domingo, 27 de junio de 2010

ZONA FECUNDA / FERNANDO GONZALEZ


EL REMORDIMIENTO

Manizales, marzo 2 de 1935

 Querido Fernando:

     Al sacar en limpio los originales de EL REMORDIMIENTO hice supresión de escenas y cambios de vocabulario en las dos primeras partes, es decir, en la confesión a manera de penitente escrupuloso. Tu personaje se confiesa un poco demasiado honradamente. Me pareció impúdico y he querido velar, en busca de aquello que te decía Tomás Carrasquilla: “Escriba un libro para las mujeres, que todas quieren leerlo y los curas no las dejan”.

 La confesión de tu personaje es plato demasiado fuerte para Colombia; aquí tiene que ser por la reja; aquí la necesidad de confesarse no ha nacido todavía. A tu pequeño Rousseau o Agustín, lo van a lapidar; le van a gritar que vaya a confesarse con el padre Mejía, de Envigado. ¿De dónde diablos sacaste a ese tipo? Parece hijo de jesuita… Es demasiada gana de contar la que tiene y… ¡nian [sic] virgen estaría la Tony!

 Yo conozco los secretos de la creación artística. Sé muy bien que has creado personajes, sacándolos un mucho de ti mismo y otro mucho de tus observaciones. Pero la gente dirá que eres tú, y sólo tú y todo tú y armarán el escándalo…

 El tratado sobre el remordimiento, tercera parte, quedó tal como está en tus originales. Me parece perfecto. Duro, escolástico y hace agradable contraste con el arte de la novela. Aparecen el filósofo y el artista, el que medita y el creador. Dos estilos, dos vestidos.

 Aunque me autorizaste para hacer “lo que me pareciera bien” en todos tus libros, no he querido entregar estas páginas al editor sin tu aprobación. Temo haber dañado la unidad psicológica de la obra y mortificarte con las supresiones y cambios, como sucedió en Viaje a pie.

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 Alfonso González

EL REMORDIMIENTO

Marzo 19 de 1935.

Envigado (Villa “Bucarest”)

Querido Alfonso:

Ayer recibí la copia-extracto del libro “Mademoiselle Tony”, desde páginas 35 a 53 inclusive, y fue como si me hubieran dado garrotazo en el cerebro. Inmediatamente sentí congestión y profunda tristeza. Te puse telegrama en que impruebo el trabajo. Dormí mal, pasé con toda la energía vital herida y esta mañana decidí entrar en polémica contigo, pues veo que esto será disgusto para ti también y que es absolutamente imposible que Tony “ve a la luz pública”. (Pongo esta frase, para indicar cómo escribe la gente “bien educada”, es decir, que para todo tiene una frase hecha, pudorosa; para todo tiene un reflejo).

 No se publicará el libro, pero vas a ver cómo tengo razón. Si la Tony, si la vida no es propia para Colombia, si no tiene la belleza legal colombiana, ¡mejor! Si yo escribiera libros aprobados aquí, no valdría nada, sería un Laureano Gómez. Vamos por partes.

 Tú extractaste mi libro, extractaste de él los himnos y las conclusiones y le pusiste camisa púdica; abandonaste la vida. Es como si hubieras cogido un árbol y arrancándole las flores, para adornar una sala, ¡porque las señoras y los señores no pueden ver las raíces y las ramas! Eso se llama enjolivement; es el arte preciosista, cosa triste, muerta y que repugna al gran estilo; eso no se puede hacer con Goethe ni conmigo. ¿Es posible coger un niño sano, vital, y quitarle las nalgas, el vientre, los pies, los órganos genitales, y decir que los ojos, sólo los ojos, son presentables, son bellos? Para quien ame lo bonito, sí. Pero tal no es la belleza de la vida, animal profundo, devenir de un pasado remoto y oscuro mañana, animal que se nutre de todos los instintos, de todos los jugos. El arte proviene de embriaguez causada por los instintos vitales en su cúspide. El verdadero arte huele a semilla, a semen, a humus. Es ceiba retorcida que extiende sus raíces a los ríos, pantanos y descomposiciones. La bonitura es arreglo, artificio, es planta sin raíces y mútila.

 Vamos a las supresiones: ¿Crees tú que la escena de los calzoncitos de Tony es inmoral? ¿Es mala? Entonces eres moralista, has perdido la inocencia vital. ¿No gozabas tú oliendo la ropa de nuestro padre? ¿No me deleito yo con el olor de las cabezas de mis hijos? Mientras más se intensifica el sentimiento amoroso, más los huelo deleitadamente. Oler es el primer acto del amor. Huele la vaca a su mamón, todos los animales, hasta nosotros, dizque privilegiados, olemos para amar, olemos para excitar la energía. Tal escena, que tiene raíces en la vida, es bellísima, casi la esencia del libro; sin ella, no tienen sentido las conclusiones. Tal era mi tentación, que olía sus ropitas; tal era el guiño tentador que me hacía la vida, que yo me medía sobre su cama, a solas, para ver como quedaba uno allí. Y todo eso lo suprimiste, para que pudieran leerlo las palúdicas, santas de palo.

¿Cómo te atreviste a poner “calzones” de Tony, en vez de “calzoncitos”? La muchacha tiene “calzoncitos”, o sea, pequeños, limpios, y Pacho-loco, el mendigo que acaba de entrar a casa, tiene “calzones”.

Pusiste “prendas de su feminidad íntima”, en lugar de “ropitas de Tony”. “Prendas” es como dicen los Padres Ochoa y Mejía, curas de Envigado, en el púlpito, o sea, pornografía, hipocresía, vergüenza, pecado. “Ropitas” fue lo que yo vi y olí en la cómoda de la muchacha, o sea, unas camisitas y calzoncitos de seda, requetedoblados con el arte que tienen en Francia. Si yo le hubiera ofrecido a la Virgen “los calzones de Tony”, ésta sería la hora en que estuviera avergonzado... “Calzones” y “prendas” tiene Fernanda Ramírez.

“Oye risas, y no lo recupera hasta que haya entrado por la angosta y sospechosa escalera...” No; así queda hipócrita; se presta para las suposiciones de estudiantes jesuíticos. Es: “... hasta que haya entrado por la angosta y oscura escalera, a faire l'amour, de dos hasta cincuenta francos...” El gran arte es la inocencia perfecta, la reconciliación con la vida, eso que la gente enjolivée apellida perversidad.

“Camisas vaporosas” o “túnicas vaporosas”, en lugar de “túnicas que llegan hasta las barrigas”, es de Pacho Pérez, prototipo del enjolivé.

Todo lo que quitaste, todo lo que cambiaste en estas páginas, era la columna vertebral de la potranca. Atentaste contra la vida, suprimiste la lógica que preside al devenir. Hiciste verdadera pornografía. Pornografía es tenerle miedo a la vida, a la verdad de la vida, tener los instintos vitales encapuchados en la oscuridad de la vergüenza.

El libro tiene que quedar tal como me nació, sin cambios, sin supresiones, porque si no, tendríamos sermonario para señoritas histéricas.

La Estética es efecto de culminación vital. Lo bello es vitalidad. Se trata de fenómenos semejantes en todo a la fecundidad fisiológica. La misma energía preside al aparecer de organismos y de obras de arte. Si en una madre hay carencia de poder organizador, si la fuerza vital no consigue hacerle derechas las piernas al niño, di: feo. Si el niño sale con ojos bonitos, si la madre pare únicamente unos ojos, di: monstruosidad. Pero si pare un muchacho con nalgas, con ano, con todo y todo consonante, di que hay belleza, o sea, poder vital.

Tal la enormidad de Miguelángel: era como la vida, era creador de organismos, aun más poderosos que los de la vida actual: hombres y mujeres más fuertes, más plenos que los de ahora, más capaces.

Por eso, la historia del Padre Izu es esencial en mi libro. Mi polémica con ese jesuita es la misma que tengo conmigo. A él le preguntaba: “¿Por qué va a ser malo oler la ropita de Tony?” Y tú suprimiste tal escena y dejaste las conclusiones, donde dice: “¿Por qué hay cosas buenas y cosas malas” Tal como lo dejaste, pueden preguntar: ¿Quién es éste tan sermonero, tan filósofo en el vacío? ¿Quién, éste tan carajo?

Y suprimiste las escenas con Jorge, los celos porque Jorge pudiera mirar a la Tony. Suprimiste la escena en el café “La Cigarra”. Suprimiste las frases en francés, cuando yo viví esa vida en francés y el amor de Tony me sabe a francés. ¡De sesenta páginas a dos espacios dejaste veinte! Eso lo podrán hacer los futuros hombres púdicos con el título de “FERNANDO GONZÁLEZ PARA NIÑOS Y SEÑORITAS BIEN EDUCADAS”. Pero yo, el solitario que renunció a honores fáciles, que vive en pobreza, para no verse obligado a juntarse con López, Laureanos y Olayas, yo soy artista de la vida, pintor de animales en celo.

 Tú capaste a la novilla. Así como los jesuitas a la “Historia Natural” en que nos enseñaban a ser perversos: ¡le recortaban las páginas en que se describían los órganos genitales!

Tú dices que mi libro, tal como me nació, es pornográfico e ilegible, y yo te contesto que pornográfica es toda esta Suramérica hija de clérigos, hombres tapados por la vergüenza a la vida. Por eso, nuestra raza es estéril, avergonzada: raza de hombres que hacen las cosas y se esconden, avergonzados de estar vivos. Miguelángel y yo sentimos todos los instintos agrandados y no hacemos nada perverso; creamos seres con pechos, pene, ano, piernas, brazos, pies y manos, tronco y cabeza. Yo no le hice mal a Tony, no la dejé abandonada, desempeñando el oficio de ramera. El instinto aristocrático me impidió causarle miseria. ¡Y yo soy el perverso, yo soy el pornográfico! Cualquier colombiano la habría arrojado a la calle de la Pouterie, les habría contado a los compañeros para que fueran a acabar la obra de manchar, de envejecer, de prostituir; sí, les habría contado, pero en voz baja, en voz parecida a “prenda de vestir”... Y yo cuento todo lo que sucedió, las tentaciones que tuve, mis impulsos e inhibiciones. ¡Yo dizque soy el pornográfico! El otro, el virtuoso, aquél que contaría la indignación con que arrojó a Tony de su hogar, cuando ella le escribió y puso en la bata de baño un papelito con estas palabras: JE VOUS AIME.

Y resulta, en definitiva, que yo quiero tener la inocencia y santidad de los grandes falos que ponían en los aleros de las casas de Pompeya; quiero tener la inocencia de la vida griega y que en Colombia me llamen impuro. Prefiero ser hijo de la vida, palpitante, armonioso, y no un santo de palo, como estos suramericanos hijos del pecado y de la miseria.

Así, pues, la Tony quedará en manuscritos, para mí. No quiero darla a este pueblo de hipócritas.

Y la vida misma me justifica: allá están Tony y Teanós; ambas me quieren aún y, cuando cometan bajezas, se acordarán del “monsieur Fernandó”, con nostalgia.

Para los colombianos, yo soy pornográfico. Pueblo mísero, envilecido por centurias de dominio español, convento de clérigos vestidos hasta las orejas, pueblo cuya capital es Bogotá, ciudad habitada por hombres que piensan, escriben y viven para “cubrirse”, porque son pecados andantes. Miguelángel, Goethe, el Libertador y yo no nos tapamos.

¡Deja virgen a Tony! Que no se publique. Aquí serían capaces de ir a buscarla a “rue d'Arenc” para hacerle mal y para venir a decir en las iglesias: “¡Qué mala esa muchacha! Acúsome Padre de que me dejé inducir al mal por una muchacha de Marsella...”

Todo es esencial en mi libro. Si suprimiste, renuncio a la publicación.

Te abraza,

Fernando

INTRODUCCIÓN

¡Qué animales tan hermosos hizo el Señor al crear las muchachas! Desde hace días me tienen perturbado. ¿Y qué dice usted de los árboles, troncos, ramas, hojas y flores? ¿Y qué del agua en sus variados aspectos, de mar, lago, río, riachuelo, quebrada, amagamiento, fuente, llovizna, nube, nubecilla?... ¿Qué dice de luz y sombra, de sol y estrellas? Entre todas esas cosas se pasea, diosa en su palacio, la muchacha, que nos tienta, que nos incita, que nos tumba, que nos hace nacer y morir. ¡Que bellas, qué insuperables para el amor! Y qué bobas para conversar, para todo lo demás… ¡Ser perfecto es la muchacha!

Amo a Dios: luz, forma, todas las ideas. ¡Oh, único, muchacha de las muchachas, árbol de los árboles, mar de los mares! ¡Oh Tú, el ejemplar, Tú, el que no eres sino bueno!

¡Ven y sáciame, porque corro desalado! ¡Ábreme, porque estoy tocando a todas las puertas! ¡Ven, que ya me estoy muriendo de amor!

¿Eres Tú, Señor, el que te mueves así en el cuerpo de la Tony? Sí. Eres Tú, que estás jugando conmigo y ya me matas. ¡Déjate coger! ¡Déjate ya de guiños y de símbolos!

¿Eres Tú el que te manifiestas en ramas, en brazos retorcidos, en esta ceiba? Déjame poseer todas las formas, todas las maneras todas las turgencias, todas las curvas, todos los pechos indiciales, y promesas y realidades, porque si no... ¿qué haré con mi amor que no quiere una sola muchacha, ni un solo árbol ni de una sola agua?

¡Ven, Tú, el ejemplar, y tápame! Tápame Tú, porque no acepto bellezas en comodato, ni copias; quiero poseerte a ti, que no mueres ni enfermas. Quiero amar al que no envejece, al que tiene siempre dientes juveniles; quiero amarte a ti, Señor, eterna y perfecta juventud.

¡Dame, pues, el pecho ejemplar, matriz de todos los pechos; los ojos, dechado de todos los ojos; la curva perfecta; la turgencia modelo! Dáteme, Señor, pronto, porque voy detrás de las muchachas, árboles, luces y sombras, y no me satisfacen sino que me dirigen a ti, me dan tu dirección.... y ya estoy desfallecido de buscarte.

Envigado, febrero de 1935

PRIMERA

PARTE

ANÁLISIS

Esta muchacha, mademoiselle Tony, era un poderoso animal. De nuestros amores nacieron el remordimiento y algunas consideraciones. 

Todo sucedió en Marsella, a orillas del Mediterráneo, en donde habita la belleza con sus amantes.

No la vi en vestido de baño, como a Teanós; apenas desnuda en París, en el hotel de una calle que desemboca en el bulevar de Bonnes Nouvelles.

Este libro se refiere a Tony, a pesar de que en mis notas de aquel tiempo se dicen más cosas de “Salomé”, de la señorita Baby y de madame Rousseau, pues indudablemente es ella la que ocupa y ocupaba el centro de mis pensamientos.

No hubo entre nosotros nada que no pueda contarse.

De Teanós se dice algo apenas, porque Tony fue quien la reemplazó como institutriz y mis apuntes comenzaron a poco de la llegada de ésta a mi hogar.

Indudablemente que Teanós fue interesante, pero hay que limitarse para la obra de arte. La vi en vestido de baño; durante un verano me acompañó sobre la arena de El Paseo de la Playa, por las mañanas cuando yo iba a fumar el cigarrillo; se echaba arena entre las piernas, para dejar su forma. Un día en que las olas eran muy fuertes, la cogí por los brazos y el agua la arrojaba contra mí... Y fue precisamente en esa noche ardorosa de agosto: yo estudiaba teología en mi despacho; sabía que Teanós estaba reposando en el jardín, bajo el plátano, extendida en una perezosa, vestida con negligencia. Este conocimiento no me dejaba estudiar, y cerré la puerta. De pronto, sentí que por debajo de ella arrojaban un papelito. Decía: Je t'ai donné tout et pour toi c'etait l'ombre d'un caprice... Decía otras cosas, pero se me quedó en la memoria esa frase que encierra un problema muy difícil, más que mis estudios acerca de Dios. ¿Qué cosa sería la que me había dado Teanós? ¿Qué entienden las mujeres por darlo todo?  Era griega de Atenas, tenía gran elasticidad y amaba el estudio. Su boca era pequeña como un pellizco, y suspiraba muy bueno en las noches de verano.... Le guardo un poco de rencor, a causa de que puse el papelito en mi bata de baño y allí lo encontró Mlle. Baby, que repetía: “¡Ella te lo ha dado todo!...” ¡Dios mío! ¿Qué entienden las mujeres por todo? Jamás he podido explicarle; nunca podrá creer que Teanós no me dio sino estímulos para meditar.

*

Siento necesidad de sacar en limpio, comentar y terminar las notas escritas durante la época en que vivió en casa la señorita Tony. Deseo que conozcan tanto de mí como yo y que sepan que jamás he consentido en el pecado. Además, las mañanas cuando no hay presión atmosférica y salgo para Envigado a beber café bajo las ceibas, la imagen de Tony me tienta. Siento remordimiento de no haberle recibido el cuerpo que me ofreció. ¡Si el lector la conociera! Era un poderoso animal.

Esa fue la sensación que tuve la mañana invernal en que entró a casa con el periódico en la mano. Yo soy intuitivo. Tocó a la puerta; abrí; preguntó por madame; subió las escaleras, y yo iba detrás, anonadado sintiendo que IBA A ENTRAR EN MI CASA UN PODEROSO ANIMAL. Yo quería decir que no; tenía el deber de negarme a recibirla. Peor ya Dios había dispuesto otra cosa, para que me perfeccionara en el estudio del remordimiento.

Tres son las mujeres con quienes he imitado a José: La criada Margarita, en mi niñez, cuando estudiaba donde los jesuitas y vivía con mi tío Baltasar. Con ésta fue por incapacidad material, que es el más cruel de todos los remordimientos. Teanós, de Atenas, y Tony, de Alsacia. ¡Variados remordimientos que me causan las tres mujeres que me amaron y de quienes no gocé, ya por impotencia, ya por estar enamorado de una imagen propia, o sea, enamorado de la superación!

*

Respecto de Tony, deseo ser perfecto. Diré nada más que lo referente a ella; concentraré todo mi organismo a revivirla. Tal es la perfección artística. Contaré todo lo que sucedió y nada más. Será pues únicamente mademoiselle Tony no podrá confundirse con ninguna otra muchacha ni con otro libro. Lo que nació de nuestros amores es EL REMORDIMIENTO.

Lo cierto es que ahora, cuando mi carne cuarentona recupera la sinergia, por aquí, en Envigado, la Tony me remuerde. Poco a poco lo comprenderá el lector. ¿Cómo decirlo? Así: En Envigado tengo un remordimiento de no haberme acostado con Tony, que me está matando.

¿Comprenden? Por entre estas cañadas, en los mamelones de la finca de Pacho Pareja, en donde Dios hizo a Eva de catorce años y medio, mi carne cuarentona resurge y me grita: “¿Por qué no te acostaste con Tony? ¡Ya es irremediable!...” 

Estas cosas que deseo explicar sucedieron en Marsella, y, la última, en el hotel de una calle que desemboca al bulevar de Bonnes Nouvelle y que se llama LA CAJA DEL AMOR.

Precisamente la tristeza de este libro consiste en que nada sucedió; apenas nacieron fenómenos morales; hubo intenciones.  Nuestras almas se desgarraron, sobre todo la mía. La de Tony, no lo creo... Yo fui el que perdió la virginidad moral, el que perfeccionó en ese hotel sus ideas morales. Tony se quedó en París, virgen y desilusionada indudablemente. Porque era muy pasional, completa juventud, carecía de la facultad de volver sobre sus amagos de actos. Sin duda que no podrá comprender mi conducta y que me desprecia, sobre todo cuando se entregue al hombre que ya debió poseerla. Sí; tan joven era, que me parece imposible que comprenda las inhibiciones que tuve al lado de su cuerpo tonificante. Era de baja estatura, fornida y rubia; los ojos verdes; olor vitaminoso, agradable, de las jóvenes en celo. Caminaba a pasos largos, resultado de su mitad de sangre teutona y tenía manos anchas de alsaciana. Y ¡la elasticidad!, ¡el poder recuperador de su carne!: hundía yo el dedo y percibía la juventud...

[…]

Pues lo mismo sucedió con Teanós y con Tony: allá las dejé vírgenes en las orillas del Huveaune, pero me preñaron a mí de remordimiento. Hoy sé por qué progresa moralmente el hombre; conozco el mecanismo del libre albedrío, a causa de estas dos mujeres. 

Por eso, mis novelas no acaban; en ellas, la gente no se casa; a veces se muere, así como mueren los seres reales, porque estaban viejos o enfermos. Ayer examiné un libro de Chejov y vi que Andrés Efimich se murió en el último capítulo, a consecuencia de los dos primeros. En los míos, no: Tony no se muere, ni se casa, ni le sucede nada. Se queda virgen; casi no trato de ella en mis cuadernos de Marsella, y, sin embargo, es trascendental, eje de los problemas que se me pusieron, incitadora de mi actividad, materia de mi experimentación, y madre de un hijo que tuve y que me sirve para explicar el mecanismo del progreso: EL REMORDIMIENTO.

¿Quién es el superhombre? El que se domina a sí mismo, para ascender en conciencia. Una vez que se logra ser el modelo, se crea otro ideal, etcétera.

Así, pues, la teología que yo estudiaba en el instante en que Teanós me echó por debajo de la puerta el papelito, era sí, reconstruida poco más  menos:

ENSAYO TEOLÓGICO

I

El hombre es un porvenir: porque todos se desprecian en el instante presente.  Recorramos las situaciones en que puede estar un hombre: tiene esta hacienda, y quiere poseer la otra. Sabe una cosa, y no admira sino al que sabe dos. Lo ama una mujer, y sólo le gustan las demás. Todos los santos se han creído malos. Alfonso López, que deseó tanto como Pedro Nel la presidencia, ya tiene cara de hastío. Y, por ejemplo, cuando entramos Tony y yo a “LA CAJA DEL AMOR”, nos atendió y desarregló la cama una parisiense de dieciocho años, y recuerdo muy bien que durante un instante me pasó por la conciencia lo siguiente, prueba del divino descontento humano: “¡Si Tony se fuera y se quedara ésta!...” Me da pena confesarlo, pero siempre sucedía igual cosa, que por hermosa que fuera la mujer con quien iba a disciplinarme moralmente, prefería la muchacha que nos destendía la cama y que murmuraba desfallecida: “Monsieur, on doit payer d'avance. C'est Phabitude...”

Por eso, yo aceptaría diez mil años, porque apenas así lograría progresar, pues en la vida del espíritu se asciende dificultosamente. En sesenta años no hay modificación, y de ahí que algunos observadores sostengan que el carácter es inmutable. Ni en cuatro mil años se contempla el paso del mono al animal erecto.

II

 El hombre asciende en virtud del remordimiento: Despreciamos al ser actual y actuante que somos, porque la inteligencia nos muestra seres que obran mejor y deseamos ser como ellos. De allí que nuestros actos nos remuerdan.

Por ejemplo, en esa época en que no quise acostarme con Tony, era porque me acordaba de los remordimientos. Eso constituía una motivación para no acostarme. Ya era el ser ideal de otros tiempos, el que no se acostaba. Pero, al mismo tiempo, me remordía el hecho de atizar la pasión de Tony, de hacer esfuerzos para inducirla. Mi ideal había progresado. Había logrado ser el que no se acuesta y quería ser el que no atiza a las muchachas.

¿Por qué atizaba a Tony y a Teanós? ¡No sé! Porque era cuarentón y me parecía que las muchachas no podrían amarme tanto como yo a ellas y que, por eso, mis sacrificios al espíritu valían casi nada. Quería que me amaran mucho, para que mis sacrificios fueran de verdad, y, por eso, Tony es más importante que Teanós, quien no era virgen, ni tenía diecinueve años. ¡Era más gracia con Tony!

Cuando llegaban gentes al Consulado y veía que casi todas eran menores que yo, me preguntaba: “¿Qué diablos voy a ofrecer al espíritu? ¿Qué primaveras puedo sacrificar?” Por eso atizaba estos amoríos de mi carne madura, y cuando Tony me entregó un papelito que decía, “J.V.A.”, yo te amo, corrí a la iglesia de la calle Paraíso, me arrodillé y le dije al espíritu: “Vengo a ofrecerte este papelito...; en cambio dame conocimiento...”

Como estaba resuelto a no acostarme, me parecía que había progresado en conciencia, y, al pensar en Colombia, me decía: “¿Quién hay por allá, como yo, capaz de estos sacrificios al espíritu?” Cuando me destituyeron, pensaba: “En Colombia no rige la causalidad. ¿Creen por allá que uno de éstos que han mandado a los restaurantes, sea capaz de ofrecer una cosa como Tony al espíritu?... Puede haber gente en Colombia que no se haya acostado con Tony, por feos o por miedo al infierno, pero ¿por desprecio del instante presente, por superación? No.... Pocos somos los que hemos sido preñados por las muchachas, o sea, por la belleza. Muy pocos, y los demás se han dedicado a prolongar el fenómeno de la carne organizada, el triste fenómeno de la mediocridad suramericana”.

III

 El hombre no es libre, pero la inteligencia lo liberta: pruebas. Ni las necesita, pues nadie escoge lo que le parece menos bueno. La mayor motivación nos lleva a obrar. Esto es un postulado. Desde que un acto se ejecuta, hubo motivación.

Así, no hay premios ni castigos. El cielo consiste en el estado de conciencia adquirido a tiempo de morir. Lo mismo, el infierno. Es un estado-resumen de la conciencia. Al morir, cesa la posibilidad que se llama tiempo y espacio, posibilidad de ascender. Cesa la apariencia; no existimos después de la muerte, sino que somos. La inteligencia liberta al hombre por medio del siguiente mecanismo: conocimiento (ideal); remordimiento (desprecio del instante presente); arrepentimiento, tentación, etc. Fenómenos morales.

Porque resulta que la inteligencia objetiva nuestros actos y los critica; nos objetivamos y nos criticamos. Entonces dice: “Podrías haber obrado de otro modo mejor; ser más noble, etc.” La imaginación nos hace ver las lejanas promesas de seres que seremos, más bellos, que no hacen lo que hicimos. Somos el animal erecto que mira siempre al horizonte, línea que siempre se aleja, ideal que nunca se alcanza.

En cuanto conocemos, deseamos y en cuanto deseamos, estamos descontentos de la realidad.

Podemos hacer una definición de remordimiento: es dolor producido por la objetivación de los actos propios que no están acordes con el ideal que percibe nuestra inteligencia.

De ahí viene mi antigua práctica de echar delante, materializado, a Jacinto Salazar, el hombre carón, risueño, fornido pero muy ágil: es la persona que deseo llegar a ser, y cambia cada semana.

Obrar, meditar, arrepentirse, anhelar: ahí me tenéis la vida del hombre. El fin es irnos libertando de nosotros mismos. La vejez, teóricamente y contemplada en Sócrates, es mejor que la juventud.

El remordimiento crea repugnancias por los actos impropios del ideal que tenemos en determinada época, o sea, crea arrepentimiento. Motivaciones para no obrar como lo hicimos.

IV

 Tenemos derecho a experimentar: sabido es que la santidad consiste en el vencimiento. Un hombre puede conducirse con decencia y la gente vulgar creer que hay santificación, pero no la hay si no existe el esfuerzo. Por eso, “sólo Dios conoce a sus santos”. ¿Quién afirma que Sarret, el notario marsellés que mató a Chambón y a su amante, para robarles, y que disolvió con ácidos, en una bañera, sus cadáveres, es menor que el juez que lo condenó a la guillotina? Habría que medir la cantidad de pasiones activas y pasivas, la cantidad de posibilidades en cada uno, la cantidad de esfuerzo e inteligencia espiritual. Muchas cosas habría que medir y, entonces, podríamos conjeturar apenas. 

Tenemos el derecho de cumplir los instintos, para llegar a odiarnos en virtud del remordimiento y llegar a ser otros en virtud del arrepentimiento. Es el proceso de la teología moral. Entiendo por teología moral el estudio de Dios en cuanto se relaciona con el hombre. Tenemos el derecho de gozar de todos los instintos, para sentir el dolor que causa el goce y llegar así, poco a poco, a la beatitud. Ésta consiste en estado de conciencia no sujeto al tiempo ni al espacio.

Evidentes son para mí estas cosas, pues he llegado a despreciar la vida en virtud de haberla gozado. Si le dije a Tony, NON SERVIAM, o sea, no me acostaré, fue porque ya me había acostado con otras. Y si he llegado a amar tanto la vida, como campo de experimentación y ascenso, es a causa de mis pecados y arrepentimientos. ¿Qué sabría hoy de la belleza, si hubiera huido desde el principio de pecado y fealdad? ¿Cómo podría apreciar ahora mis beatitudes, si no hubiera sufrido la sucesión, la detestable sucesión?

V

 El ser está fuera de la apariencia: esto es evidente. Dios no existe. Es. YO SOY EL QUE ES. Si de Dios se pudiera tratar, sería fenómeno. La palabra...

*

Recuerdo muy bien que iba en ese punto de mis meditaciones cuando Teanós arrojó el papelito en que decía que ella me lo había dado todo y que para mí ella era apenas la sombra de un capricho. ¡Mentiras de Teanós! Ella exageraba, pero mi carne se encabritó. Eran las once de la noche en el mes de agosto; el sol acababa de hundirse tras el castillo de If. La familia estaba en el café “La Cigarra”. Nos hallábamos solos; ella, bajo el plátano y yo dentro de Dios. Me asomé por la ventana, y el mar Mediterráneo estaba anonadado y palpitante de amor, así como el pecho de las señoras gordas cuando se emocionan, que sube y baja, que sube y baja, no de frente sino de para arriba, hasta que hace derramar las lágrimas.

Vacilé. Fui a abrir la puerta y a gritar: “Teanós, ven!”, pero me acordé del mecanismo de teología moral que acababa de descubrir, y de que dentro de pocos movimientos del péndulo ya me habría acostado con Teanós. Entonces dije al espíritu, por la ventana: “Te ofrezco a esta muchacha de Atenas, a cambio de conocimiento”.  

[…]

¡Si el lector la hubiera conocido! ¡Si la pudiera tocar y oírle aquello de ¿dónde están mis calzoncitos? (“où sont mes petites culottes?”), para que pudiera darse cuenta de mis sacrificios! Claro está que esta muchacha era lo mejor para perfeccionar mis ideas de teología moral, pues mi espíritu es rábula, pervertido en el juego con el pecado. Teanós, no. Teanós era muy afirmativa y por la menor cosa decía que ya lo había dado todo. Tony lo daba todo... y negaba. Era más rábula Tony. Era como yo, que atizo para que me quieran, y cuando me dicen que sí, me deleita la virtud, paladeo, repito que tengo grandes tentaciones... De ahí que mi vida espiritual hubiera florecido tan bellamente. Cuando me quitaron el consulado, yo era casi un dios. Sólo estoy sano cuando me parece que las muchachas me quieren y yo resisto. Eso sucedió en Marsella...

El estudio que estoy haciendo es muy serio y poca gente entenderá lo que hay de bueno aquí. Casi todos asistirán al ajetreo de que resultaron mis  conclusiones teológicas. En este libro está la explicación del hombre moral. Es completo acerca de tentación, remordimiento, arrepentimiento y confesión. Soy un moralista en Colombia.

[…]
SEGUNDA PARTE

SITUACIÓN Y PERSONAJES

[…]

LLEGADA DE TONY

Fue una mañana invernal cuando llegó a casa, en tranvía, mademoiselle Tony. Llegó afanada, con el periódico en la mano, el mismo día en que salió el anuncio. Quería ser la primera. Vestía con abrigo azul, desabrochado, y pude contemplar la forma general de su cuerpo. Bajo el brazo, su paragüitas que parecía un cigarro. Subió las escaleras apresuradamente. Olor a juventud, rostro encendido, un poderoso animal.

Así llegó y entró en casa el remordimiento, es decir, la mujer que había de amarme y a quien yo diría NO, con pena y alegría. Lo primero, porque renunciar a las cosas buenas entristece siempre, y lo segundo, porque me había creado en el curso de la vida una motivación nueva, la cual quedó satisfecha. Desde la infancia he vivido meditando, parado en los rincones o al pie de los árboles. Una mañana, durante mi niñez, amaneció una rosa en la punta de una vara alta y joven, en el patio de casa; el sol la acariciaba. Allí me quedé buscando, con el aspecto de quien busca, al menos. Cuando leí que Sócrates permanecía parado afuera, a la intemperie, durante horas y hasta días, me alegré mucho porque ya tenía un santificador. Durante la niñez y juventud me había creado motivaciones; en Bonneveine, ya estaba preparado para la llegada de Tony.

Estas cosas de Tony son pequeñas pero trascendentales. Me ilustran acerca de mí. ¿No fui un niño monosilábico, parado en los rincones, suspenso, solitario? Mi niñez fue UNA PREPARACION PARA RENUNCIAR.

Las cosas buenas no suceden sino a quien no las busca y las muchachas no aman sino a los guerreros desprendidos. Hay leyes desconocidas que rigen la vida del espíritu. Si yo no hubiera estado preparado para renunciar, Tony habría sido otra.

La escena, en el vestíbulo. Mostró los certificados. Yo estaba de espaldas al jardín y la luz que entraba por el baño caía sobre ella. Dijo que luego traería el pasaporte. Dio su dirección: 32, rue D'Arenc, por allá, por los muelles, al norte de Marsella.

Yo no la miraba, porque no debía hacerlo. Yo era un hombre contenido. Pero la veía. Veo a las mujeres en razón inversa de cuanto las miro. Desde que no las mire, es porque son dignas de un renunciamiento. Mi alma se ilumina y siento que las veo, que las estoy tocando. Me causan éxtasis las muchachas que huelen a salud, y mis facultades psíquicas funcionan. Sólo una vez miré a Tony, durante aquella escena, y recuerdo que nos asustamos. Aceptó todas las condiciones, y yo sabía que las iba a aceptar. Era un instante de conocimiento directo.

Hoy comprendo que yo atizaba desde entonces, y “el amor más arde mientras más se atiza”. Atizaba, para luego decir que no. Bregaba ya porque me amara para resistir a sus ojos, pues desde antes de llegar, desde antes de mi instalación en Marsella, desde antes de nacer, había sacrificado a Tony al espíritu.

Para el estudio de mi carácter, ahí tienen un dato de infidelidad: apenas contratamos a Tony, ya le era infiel con las muchachas posibles que podrían venir a causa del anuncio en El Pequeño Marsellés. ¿No cree el lector que en cada instante se halla todo nuestro pasado y nuestro futuro?

La infidelidad, tal como la describo, es patrimonio de las almas cuyo destino es la Divinidad. Es gran virtud. Procede del estado de imperfección que nos induce a buscar. Los hombres fieles no tienen porvenir.

Las muchachas que van a venir son imaginaciones que sostienen la vida y la entretienen. La realidad es siempre sombría. En mí no estaba el deseo de poseer mujeres, pues por millares estaban en las calles. Si Tony me hubiera prometido acostarse, me habría repugnado. La prueba está en que la felicidad proporcionada mutuamente fue porque nada nos dijimos.

NARRACIÓN

Tony se instaló en noviembre, en invierno, cuando ya las casas están cerradas, hace frío y la vida es íntima, al lado de la caldera de calefacción... Recuerdo que cuando llegó, yo estaba triste, abatido, con la conciencia de haber renunciado a ella en absoluto. Vino con su tía, a quien prometí, a solas, en el balcón del baño, velar por la joven.

La verdad es que mi carne chillaba de dolor y mi espíritu escalaba el cielo, cuando hice tal promesa. Quedé anonadado dentro de mi bata de baño.

Una vez bajé al jardín; estaba sola y corrió asustada.  Fue la primera vez que se asustó… ¿Por qué, sin o la miré y si nada le dije?  ¿Por qué temía?

Era pequeña, dura, rubia.

Recuerdo que fue una tarde cuando, paseándome por el vestíbulo, la vi por primera vez salir de su habitación con su pijama rojo. Otro día se fue de paseo, y abrí su cómoda y me parecieron muy bellos sus calzoncitos y camisas.

¿Por qué nos gustan estas cosas de las mujeres desconocidas? Con miedo de profanar el sentimiento que tuve, diré que quizás sea porque las mujeres con quienes no hemos conversado son el depósito imaginario de la felicidad y hermosura que anhelamos. Pero entonces, ¿por qué nunca pensé en la ropa de Gina? ¿Habrá afinidad que nos atrae y embriaga? ¿Se tratará del genio de la especie?

Mientras rezábamos el rosario, por las noches, Tony estaba encerrada en su cuarto. Yo me paseaba, dirigiendo el rezo, e indudablemente que mi gran ansia de felicidad remota, o el genio de la especie, traspasaba la puerta, por las rendijas, o como los rayos X, pues sentía cierta especie de comunidad entre nosotros... La prueba está en que ella me huía, me tenía miedo, sin haberla mirado nunca descaradamente, como los jóvenes impetuosos.

A mi hermano le decía: “Tony es fea...” A medida que penetro en esta confesión, me admiro más de mí, de la astucia de la subconciencia. Soy ladino, astuto, en los secretos del pecado, de estas cosas que rodean lo que llaman pecado de la carne.

Así pasaron muchos días, sin que habláramos, sin que pudiéramos mirarnos sin apartar los ojos, o, por lo menos, sin darles aspecto de indiferencia.

Yo no sabía entonces que entre tony y yo estuviera pasando algo. Ahora es cuando lo sé. Yo pensaba voluntariamente en otras cosas, en Dios, en Italia, en facultades psíquicas desconocidas. Pero ahora, examinando mis libretas, veo que Tony era el hilo, la coloración de mi conciencia, la que daba lógica a toda mi vida interior, ya se refiriera a Salomé, al café “La Cigarra”, a las ostras del Viejo Puerto... Yo la censuraba (?) la despreciaba (?), porque había roto el tintero, por sus descuidos. Pero en el fondo, en realidad, entre nosotros sucedía la historia de que sólo ahora me percato. Había mucha cosa fuera de lo aparente, mucha historia entre los dos. ¿Por qué huía temerosa y sonrosada? ¿Por qué nunca me dirigía la palabra? Porque vivimos y sabemos más cosas de las creemos. Tal la explicación.

Un día, Tony no quiso bajar al comedor a la hora del almuerzo y se encerró a llorar. Subí a consolarla. Puse la mano sobre su cabeza y le dije: “No llore, Tony... ¿Por qué está triste, usted, tan bella?...” Me deleitaba como un confesor, y todo el día estuve pecaminosamente alegre, pero sin darme cuenta de lo que sucedía.

Nosotros, los jesuitas, somos egoístas como los gatos. Es la esencia en la comunidad de los reverendos padres hermanos de la infortunada Cunegunda... Damos muchos consejos, pero el jesuita es hombre segretatus a populo. Los reverendos viven en sus caserones amplios, conversando largamente en sus paseos por los corredores, en donde caminan para adelante y para atrás, en grupos de dos filas que se enfrentan, formando así el animal de la comunidad. Nada sabe el jesuita de hambres e infortunios, sino por los libros y el confesonario. No conoce la moneda. No compra mercado. No sufre crisis. Está parado al pie del árbol de la vida, consolando a Tony.... ¿Por qué no insistiría el Padre Torres? ¡Qué gran jesuita hubiera sido yo! Y hoy viviría en Roma o en París, enseñando un poco de teología abstracta y consolando a Tony: “Hija mía, baja a almorzar; tan bella muchacha como tú, sólo debe llorar a causa del pecado... Dime, ¿es que tú acaricias, te deleitas con la tela, con los pliegues de tus ropas, al vestirte...?  ¿Gozas y sueñas con la seda de tus medias…? No temas. Cuéntamelo todo... Somos jueces, y es necesario que me desnudes tu alma...” ¡Cuán lejos iría mi poder olfativo! ¡Qué inmenso desarrollo habrían adquirido las facultades de mi intuición! Yo habría fundado nuevas casas; mis sermones estarían publicados y las muchachas de Francia habrían dicho: “C'est gentil ce Père de la Colombie!...”

Así fue como consolé a Tony. Luego, por la noche, volvió con regalos para todos, menos para mí. Pero sentí que todo, absolutamente todo, era para monsieur. Así estuve en la cima de la felicidad psicofisiológica, que únicamente conocen los guerreros desprendidos, durante tres o cuatro días. Mientras más convencido estaba de que toda ella era para mí, porque ningún regalo me llevó, y porque me temía, más lento era mi caminar entre la bata de baño, más reconcentrado mi aspecto, más despacio rezaba el rosario, y más ratos me encerraba en el consulado a fumar y meditar en las relaciones del hombre con la Divinidad.

Sólo una cosa modifiqué de mi conducta. Seguí dejando la llave, para que atendiera las llamadas al teléfono. Al salir, gritaba desde la escalera: “Mademoiselle Tony!... Tony!... voilà la clef...” Bajaba ella, con el rostro encendido, pero feliz, brincando de tres en tres los escalones. Yo la miraba amorosamente, pero con bondad espiritual; estiraba hacia arriba la mano, mientras decía voilà la clef y así permanecía hasta que Tony llegaba. Ahora comprendo los significados de tales actitudes: la mía, para poder mirarla, y la rapidez de ella, para que cesara pronto mi mirada, porque estaba feliz, pero temía.

Cuando un día, al entregarle unos juegos de facturas, me miró Tony, por la primera vez con gran capacidad de entrega, tuve que huir por las avenidas, bajo los árboles, buscando contención. El espíritu me estaba atacando y escribí este himno, metido en un café del Viejo Puerto:

[…]

TERCERA

PARTE

EL REMORDIMIENTO

DEFINICIÓN

Morder tiene significado físico: asir y apretar con los dientes una cosa, clavándolos en ella.

Remorder - Repetición de tal acto. Se usa en sentido psíquico, así: ejecuto un acto al que me veía atraído por una tendencia y alejado por otra; lo hago, pues, sin aprobación plena, indeciso. Al ejecutarlo o al ser tentado para ello, me remuerde la tendencia opositora.

REMORDIMIENTO ES LA INTRANQUILIDAD QUE PRECEDE, ACOMPAÑA O SIGUE A UNA ACCION.

EXPLICACIONES

Para que haya remordimiento es preciso que el acto sea reprobado*  por tendencia juzgada por el yo o resultante como superior a la incitadora.

Hay una dificultad aparente; se podría preguntar: ¿hay remordimiento porque no robé? Si la tendencia a robar es muy fuerte, sí. De lo contrario, hay alegría. Si ambas son muy grandes, resulta un sentimiento mixto.

Penetremos más. Siempre que hay tendencias contrarias, hay remordimiento, más o menos aparente.

Sólo hay alegría o dolor en los actos en que existe lucha interna. En toda acción hay una tendencia vencida y otra vencedora. El hombre es moral, o sea, guerrero. De ahí que nunca haya alegría simple. Sin dolor no puede haber alegría, y viceversa. Alegría y dolor, como elementos simples, no existen sino en abstracto. La emoción no se produce sino en los actos acompañados de lucha interna, y, por ende, todas son compuestas de gritos del instinto triunfante y de lamentos del vencido.

Ningún acto produce emoción simple, alegre o dolorosa; las llamamos de esos modos según lo que domine en su composición.

¿POR QUÉ EL HOMBRE ES MORAL, O SUJETO A REMORDIMIENTO?

Los constituyentes psíquicos están en perpetuo equilibrio inestable. La resultante a que llamamos yo cambia a cada instante, con las mutaciones fisiológicas y del ambiente: de ahí resultan las tentaciones, el pecado, los remordimientos.

Mientras más complejo el individuo, mayor delicadeza, mayor sensibilidad, más tormentos.

Hay seres que dan la impresión de unidad. Son antipáticos, pero muy importantes en la historia. Son los tiranos, los hombres de voluntad.

Los minerales son muy sencillos; reaccionan siempre de un mismo modo. Los vegetales comienzan a estar atormentados, pero imperceptiblemente. Los animales inferiores, un poco más, y así hasta llegar al hombre, de quien podemos decir que es un ser atormentado por el remordimiento, un ser moral.

El hombre da la impresión de que no se encuentra bien en la tierra. No hace nada con la sencillez y elegancia de los otros seres. Inventó el pecado y de ahí que tenga ojos y maneras de criminal, cuando come, cuando camina, cuando habla, cuando cohabita. Podemos afirmar que el hombre, en la tierra, no se siente completamente en casa, no está aclimatado.

Ante la variedad de constituciones en los hombres, hay que concluir que no somos libres, en el sentido que le dan a tal expresión. La meditación es la que nos liberta, pues mediante ella ascendemos a planos superiores de motivación.

ESPECIES DE REMORDIMIENTO

Tenemos que remordimiento es dolor interno causado por tendencia reprimida, o bien, sacrificada.

Por ejemplo: mi instinto de fecundación desea una mujer. Al mismo tiempo, mi instinto espiritual exige alejarme de ella. Pongo este ejemplo, prescindiendo de todas las demás motivaciones adversas y favorables, con el objeto de ser claro; pero téngase presente que la vida interior es tanto más complicada cuanto más culto el individuo. A todo acto nos incitan motivos varios y muchos otros nos retraen de él. El acto es resultante de fuerzas en guerra, en contradicción, y el panorama interno de un alma es creado por esas batallas.

Desde el instante en que deseo a la mujer y que la espiritualidad me aleja de ella, hay remordimiento. Digo que estoy tentado. Ambos instintos duelen, pues uno de ellos ha de ser víctima.

Hay, pues, estos remordimientos:

Precedente al acto.

Concomitante.

Subsiguiente.

Al primero lo llamamos tentación.

El segundo es el que da ese aspecto de tormento a las acciones humanas. No existe en los animales, y de allí que obren tan bellamente, con naturalidad terrenal. El animal vive en la tierra como en perfecto medio. No así el hombre, animal que mira para el cielo, que siempre obra sin consentimiento pleno, atormentado por el remordimiento.

Estos dos son siempre menores que el remordimiento subsiguiente, lo cual se entenderá con facilidad al meditar en que antes del acto aún no se ha sacrificado una de las tendencias, la cual todavía espera el triunfo. Pero una vez ejecutada la acción, el instinto opositor se queja amargamente, como víctima.

REMORDIMIENTOS TARDÍOS

De un acto puede uno arrepentirse al mucho tiempo de ejecutado, cuando crece la tendencia opositora y la otra disminuye. Tal es el tormento de la santificación. Los santos, a medida que se disciplinan, a medida que aumentan su amor por otra vida, más lloran por el pasado y encuentran en él manchas que antes no habían percibido.

Sucede esto porque disciplinarse es perfeccionar sus facultades, embellecer el ideal. Por lo tanto, a cada progreso se nos hace más odioso el hombre que fuimos, el animal que vamos matando en nosotros.

Por ejemplo, en la vida de los héroes encuentro que llegaron a lamentarse por actos que yo creo buenos. En este punto de nuestro análisis, podemos hacer las siguientes definiciones:

El hombre es moral, o sea, asciende en planos de motivación.

La vida moral consiste en odiar al que fuimos y amar al que seremos, o sea:

SOMOS EL ANIMAL ERECTO QUE MARCHA HACIA EL CIELO.

REMORDIMIENTOS INSTANTÁNEOS

Vimos que los hay tardíos, debido al lento devenir del hombre por medio de las disciplinas.

Pero los hay que nacen o crecen rápidamente, por las mutaciones rapidísimas en el hombre. Tal sucede, por ejemplo, en el coito, que, al efectuarse, muere instantáneamente el instinto incitador y eso permite oír las voces de las tendencias sacrificadas. EL HOMBRE DESPUÉS DEL COITO ES ANIMAL TRISTE.

Los remordimientos nacen posteriormente al acto, debido a cambios fisiológicos o psíquicos.

Significado del remordimiento

Si no nos remordiera, no ascenderíamos. El dolor es acicate. Sentir remordimiento equivale a odiarse, a estar descontento.

Si bien el remordimiento no sirve para borrar el acto, sirve para evitar su repetición y para que no se convierta en hábito.

Sin el mecanismo del remordimiento, el hombre no sería el que es. Sería un ser tranquilo, sin porvenir, como el caballo. En los otros animales no existe el remordimiento. De ahí su belleza plástica, su naturalidad.

Mientras que nosotros tenemos aspecto de promesa, de obra comenzada, de esbozo. Como animal, es detestable el hombre. El remordimiento comprueba que somos futuros diosecitos, o sea, herederos del reino.

El remordimiento es prueba de que no somos completamente terrenales; que habitamos aquí provisionalmente, como en una escuela.

No entiendo cómo Nietzsche juzgó tan rudamente este fenómeno: “Una cochinería”. El significado biológico de este fenómeno es superior a todo. A causa de él progresamos y seremos muy grandes.

El remordimiento es sublimación del dolor físico.

Mecanismo del progreso moral

El papel biológico del remordimiento es perfeccionar al hombre, así: por las facultades intelectuales percibimos un hombre ideal; el remordimiento nos hace llegar a él, para emprender una jornada nueva, etc...

*

Quisiera practicar la química y la virtud. La primera, por ser esa misteriosa alquimia, con otro nombre, y porque trata de las reacciones de los cuerpos: la virtud en los cuerpos simples. Y la segunda, para acercarme a Dios. Practicar la virtud es reaccionar, luchar y vencer.

Hasta hoy no he practicado sino el remordimiento, el más amargo de todos, porque siempre ha sido vencido mi ideal.

Me admira mucho que Sócrates no tratara del remordimiento, de la guerra interna. Esto del remordimiento apareció con el cristianismo, es el gran beneficio de esta religión.

Aquella joven

Ayer me fui pensando en el remordimiento. Aquella joven que quiso entregárseme tímida e impetuosamente, cuando yo tenía quince años... Tímida, porque medio resistía, e impetuosa, porque me urgía tácitamente... No le hice nada, por incapacidad.

Pues resulta que a los años, en momentos de euforia fisiológica, ese recuerdo me remuerde, por no haberle hecho nada.

Aquí hay problemas muy graves. Veamos. ¿De modo que también hay remordimiento de no haber obrado mal?

Entendámonos. Como no poseí esa muchacha a causa de impotencia, resulta que ningún instinto venció, ninguno puede causarme alegría.

Si no la hubiera poseído a causa de amor a la castidad, este instinto triunfante me daría alegría y únicamente sentiría remordimiento cuando preponderaran mis instintos fisiológicos.

Después de lo que hemos analizado, es fácil comprender que todo acto causa dolor y alegría, pero que le damos uno de estos nombres según la fuerza de los instintos.

HAY REMORDIMIENTO SIEMPRE QUE ES VENCIDO EL INSTINTO MÁS FUERTE Y MÁS ARRAIGADO.

A los instintos anárquicos que de vez en vez aparecen en el hombre y lo dominan momentáneamente, es a lo que llamamos el mal.

El modo de obrar aceptado por la sociedad en determinada época, es lo que se llama el bien.

Esos dos entes son la moral oficial, la del hombre-vulgo.

Así, el remordimiento de la moral vulgar es muy fácilmente determinable.

Moral y remordimiento de los santos:

Creándome ideales, puedo llegar a sentir remordimiento por la vida de que me enorgullecí durante años. El remordimiento no es otra cosa que la crítica hecha por un ser superior al actor. De ahí que los santos, mientras más se perfeccionan, mayor dolor sienten por su pasado.

Dostojewsky

Como alegría y dolor vienen a ser el triunfo o la derrota de tendencias, y como en todo acto hay vencido y vencedor, eso que llamamos dolor y alegría morales son sentimientos compuestos. Siempre hay tendencia vencida (dolor) y vencedora (alegría).

Pero la tendencia vencedora es aprobada por el yo, lo predominante en el sentimiento será alegría, y viceversa. Así se comprende muy bien aquello de Dostojewsky acerca de que en todo dolor hay alegría, de que ésta existe en los tormentos que nos causamos.

*

De estos análisis precedentes resulta la explicación del hecho de que los santos se creen malos, y más, mientras más se perfeccionan. Al subir en ideales, los antiguos motivos de conducta se convierten en bajos. Lo que para mí es bueno, para un santo es pecado.

*

Resulta así que la pena, todo castigo, debe ser disciplinario: reformar al culpable para que se critique y sienta remordimiento. El dolor físico en la pena es un medio muy vulgar, muy indirecto.

Remordimiento como índice de progreso

Es el índice del progreso en conciencia. A mayor remordimiento, mayor ascenso en la escala de los años espirituales.

El que se avergüenza de su obra (libro, estatua, etc.) está por sobre ella; el que lo hace de su pasado, está por encima de él. Quien se aprueba y vive tranquilo, es una babosa. Los santos se tienen horror a sí mismos.

Yo quiero cantar al remordimiento.

Es índice de la altura que se alcanza.

Que cada día llore por el Fernando

que vivió las veinticuatro horas de ayer...

Llorar siempre por el instante pasado;

llorar por el Fernando perezoso

que vivió mal en Envigado

y que no supo obrar noblemente...

Venid a llorar conmigo, amiga Teresa,

italo Francisco y cruel Ignacio,

porque fuimos imperfectos y morosos...

¡Quién nos diera mil años de vida!

[…]

¿Por qué afirmo que vivo a la enemiga?

Porque he luchado contra todo lo existente. No puedo tener amigos sino cuando mueran los colombianos de hoy y desparezcan los intereses actuales.

Porque me odio mucho en cuanto soy persona, o sea, odio y lucho contra mis instintos. No he logrado aprobarme un solo día. Nada de lo que hice me parece bien. Es otra la vida que quisiera para mí. Quiero ser otro. Padezco, pero medito. Tengo abundancia de instintos.

Vivo pues, como hombre moral, en lucha conmigo mismo, derrotado casi siempre; hace cuarenta años que vivo derrotado, en angustia, amando a un santo que yo podría ser y siendo un trapo sucio; llamando a Dios y oliendo las ropitas de Tony. En realidad, soy un enamorado de la belleza, pero también hombre que persigue a las muchachas, que piensa a lo animal, etc., 99% hombre vulgar. Apenas sí de vez en cuando puede mi alma mirar con hermosos ojos verdes a través de la inmundicia de mi conducta.

Y así como me odio a mí mismo, odio a la Colombia actual; y así como amo al santo que podría ser, amo a la Colombia que sueño. En consecuencia, mi lema será: Padezco, pero medito.

[…]


 El Remordimiento (1935), Primera edición: Manizales, Editor Arturo Zapata, mayo - junio de 1935. y cuarta edición: Medellín, Universidad de Antioquia, diciembre de 1994.

Tomado de 
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