado sale el sol, y un rato después les obligan de memoria a retener un puñado de palabras...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO

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