jueves, 1 de julio de 2010

EL CUENTO DEL AUTOR / letras por capítulos 2

EL SABOR DE VIZCAYA (2)

por José Ignacio Restrepo





Un día después, el contador aun no sospechaba que el sostén de su existencia en esta tierra, la secreta relación de cuentas falsas duplicadas del trabajo ilegal de Gabriel Balbuena, había sido copiada y viajaba rumbo a Madrid, y estaría en manos de Franco Vallesi, el Don, en cuestión de horas solamente. Y como no lo sospechaba, la remisión de números indignos seguía su construcción contable normal, así como sus conversaciones en la oficina de Gabriel, y en la suya propia, acerca de esos y otros temas, que previamente intervenidas con micrófonos, se estaban grabando en una cajilla, la cual solo respondía a una clave. Llegaría el momento de las revelaciones, y el contador no iba a saber explicar los motivos de su lealtad escindida, de su doble moral yendo en contravía de los intereses del Jefe, en beneficio de un lugarteniente. En ningún lugar del mapa, en tiempo alguno, ha tenido valor esa genuflexa pérdida de la identidad en un empleado de confianza superior, con dos generaciones en la familia, mucho menos en esta época de dificultades para conservar lo obtenido, sin mencionar la virtud escatológica de la estructura criminal, la cual él había mancillado por un poco de dinero extra y el reconocimiento de quien pronto, seguramente al igual que él, tocaría el fondo de algún canal con los pies bien calzados por unos bellos baldes de cemento.
Miguel se había despertado a tiempo para su carrera matinal, ocho kilómetros a lo largo del canal principal hasta llegar a la bahía. Se enorgullecía de respetar estas rutinas, con las cuales jugaba a  multiplicar distancias, por recorrido, por tiempo empleado, por año. Era una manera de limpiarse, lo sabía, una íntima plática de enriquecimiento moral que mantenía por su afición al trabajo, el que pensaba era el resultado de un sistema corrupto por naturaleza en el cual la familia había encontrado un nicho natural, como lo tenía el gobierno, la iglesia o los sindicatos de trabajadores. El crimen organizado, a su modo de ver era tan necesario como las escuelas o el departamento sanitario, o para decirlo en un lenguaje conocido, ¿qué haría la policía de un país en ausencia de su razón de ser, la delincuencia? ¿y los políticos? Miguel había fortalecido esta filosofía en ausencia de alguna otra. Las personas cercanas a él desde la infancia, tuvieron lazos cercanos con organizaciones criminales, su formación inicial se pagó con dineros mal habidos, su primer trabajo, su primera novia, su instrucción como joven, todos fueron momentos enmarcados en la delincuencia, en el respeto por los más fuertes, en la compra de seguridad ficticia, en el dominio de su paso por las calles, siempre, desde la escuela sus compañeros le respetaban porque conocían de sus lazos de sangre con los padrinos de Napoli. No tuvo motivo para dudar de este camino, ningún interrogante moral que le exigiera un compromiso distinto que el de continuar perseverando para ser mejor que los ejemplos a la mano, que eran bastantes y de muy diversa clase.
Miguel tomo el teléfono y marcó al encargado de las cajillas, que era de absoluta confianza, por haber llegado de Europa y estar a su cargo solamente. Le pidió que marcara la clave para comprobar que funcionaban las grabaciones. Minutos despues recibió respuesta afirmativa. Satisfecho, tomó  su celular para buscar el número de Elisa, su dirección, pues no acostumbraba dejar en libertad a quien aún no se la había ganado. Además, ella sabía cosas comprometedoras y debía mantenerla cerca y sebada, ese fue siempre un consejo de sus tía, las mujeres somos felices siendo sometidas, castigo y regalos, eso nos hace sentir queridas aunque estemos presas, siempre y cuando no veamos señales en las muñecas. Bueno, ese detalle depende de a donde lleven los pasos, como siempre, y con quien caminen, y cuanto.

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