Muchas veces me has dicho: “No me sueltes.”
Yo nunca te lo digo,
pero lo estoy pensando: y tú lo oyes.
Y desde que una tarde nos perdimos
junto a un arroyo, porque tú querías
ser tú, sola, y yo solo,
no nos soltamos nunca de la mano.
No te me sueltes nunca en estos cuentos,
del podrá, del podría, del pudiera
ser, tan maravillosos
que cuando yo termino de decírtelos,
nos duele la mirada
de tanto querer verlos en el aire.
Cuando hablo de imposibles
apriétame la mano más que nunca.
Nada más triste que soltarse
como niños de cuento, en cualquier bosque
cuando se estaba al borde de las hadas
para buscar aparte ese tesoro
que sólo a una pareja se revela.
No hay un amor ni un cuento
que no tengan buen fin. Y si parece
que acaban mal es porque no sabemos
contar, amar hasta el final dichoso.
Para unas manos juntas que buscan,
todo es víspera.
No te me sueltes en las calles céntricas.
Recuerda aquella tarde, estando a orillas
de un gran río metálico de ruedas,
desatado hacia el mar de los quehaceres,
en que por desprenderte
de mí te viste sola en un islote
de desolado asfalto,
cogida entre las ondas incesantes
de automóviles raudos. Hasta que otro
Neptuno manejando una luz verde
paró el torrente y yo volví a encontrar
tu mano y te arrastré hacia nuestra tierrra.
Desde entonces andamos
por las grandes ciudades tan unidos
que las gentes al vernos
se miran con tristeza,
sus manos sueltas y se paran un momento
para llorar junto a un escaparate
donde nadie les vea,
más que los maniquíes confidentes,
el error de no estar enamorados.
No te sueltes tampoco
donde tanto te gusta, en las praderas:
allí el viento te tienta
a ser otra vez viento y a escaparte
para volver después de dar la vuelta
a cinco o seis montañas. Tengo miedo.
Yo sé que muchas brisas,
jóvenes como tú, como tú tiernas,
seguras de sí mismas
dijeron que iban a jugar un rato
con unas hojas verdes: y no han vuelto.
Nunca más se ha sabido de su suerte
sino esta soledad y esta quietud
que detrás se dejaron, por soltarse.
Los mitos, en el campo, siempre acechan.
(Yo nunca estoy seguro
de lo que tu apariencia me insinúa:
que eres simple mortal, de pura carne.
Cuando libras tu cuerpo de las sedas
un recuerdo de ninfa o diosa altiva
convierte nuestro abrazo en una fábula.)
Y así, en el campo, un día,
si te suelto la mano, volver puedes
a tu mito y dejarme a mí llorando
al pie de un árbol:
soñando brazos y mirando ramas
en que a pesar de todos los inviernos
el recuerdo certero reconoce
un latido de sangre que me amaba.
No te me escapes nunca en los salones
adonde sueles ir algunas noches
vestida de unos rasos tan antiguos
que llenan todo el ámbito de músicas
y hacen llorar a espejos y bujías.
No te sueltes
cuando se inclinen sobre ti y te inviten
a aceptar el regalo que las fábricas
repiten por millares.
Piensa en la gran dulzura destilada
por un alma tan sólo para otra.
Y sin mover la mano
para poner azúcar en el té,
di: ”Yo no tomo azúcar”, sonriendo.
Porque aunque estés sin mí por esas fiestas
el cálido recuerdo de una mano
está siempre estrechándote a lo lejos:
y soltarlo porque es pura memoria,
es más traición que abandonar un tacto.
También así se pierden o se salvan
cosas muy parecidas a la vida.
Y sobre todo no te sueltes nunca
cuando estemos durmiendo, sobre un lecho.
Comprendo bien por qué se alza tu brazo
trémulo, palpitante, vertical,
en el aire, a las tres de la mañana,
del fondo de tu sueño.
Las camas son inmensas, por lo blancas.
Y nadie sabe su extensión sin límite
más que el que tiene miedo
a que ya no le quieran, por la noche.
Las camas tienen níveas vertientes
-sólo parecen sábanas de hilo-
por donde los trineos del capricho
nos roban las promesas más seguras.
En su impoluto campo,
es siempre primavera
para toda semilla de futuro.
Y como un sueño pasa
de un ser a otro por los brazos,
abrazándose como el amor,
y desemboca allí en las palmas de las manos,
si tú te sueltas de la mano mía
perderás lo mejor que hemos ganado:
el don de soñar juntos, hechos cántico.
Y yo no quiero, no, perderte nunca
sobre esa casta anchura suavísima
donde el amor entero se nos cumple,
sin más tacto
que aquel en que una mano
entregada a otra mano,
aunque estemos dormidos,
hace sentir las sangres de dos seres
como una sola sangre:
la que da vida al corazón de un sueño.
Por eso yo te pido que vayamos
por este mundo con las manos juntas.
PEDRO SALINAS
2 comentarios:
ME GUSTA MUCHO TU BLOG, AL IGUAL QUE TU POESIA, ES MARAVILLOSA Y PROFUNDA, TE FELICITO Y DESEO MUCHAS COSAS BUENAS, ADEMA TE INVITO A VISITAR EL MIO, adelasotoalvarez.blogspot.com
Adelaine.
Gracias por venir, Adela, y por tan bello criterio por mi trabajo...Te envío desde aquí un fuerte abrazo....
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