miércoles, 16 de junio de 2010

ZONA POESIA INEFABLE / PEDRO SALINAS





Muchas veces me has dicho: “No me sueltes.”

Yo nunca te lo digo,

pero lo estoy pensando: y tú lo oyes.

Y desde que una tarde nos perdimos

junto a un arroyo, porque tú querías

ser tú, sola, y yo solo,

no nos soltamos nunca de la mano.











No te me sueltes nunca en estos cuentos,

del podrá, del podría, del pudiera

ser, tan maravillosos

que cuando yo termino de decírtelos,

nos duele la mirada

de tanto querer verlos en el aire.

Cuando hablo de imposibles

apriétame la mano más que nunca.

Nada más triste que soltarse

como niños de cuento, en cualquier bosque

cuando se estaba al borde de las hadas

para buscar aparte ese tesoro

que sólo a una pareja se revela.

No hay un amor ni un cuento

que no tengan buen fin. Y si parece

que acaban mal es porque no sabemos

contar, amar hasta el final dichoso.

Para unas manos juntas que buscan,

todo es víspera.







No te me sueltes en las calles céntricas.

Recuerda aquella tarde, estando a orillas

de un gran río metálico de ruedas,

desatado hacia el mar de los quehaceres,

en que por desprenderte

de mí te viste sola en un islote

de desolado asfalto,

cogida entre las ondas incesantes

de automóviles raudos. Hasta que otro

Neptuno manejando una luz verde

paró el torrente y yo volví a encontrar

tu mano y te arrastré hacia nuestra tierrra.

Desde entonces andamos

por las grandes ciudades tan unidos

que las gentes al vernos

se miran con tristeza,

sus manos sueltas y se paran un momento

para llorar junto a un escaparate

donde nadie les vea,

más que los maniquíes confidentes,

el error de no estar enamorados.





  No te sueltes tampoco

donde tanto te gusta, en las praderas:

allí el viento te tienta

a ser otra vez viento y a escaparte

para volver después de dar la vuelta

a cinco o seis montañas. Tengo miedo.

Yo sé que muchas brisas,

jóvenes como tú, como tú tiernas,

seguras de sí mismas

dijeron que iban a jugar un rato

con unas hojas verdes: y no han vuelto.

Nunca más se ha sabido de su suerte

sino esta soledad y esta quietud

que detrás se dejaron, por soltarse.

Los mitos, en el campo, siempre acechan.

(Yo nunca estoy seguro

de lo que tu apariencia me insinúa:

que eres simple mortal, de pura carne.

Cuando libras tu cuerpo de las sedas

un recuerdo de ninfa o diosa altiva

convierte nuestro abrazo en una fábula.)

Y así, en el campo, un día,

si te suelto la mano, volver puedes

a tu mito y dejarme a mí llorando

al pie de un árbol:

soñando brazos y mirando ramas

en que a pesar de todos los inviernos

el recuerdo certero reconoce

un latido de sangre que me amaba.



No te me escapes nunca en los salones

adonde sueles ir algunas noches

vestida de unos rasos tan antiguos

que llenan todo el ámbito de músicas

y hacen llorar a espejos y bujías.

No te sueltes

cuando se inclinen sobre ti y te inviten

a aceptar el regalo que las fábricas

repiten por millares.

Piensa en la gran dulzura destilada

por un alma tan sólo para otra.

Y sin mover la mano

para poner azúcar en el té,

di: ”Yo no tomo azúcar”, sonriendo.

Porque aunque estés sin mí por esas fiestas

el cálido recuerdo de una mano

está siempre estrechándote a lo lejos:

y soltarlo porque es pura memoria,

es más traición que abandonar un tacto.

También así se pierden o se salvan

cosas muy parecidas a la vida.




Y sobre todo no te sueltes nunca

cuando estemos durmiendo, sobre un lecho.

Comprendo bien por qué se alza tu brazo

trémulo, palpitante, vertical,

en el aire, a las tres de la mañana,

del fondo de tu sueño.

Las camas son inmensas, por lo blancas.

Y nadie sabe su extensión sin límite

más que el que tiene miedo

a que ya no le quieran, por la noche.

Las camas tienen níveas vertientes

-sólo parecen sábanas de hilo-

por donde los trineos del capricho

nos roban las promesas más seguras.

En su impoluto campo,

es siempre primavera

para toda semilla de futuro.

Y como un sueño pasa

de un ser a otro por los brazos,

abrazándose como el amor,

y desemboca allí en las palmas de las manos,

si tú te sueltas de la mano mía

perderás lo mejor que hemos ganado:

el don de soñar juntos, hechos cántico.

Y yo no quiero, no, perderte nunca

sobre esa casta anchura suavísima

donde el amor entero se nos cumple,

sin más tacto

que aquel en que una mano

entregada a otra mano,

aunque estemos dormidos,

hace sentir las sangres de dos seres

como una sola sangre:

la que da vida al corazón de un sueño. 






Por eso yo te pido que vayamos

por este mundo con las manos juntas.



PEDRO SALINAS

2 comentarios:

Adela Soto Alvarez dijo...

ME GUSTA MUCHO TU BLOG, AL IGUAL QUE TU POESIA, ES MARAVILLOSA Y PROFUNDA, TE FELICITO Y DESEO MUCHAS COSAS BUENAS, ADEMA TE INVITO A VISITAR EL MIO, adelasotoalvarez.blogspot.com

Adelaine.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO dijo...

Gracias por venir, Adela, y por tan bello criterio por mi trabajo...Te envío desde aquí un fuerte abrazo....

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