miércoles, 18 de agosto de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / DE ESCONDRIJOS MORALES Y HUMANAS MÁSCARAS

DOS POR UNA DOS(y 7)
Por José Ignacio Restrepo
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El ex policía revisó por octogésima vez su manida libreta de apuntes, que todo parecía menos higiénica. Sonrió, como si leyera en una de sus paginitas algún comentario gracioso personal o un chiste, anotado en último momento. Un estornudo nuevamente atrajo la atención y el hombre lo acompañó con su fruncido entrecejo, lo cual frustró cualquier intento de indignación o siquiera de crítica, acerca de su estado de salud, de su ropa, peinado, o cualquiera otro de los aspectos relativos a su naturaleza, otra mancha del feo lugar, situado por el destino en esta x calle de este mundo perdido…
Al pagar la cuenta, rememoró algunas secuencias de su otra vida, cuando su traje de paisano iba acentuado con su placa de detective, abrochada al cinto de su correa negra. Los transeúntes abrían el camino, igual que si fuera armado de su 38, por esa costumbre de respetar a la autoridad, sembrada con miel y rejo en nuestras mentes infantiles, y que se traducía en el reconocimiento de aquello que me domina y que puede eventualmente infringirme un dolor, en aras de un bien común…Toda la teoría del estado está soportada allí. Su mente derivó hacia la tierna imagen del niño, su hijo Roberto, al que nunca había dirigido una palabra, al que no había tenido como su propio regalo durante al menos un cumpleaños, porque él seguramente no conocía de su existencia, probablemente debido a que había abandonado a su madre cuando el vientre de ella comenzó a hincharse, un detalle que Bernardo llevaba presente desde entonces, pues tampoco conoció a su padre, y muchas veces en la escuela le recordaron cosas que él no era o su madre, y debió aprender una ampliación del insulto para aquellos repetidos eventos, que nunca llegó a utilizar con su voz pero si con sus puños. Eran más putas las otras madres, todas las otras, porque la suya era una santa, sacrificada y hermosa como ninguna otra.
Bernardo caminó las seis cuadras que distanciaban la cafetería de la oficina del alguacil, antiguo compañero de trabajo. Debía concretar algunos detalles de todo lo que estaba dispuesto a llevar a cabo, quitarle un hijo a su madre no era un asunto muy bien visto por ningún juez, o peor si era una jueza la que viera el asunto; en todo caso, su trabajo era una garantía de la manutención del infante…Aunque ser investigador no era una garantía para nadie, lo sabría Celia…
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Faltaban diez minutos para terminar el turno. Raúl y Celia, junto a otros dos compañeros, conversaban animadamente en la cafetería y reían al comentar algún vivo detalle de la jornada, lo que era común cuando se avecinaba la salida…Pero no, ese par no reían por eso. Raúl y Celia se estaban despidiendo de todo aquello, de la empresa, los colegas de nada, la ciudad, el mal clima, todo. Hoy era la última jornada, el envión final, el secreto y postrer cheque al portador firmado por la fábrica a sus nombres, en beneficio de sus futuras existencias.
 
EPÍLOGO
Los hermosos azafranes, floridos a más no poder para aquella época del año, prodigaban su larga sombra sobre los cuatro sujetos y la dama, que avanzaban hacia el portal de la casa. Era una hora inusual para ver ese grupo o cualquiera otro, y las ventanas se corrían y volvían a cerrarse, por lo raro de sus aspectos y el singular silencio que acompañaba su seriedad. Al llegar a la puerta, tocaron en seis ocasiones, y como nadie contestaba, uno de ellos sacó una llavecita y con ella empujó suavemente la puerta de la casa. La inspección, que no duró más de quince minutos, ofreció resultados óptimos.
Sentado en la cafetería, Bernardo esperaba la llamada del jefe. Ese favor que un día el destino pusiera como marca entre ambos, salvar su vida en aquel anochecido callejón, colocar su cuerpo por delante del de él evitando que las balas le matasen, ese gesto de oro le traería a su hijo directo a los brazos, y le dejaría el sustento asegurado, de una forma tal que ningún juez podría negarle la potestad de cuidarlo, de la forma que había querido hacerlo desde que supo hacía tiempo de su dorada existencia…
El teléfono despertó con su timbre entrecortado que describía la vejez del aparato. La camarera le hizo un gesto tímido con la mano y él se acercó a contestar, sin demasiada premura. Su rostro resplandeció, recuperando en esos instantes algunos años, por la lindeza del gesto. Bernardo, colgó y pagó el consumo, sin perder la lozanía en la cara, que condensaba en aquel momento la felicidad que le había sido esquiva, y que hoy por motivos no bien entendidos, se rendía ante sus pies definitivamente…
El jefe, Bernardo y el grupo determinaron la forma de hacer el arresto, dividir el dinero y presentar el caso ante un juez amigo. Al llegar, fue primero el arresto de Celia, que rompió en un llanto desesperado, mientras gritaba el nombre de su hijo. Raúl intento otro remedio, pero los policías lo desarmaron y fue igualmente detenido. En la empresa desconocían el monto del dinero robado, igual que el tiempo que aquellos dos habían sostenido el ilícito. Roberto fue protegido por Bienestar Social, quienes instruirían el caso y lograrían presentar al padre ausente, como una víctima y su posición como la más apta para conservar al menor, que no tenía porque sufrir más traumatismos.
Habían sido casi dos años de investigaciones sin más contrato que el proferido por su vocación de padre. Casi el mismo tiempo que Celia y Raúl, sacaron ilegalmente dinero de la empresa que los había acogido entre los suyos…
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Una voz exquisita, entonaba algunas notas en italiano. Seguramente pertenecía a algún joven de brillante formación y deslumbrante futuro. Salía gratuitamente de una ventana, en un segundo piso de un nuevo bloque de apartamentos contiguo al Panteón de los Héroes Ignorados, cerca al malecón. Debajo, desenas de gorriones amarillos, parecían disfrutar del concierto, mientras comían semillitas del suelo.
FIN
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1 comentario:

Anónimo dijo...

bendiciones¡¡ y siga adelantes q tenga una exelente semana

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