miércoles, 11 de agosto de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / DE ESCONDRIJOS MORALES Y HUMANAS MÁSCARAS

DOS POR UNA DOS (3)
Por José Ignacio Restrepo

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Sentía el cansancio apoderándose de su cuerpo, enclavado sobre todo en un recorrido que iba desde la raíz de su cabeza hasta el sitio donde la espalda se convierte en motivo de conversa para unas y de deseo para otras. Sor Hermelina, la fea y gorda encargada de la cocina y la zona de ropas, la observaba igual que a un libro raro, mientras ella fregaba diligentemente el piso, ocupación que semana tras semana le encargaba con el único objetivo de verla en cuclillas, removiéndose la ropa para no mojarla, con las manos resbalosas por el jabón y la boca llena de murmullos y silentes quejas.
- Hay una mancha de grasa, en tu lado izquierdo…ahí justamente…
Sin voltear a mirarla, Celia removió la gotera sucia que había quedado allí quien sabe cuándo. Se sentó de cualquier manera, en la parte que ya estaba limpia y seca, sabiendo cómo le gustaban a la hermana, esas inesperadas reposiciones, que para ella no exigían el menor requiebro a su estatus moral, si es que lo tenía. En cambio para estas mujeres avejentadas, apuradas ya ante cualquier somero estímulo que moviera su corazón hacia sus carnes, era una golosina de gran valor sensitivo. Además, sabía que el resultado de esta cansona tarea, y de estos animados movimientos juguetones, serían dos o tres noches de libertad frente a la tele, consumiendo unas ricas alitas de pollo que Sor Hermelina le pasaba sonrientemente de su plato de comida. La paga, pensaba Celia, comenzaría a aumentar, pues la gratificación en un lado ascendía el valor de la propina en el otro lado.
Las alitas, seis o siete, estaban algo grasosas, pero la cocción era adecuada y…
Celia despertó abruptamente, con una desagradable sensación grasosa en el velo del paladar, que era resultado de haber estado comiendo en el sueño, sin freno alguno alitas, pellejos, patas y cabezas de gallina, durante quien sabe cuánta parte de la noche y de la madrugada. El desagrado era todavía mayor, pues con este eran ya seis o siete las despertadas, durante el último mes, en compañía de esos personajes de su pasado, de su adolescencia, y verse sorprendida desde su subconsciente de esta forma, visitada sin pedirle permiso por personajes que no desea recordar, solo podía significar el retorno de los antiguos dilemas morales, por su comportamiento durante aquellos años; es decir, el presente, sus días y noches, las cosas que pasaban, se estaban ligando nuevamente a la caótica sobrevivencia que experimentara en el Claustro, durante casi diez años.
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¿Y qué podía ser sino este manto de miedo, este consorcio de dudas, alimentado con la preocupación cada minuto del día? Esta llama, corriendo de su corazón, a sus pensamientos, que no podía menguar mientras la raíz, aquello que le servía de sustento vital, no desapareciera. El regreso de la vieja Hermelina a sus aposentos, traía prendido del sucio hábito la conciencia de esa conducta bien aprendida, llevada a efecto sin titubeo alguno, pues permitía una mejor supervivencia. Ese cambiar habas por uvas, guiños por sonrisas, un poco de esfuerzo por mejores viandas, era solamente el deseo de vivir: se había acostumbrado a este desorden moral, en el cual movía sus haberes y carencias, y lo que hacía en aquellos días tenía forzosamente que recuperarlo con nuevos alientos, vida renacida y presencia incorrupta, pero aquellas antiguas preceptoras, con las que compartió mente y cuerpo, le estaban recordando que no estaba lista, aun…En el afán de poder comprar su libertad hacia la vida de afuera había serias lecciones que estudiar y Celia lo sabía…
Mientras, la tetera silbaba, ella arreglaba las tostadas de Roberto, tal como le gustaban, a medio hacer, y con la miel de maple encima, acompañadas de dos tajadas de jamón. Era seguro que el chico surgiría por la puerta de la cocina en un instante. ¡Magia materna! Con una sonrisa, enredada aun del sueño, ese que se extiende realmente hasta que el alba se marcha y el sol de verdad calienta, el muchacho hizo su ingreso haciendo lo que siempre hacía, con la primera mirada al ser que lo protegía…al ser que más amaba, al que realmente nunca juzgaría, comenzó a cantar…
El colectivo pasaba los semáforos en verde, como conociendo del afán de quienes se transportaban a aquella hora. Celia observaba hacia afuera, todas las cosas moviéndose, sin ver nada, sostenida de los colores y las letras de los avisos, viajando en sus propios pensamientos. No iba a detenerse, no lo iba a hacer pues sus motivos eran importantes, esto no era cualquier artificio, un negocio de esos que viene y va, y no significa nada en la vida de alguien como ella, no. Esto era central, definitivo, irreversible…No era solamente completar lo acordado con Raúl, y desfalcar aquella empresa, que se había quedado con diez años de sus vidas, por un mínimo miserable, mientras los ricos dueños dormían con las cuentas llenas, y la conciencia tranquila. No. Era naturalmente, y aunque sus soliviantados recuerdos volvieran noche tras noche de su subconsciente, la venganza que cualquiera como ella conseguiría llevar al final, el asunto memorable, el premio al que tenían derecho, al que tenía derecho su propio hijo…
Los motivos de Raúl, esos, eran de otra dimensión, pero sabía que a él tampoco lo tenían tranquilo. (Continuará)

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