viernes, 13 de agosto de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / DE ESCONDRIJOS MORALES Y HUMANAS MÁSCARAS

DOS POR UNA DOS(4)

por José Ignacio Restrepo

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CAPÍTULO 2

El sobre se deslizó imperceptiblemente de la mesa, donde corrían muchos iguales en grosor, tamaño y color, hasta el pantalón de mezclilla grueso y con muchos bolsillos, que vestía el alto empleado. Nadie lo notó, como ya había sucedido en más de veinte ocasiones, el movimiento rápido e incontrovertible, que le significaba un aumento indebido de 10 veces su salario mensual, un aumento que podía significar la pérdida completa de su libertad, si era sorprendido.

Raúl caminó la distancia entre su cubículo y el servicio sanitario con la natural premura que tendría, si la necesidad fuera la causa. Ya dentro del baño, extrajo el sobre grueso y lo colocó debajo de la bomba, en el tanque, donde había instalado una cubierta impermeable, que servía de contenedor y evitaba que se mojara el dinero, durante las horas que lo separaban del horario de salida, unas seis o siete, pues no faltaban las exigencia de extras; todos los ricos quieren ganar más cada vez.

De repente, sintió una conversación relativa al mantenimiento de los servicios, y rápidamente, dedujo que estaba en peligro, tomó el sobre y se lo metió entre la pretina. Acto seguido, salió del sanitario, saludando a los compañeros que se disponían a adelantar el mantenimiento. No quiso interrogarlos por temor de llamar la atención, y se adelantó para continuar con su actividad.

Era muy riesgoso trabajar con el sobre escondido en aquel lugar del cuerpo. Pensó rápidamente en buscar a Celia, y como mandada por un ángel de la guarda, ella apareció por el pasillo que iba al restaurante. El se hizo notar, ensayando el silbido de un tema conocido, pero de forma inocentemente virulenta, sin tino ni ritmo alguno. Celia, percibió el estímulo, y él a su vez le hizo un guiño, para dirigirla hacia el servicio femenino.

Solo llegar, y sin mediar discurso alguno, el hombre le pasa el sobre tan rápido que si alguien mirara, le sería imposible saber que pasaba realmente. La mujer, lo introdujo entre el talle y su espalda, e ingresó al servicio, para acomodarlo de manera adecuada, impidiendo así la percepción, para quien se detuviera a mirarla…Unas burbujas diminutas sobre su frente, ya con algunas líneas de gasto, no podría asumirse como nerviosismo o temor, simplemente era el calor, la presencia inevitable de esa edad a la que ninguna quiere llegar, que le anuncia a los demás, y sobre todo a los miembros del sexo opuesto, que ya no se es joven, que ya el atractivo es cosa del pasado…Pero, que le va a importar la menopausia real o imaginaria, que la miren y le vean las arrugas que le comienzan a afear el rostro, a Celia la tiene sin cuidado que los hombres la reparen, a Celia le gustaron las mujeres, y ya hace más de diez años, no tiene relación alguna, si, tiene una, la más grande que mujer alguna pueda tener: Celia tiene un hijo llamado Roberto, cuya voz es tan bella que recuerda los cantos de las grabaciones de las monjas esas, la voz de su hijo está impresa, sin defecto alguno, en su mente maternal, lo que le produce una emoción casta y perfecta, angélica, un sentimiento que hace insignificante cualquier peligro, cualquier riesgo, real o inminente, porque esa voz es como una salvaguarda mágica, que no dejará que nada malo le pase…

Celia camina, con su sueldo mensual multiplicado por diez, en la faja que se adhiere al vientre, y está a solo tres días de completar este esfuerzo, de anunciarle con su ausencia a todo el mundo que se fue para otra parte… (Continuará)

 

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