martes, 25 de mayo de 2010

TEMAS POSMODERNOS

EL PADRE EXPULSADO Y LUEGO RECOBRADO
COMENTARIO AL ARTICULO DE MICHAELA OTT
La síntesis de la autoridad, la fortaleza restrictiva y la ternura que responde todas las preguntas, estaba contenida en la figura del padre y dio forma a su rol en la sociedad occidental, hasta que el desarrollo de ésta en la posguerra y el comienzo de la guerra fría determinó cambios al interior de la familia como unidad productiva básica, en las funciones de la mujer y de la madre y también en las características del hombre y del padre. Esa estructura tradicional altamente apreciada, y determinante del posicionamiento social de los miembros de la prole, se ha ido convirtiendo paulatinamente en una imagen presente – ausente dentro del grupo, asimilándose sus características a esa condición de existencia temporaria, de importancia supeditada y dependiente del resto de los componentes o miembros, muchas veces exigido en un desempeño y una efectividad que le es difícil reconocer como propia. El padre era un símbolo de toda la estructura social, la familia que lucía como su creación y su responsabilidad, era requerida como el núcleo del cuerpo social en una línea lógica, argumentada y alimentada con la educación, la tradición, la educación religiosa y el imperio de la ley.
El padre era el gobierno, lo legítimo, lo que sostenía el mundo del ataque bárbaro de la sinrazón que se esconde en el espíritu de los hombres. Era una figura mítica cuando irrumpía llegada la noche, y cambiaba por completo el aire de la casa, con su primera respiración, haciendo huir los gritos emocionales de la madre, que se la había pasado todo el día haciendo respetar de los niños la ley impuesta por la voz del padre. Como obra dramática, el hombre ausente – presente les repetía a aquellos pequeños que la madre era su delegada y que ellos debían obedecerla, pues así le obedecían a él. La mujer, entonces, era más un apéndice del rol masculino y su posición dentro del hogar y ante los hijos iba a extenderse a los trabajos y los otros roles sociales, fortaleciendo la estructura machista a través del tiempo.
La Modernidad encontró ese diseño vertical de roles y funciones con la preeminencia del rol paterno, al cual todos los demás se referían, prácticamente intocado a través de los siglos. Padre arriba, madre en medio e hijos abajo, eran estas las fundaciones de la sociedad de los machos que designaban las posiciones posteriores y determinaban las ortodoxias y heterodoxias sociales, lo formal y lo informal, lo principal y lo secundario, así como las correspondientes marcas en la cultura que dictaminan lo que debe permanecer y lo llamado a diluirse en la esfera de lo social.
Determinar el momento y la causa originaria de estos rompimientos supone un análisis externo a este, y es incluso inmanejable para esta reflexión. El cambio en las virtudes del padre, la transformación de su discurso y su protagonismo, determina grandes mutaciones en la lógica de acción, abstracción e intercambio del espacio conyugal, y del propio rol de la mujer. Esta fenomenología ha volcado lo femenino en un marco de contradicciones en los escenarios que normalmente podía habitar, lo femenino como esa suma de cosas que llenaban el mundo masculino de una esencia diferente a la suya propia, acaso adventicia pero significativa. La modernidad ha compuesto una nueva bitácora para esta mujer principal protagonista, que se construye en espacios diferentes a donde habita el sombrío del padre. Una insigne independencia plena de promesas, de funciones y de experiencias se alza sobre el vacío de la estructura paterna, incluyéndola en programas más amplios e importantes que comienzan con la definición y construcción de nuevos roles interdependientes, más adecuados para con las exigencias de la época, más promisorios frente a los problemas contemporáneos.
La metamorfosis de las figuras tradicionales frente al fortalecimiento del sistema de libre mercado y frente al empoderamiento del capitalismo en el panorama político mundial, fortalece en los individuos su papel de productores y consumidores. Esta condición, que deviene poco a poco en estructural, los hace iguales y capaces, los dota de condiciones de competencia inusitadas, que puede llegar a horadar o fracturar desempeños personales o grupales. La construcción de la cotidianidad y la lucha por conquistar bienes, servicios y comodidades determinan la vigencia, propiedad o necesidad de ciertas conductas (emociones, pensamientos, comportamientos, etc.) Los miembros de una familia moderna están siendo condicionados por fuerzas transformadoras provenientes de la cultura del mercado, que avasallan y ponen en contradicción direcciones y manifestaciones tradicionales, que eran funcionales con los viejos esquemas. Antagonismos que carecen de fundación, cuyo cauce y objetivo es parte del misterio de la interacción humana porvenir, son ahora el tema de trabajo de profesionales de las más diversas áreas, pasando por la salud, la administración de servicios públicos y la formación de educadores.
El padre perdido – encontrado no es de ningún modo un tema de afuera de la Modernidad, es un tema vital, congruente con el predominio de ciertos paradigmas muy nuevos (como la prevalencia del capitalismo sobre la política) que debe proveer de interrogantes importantes, difíciles de responder, al gran asunto de la construcción de los roles y las estructuras del comportamiento humano. La fundamentación teórica de algunas ciencias sociales y humanas habrá de desarrollarse, en aras de explicar, contestar y eventualmente ofrecer guía a las futuras generaciones, acerca de la razón y el fondo de estas transformaciones en las estructuras humanas. El porvenir de la familia, como fuero de la educación sobre lo moral y sobre lo ético, como lugar de garantías emocionales contra las vicisitudes de la existencia, debe recibir el apoyo y la custodia contra la invasión de conductas evanescentes pero equipadas con razones múltiples y respetadas, cuya empresa se funda en seguir la construcción del bien individual por encima de cualquier otro.
Esa inercia, la de la libre competencia, que debe por obligación corroer unos fundamentos para colocar allí los propios, puede terminar atrapando las tradiciones familiares, que quizá solo habitan un mundo de instituciones en formación que no tienen un buen presente pero pueden construirse mejor en el futuro, así como la presencia paterna, llena de dudas históricas, de sin sentidos irresueltos, de tristeza, que está allí, en la sombra de los malvenidos, sin poder despedirse de nadie porque nadie advierte su presencia.

JOSE IGNACIO RESTREPO

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