martes, 17 de agosto de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / DE ESCONDRIJOS MORALES Y HUMANAS MÁSCARAS

DOS POR UNA DOS(6)



Por José Ignacio Restrepo




Roberto, cantaba mejor en ausencia de su madre…A veces la reñía por observarlo como lo hacía, evadiendo su mirada, furtivamente. Un control de sus emociones que nada tenía que ver con el don magistral que guardaba en su garganta, le permitía distinguir entre ese amor que su madre todo el tiempo le prodigaba y la sensación de que él era cosa de ella, un objeto de valor que le pertenecía. El ya tenía suficiente conciencia para distinguir entre los nobles sentimientos y los que no lo eran…Ese día ensayaba unas piezas italianas de mitad del siglo XX, que le gustaban por lo sencillas y cortas. El teléfono sonaba, por segunda  vez, era su madre, vigilándolo, de seguro:

-       Aló, con quien…dijo fuerte, como para reprocharla…
-      Roberto… ¿Eres tu hijo?...

El muchacho experimentó una emoción nueva, nada agradable, pues la voz de hombre le llamó por su nombre y él no la distinguía, así que cortó el diálogo de forma inmediata…Quien estuviera del otro lado, tendría que esperar a que él quisiera hablar y él hoy no quería hacerlo…
Celia corrió a su casa, como no recordaba haberlo hecho hacía mucho. Esos sentimientos intempestivos, que muchos decían se debían a la menopausia esa, Celia los asociaba más bien con las preocupaciones del “trabajo”, que eran muchas y de diversa clase. Raúl le había dicho que debían acelerar la conclusión del asunto, y eso solamente significaba una cosa: ya no eran cuatro episodios, sino dos, pero del doble de pasta cada uno, el doble de billetes, el doble de peso, de volumen, el doble de riesgo,  de mierda…

Por eso corría a ver su muchacho, sentía que el mundo podía estar cayéndole encima, destruyéndose sin que ella viera, pero Roberto era como un ombligo, igual que un cordón umbilical que la alimentaba, le daba fuerzas, la libraba de toda duda, de toda descontrol nacido de sus malas decisiones, de las acciones inconvenientes e inmorales que ella justificaba en la vida del niño, pero que solo tenían un origen real: su absurdo miedo a no tener lo suficiente a la hora de envejecer, el horror a volver a un hospicio que esté lleno de viejos, con la decrepitud a cuestas, sin las armas para enfrentarse a cualquiera que deseara tomar el control sobre ella, decirle que hacer y cómo, ordenarle que pijama ponerse y como hay que lavarse los dientes…


CAPITULO TRES

Bernardo se sonó por cuarta vez, y no sintió aprehensión alguna con las miradas de desaprobación de los tres o cuatro comensales, que a esa hora consumían sus medias nueves en aquella cafetería. Él era un asiduo cliente y por esa razón no percibía compromiso, por su agripada conducta. Se sentía bien por haber llamado. Era algo que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, y hoy era el día  elegido para recomponer el rumbo…Hay quienes dicen que el resfriado rebaja las defensas, pero él no creía en esa vaina; al contrario, las suyas estaban altas y dispuestas a una gran pelea…            (Continuará)  

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