miércoles, 14 de julio de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / letras por capítulos 7


EL SABOR DE VIZCAYA (y 7)

por José Ignacio Restrepo



El sabor salino del aire era una circunstancia dijéramos permanente en esta zona de España, que recibía los altos vientos del Atlántico, que a esta hora del año se revuelve, como párvulo deseoso de que se acabe la clase. Al mediodía moroso, el habitante  común demanda un descanso para la pesadez normal de la  ingesta, que es abundante y gratinosa por naturaleza.

Miguel sentía las vísceras chocando mientras digería el abundante plato de fetuchini y las dos copas de oporto, que había almorzado, y se había tendido a pensar, o mejor, a dejarse llevar por los pensamientos, actividad no bien desarrollada en un individuo más formado en la acción que en el ensimismamiento. Sufrió un tremendo sobresalto cuando el zumbido del celular y su vibración simultánea rompieron el curso de sus preocupaciones. Era una apuesta al todo o nada, quien lo buscara a él en estas circunstancias, forzosamente tenía intereses que hacer valer, y el número que mostraba la pantalla no le era conocido. Corto el forro, como decía su padre en la cocina, sin pensarlo tres veces.
-       Si…A quien busca…
-       A usted, lo busco a usted…
Era el jefe. Era una suerte que esto acabara, fuera de la manera que fuera…

-       Señor, excúseme, no identifiqué su voz, ¿me necesita?
-       Aquí mismo en 25 minutos, ni uno más, ni uno menos…
-        
El intento por hacer de un viaje una aventura de ingreso a las grandes ligas, parecía haber terminado para él. El tono de la voz de Vallesi hacía prever lo peor, aunque en el fondo era la esperanza en este instante la que regía su destino. Esa esperanza que lo había guiado siempre, que tenía espiritualmente marcada con el rostro y la voz de su madre difunta, que lo envió siempre a la vida lleno de la fe que reemplaza el no saber antes, lo que se cruza por nuestra vida.

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El contador estaba sentado, atado de los pies y de las manos con la misma soga. Lo habían golpeado un poco en el rostro, pues lucía algunos rasguños, pero nada que no pudiera empeorar mucho más. Los ojos de niño de Rafaello se posaron en los suyos como antecediendo las cosas que vendrían, casi pidiéndole siguiera la secuencia de un guion que Miguel realmente no sabía cuál era. Pensó que ambos estaban llevados del carajo, y la diferencia de sus posiciones era la distancia entre los tiempos de llegada a la casa del don.

Como una regla que siempre se cumplía Vallesi apareció a espaldas de los invitados, silenciosamente, como había aprendido tras años de aplicarse en la única asignatura de aprender y practicar mañas siniestras, y con las manos tomadas atrás, conducta que obliga a cualquier contrario a sospechar de un ataque por sorpresa.

-       Ustedes dos huelen muy mal, como a pasillito de huecos de muro, como a narcisos que ya no son…

El silencio dejaba  ver que todos sabíamos que continuaría hablando, así el tema o las maneras a nadie gustaran.

-       Vos que llegaste tan rápido y no te tuvimos que buscar, debes tener como pagar toda esta cuenta, me imagino. Y si me imagino bien, entonces esta noche estaremos comiendo y bebiendo un poco, como los asociados que somos. Nos reiremos de esta situación apurada, que nunca queremos se vuelva un hecho cotidiano, y entenderemos que para luchar por el progreso es preciso en ocasiones hacer de cascanueces. Dale Miguel, convénceme…

Mi santa madre, que también conoció lo sórdido y magnífico que encierra el hecho de pertenecer a esta gran familia, me dijo una vez, que la posición del rey no debe inspirar ninguna pasión distinta de la confianza absoluta. Solo hoy, como protagonista eximio de la acción de esta sala, advertí completamente el sentido manifiesto de sus palabras, pronunciadas para que las llevara en mi corazón y en mi memoria, y las pusiera en acción en un evento como este.

Demoré cuatro horas y diez y ocho minutos en recomponer la marcha de los acontecimientos. Mientras explicaba con total acierto y veracidad todos los eventos acaecidos desde mi llegada a Bangkok, en el orden tributario en que su importancia los situaba, ante mi objetivo de obtener a como diera lugar las pruebas necesarias para comprobar las acciones ominosas de Gabriel Balbuena y Mauro Leggino. Al pasar el tiempo, sentí otra vez que ese era mi destino llegar a la cúspide el único lugar que me podía contener, el lugar que había elegido. En el rostro del don podía advertir que mi sencilla elocuencia le agradaba, que era quizá oportuno empezar a revisar el decálogo de Berrocha, las leyes de servidumbre y de adscripción, que yo era un heredero posible para una sucesión imprevista, pues sus gestos faciales mostraban aquello a lo que mi madre aducía con sus palabras, que el don primero es un padre, después todo lo que la gente dice que es…

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El arco superciliar de todos modos me ha quedado levantado. Si, y las coronas, que desacierto había sido esa maldita caída. Dos semanas sin hacer su trabajo, le tenían las pantorrillas como dos globos de fiesta, pero ya medio desinflados. Estaba harto, pero rejodidamente harto de ver el cable de la mañana a la noche, ningún canal pasa nada nuevo, todos repiten lo ya visto…

Que le va a hacer, debe cumplir con el dictamen médico y con la incapacidad. No ha podido averiguar de dónde diablos habrá salido esa belleza, esa diosa con ruedas, la última RALEIGH del mercado, que ni en Vizcaya habrá otra como ésa. Está impaciente por rodarla frente a sus compañeros de trabajo…Debe haber sido quien manejaba la Mitsubishi color ámbar, no ha debido querer llevarme como cargo de conciencia…

FIN

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